En estos días que los amagues cotizan más que el dólar, Juan Stanisci rescata la jugada de Marcelino Moreno en el segundo gol de Lanús.

Eduardo Galeano se definía a sí mismo como un mendigo del buen fútbol. Decía que iba por las canchas de la vida con la mano estirada pidiendo: “una jugadita por favor, una jugadita por favor”. Algo de eso nos toca hoy en día a los y las hinchas, tanto de un equipo como del fútbol en general; depende la suerte de cada camiseta a veces es normal ver tres pases seguidos (¡Y hay quienes dicen que hasta cuatro!), pero hay algo que cada vez escasea más que los dólares en el Banco Central: la gambeta.

Ayer no pude ver el partido. A la hora en que Sand la clavaba de cabeza mientras Lisandro López lo miraba con cara de vaca, me peleaba con conceptos como espacio, lugar, paisaje y territorio en un parcial de Geografía General.


Gracias al comentario en algunos grupos me enteré que Marcelino Moreno la estaba rompiendo. Aquel win flaquito que parecía que nunca despegaba, hoy reconvertido en volante mixto (no flan) por Zubeldía. Ya en el elemento diabólico que es el resumen se ve que Marcelino la rompió.


El fútbol es ilusión. Hoy en día se intentan explotar muchos elementos como la intensidad, la presión alta, el toque al espacio o los volantes con dinámica. Pero hay un elemento clave que fue quedando relegado al cajón de los recuerdos: el engaño.

Ayer el diez con nombre de monito de circo recibió contra la línea de frente a Buffarini. Apretado por el marcador de punta de Boca, un segundo jugador xeneize lo espera escalonado. El compañero con el que puede descargar es vigilado de cerca por Salvio. Moreno está contra la raya lateral y cerca de ese fin del mundo futbolero que es la línea final, donde en vez de monstruos y sirenas esperan publicidades móviles, escupitajos y fotógrafos.

En cualquier partido esa situación de scraun futbolero termina en lateral, corner o un centro mal tirado. Pero Marcelino Moreno parece tener mucho barrio en la sangre y amor al fútbol en los pies. De la nada inclina el cuerpo hacia adelante, como si intentara desbordar. Buffarini atento acompaña el movimiento hacia el banderín del corner. Pero hay un problema. Ella esta quieta. Moreno hizo como sí la fuera a tocar, pero la pelota sigue esperando que alguien se decida a hacer algo con ella. ¿El defensor se comió un bizcocho Don Satur? No, se comió un amague más grande que el Pepe Sand.

Es un segundo nomás. Buffarini vuelve rápido a su posición, pero Marcelino ya ganó el tiempo necesario para que Pasquini pase como tren por estación abandonada y en un toque tire el centro. El resto es un simple y un mundano gol con todos los errores habidos y por haber.

Los flashes se los llevó Auzqui, pero Marcelino nos regaló algo que falta dentro y fuera de la cancha: un poquito de magia. Hacer que algo suceda sin que suceda. Porque hoy los platos rotos los paga Buffarini, pero estoy seguro que todos en la cancha o en la televisión siguieron con la mirada la carrera de un 10 que nunca se movió del lugar.


Juan Stanisci

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