Una gran semana para el deporte argentino. Diego Schwartzman y Horacio Zeballos compitiendo en el Masters de Londres. Los pumas ganándole a los All Blacks. Campazo y Bolmaro elegidos en la NBA. Además San Lorenzo vuelve a su barrio. Alemania cae históricamente contra España. Y Gibraltar habla en uruguayo. Escribe Santiago Núñez.

Editorial del programa de ayer que pueden escuchar completo acá

El deseo, por definición, es algo que uno espera por una cantidad de tiempo determinado. No importa si son minutos, días o años: tiene que haber un segmento temporal en el cual un objeto o situación se convierta o se vaya convirtiendo en algo anhelado. La sorpresa, por el contrario, es algo que no se espera. Si fue querida o no, no lo sabemos. Pero el factor temporal juega un papel de inmediatez entre que algo ocurre y la reacción que esa circunstancia genera.

No obstante, uno no es antónimo del otro. El deporte es ejemplo de eso. No podríamos vivir sin el deseo porque los juegos y las competencias no tendrían sentido. No sería posible prescindir de la sorpresa porque el deporte se convertiría en algo aburrido en el que es imposible conseguir los deseos. Las ambición y lo imprevisible tiran paredes.

Esta semana, muchas situaciones estuvieron atravesadas por estos valores. La sorpresa fue figura, por ejemplo, en la debacle imposible del fútbol germano de Joaquim Low, Toni Kross y Manuel Neuer, que cayó 6 a 0 en las tierras sevillanas en las que, de a poco, empieza a ver nuevamente furia roja, casi que con Sergio Ramos y diez más.

Pero también apareció nuestra amiga la sorpresa a menos de dos horas en auto de la ciudad andaluza. Julio Ribas, técnico campeón del fútbol uruguayo con Peñarol en 1999, hizo historia llevando a Gibraltar a la C de la Liga de Naciones de Europa, mostrando que en la tierra del peñón no se habla inglés sino charrúa. Gibraltar nomá’.

Hay instancias, en esta sintonía, en donde la sorpresa se funde con el deseo. Si no díganselo a Horacio Zeballos, que se jugará hoy junto con Marcel Granollers el pasaje a las semifinales del Masters de Londres. O a Los Pumas, que después de una historia que tenía 27 derrotas y un empate lograron vencer a los All Blacks, con una actuación estelar de un Nicolás Sánchez que hizo 25 puntos. Si faltaba algo, la página más gloriosa del rugby argentino tendrá una foto de su público, últimamente reemplazado por banderas, parlantes y DJ’s en tiempos de Covid.

Y si Sánchez la rompió, también lo hizo ese otro Nicolás. Un tal “Gónzalez” que quizás deseó pero no creo que se haya imaginado ser figura de la selección comandada por Messi, frente a un Perú que seguramente no desea su realidad futbolera pero que sí anhelaba hace mucho tener un pueblo en la calle, más que dispuesto a definir su destino. No hay partido más importante que ese, más allá de la derrota de la banda de Gareca.

Los deseos, entonces, son el motor del deporte. Como le pasó a Diego “Peque” Schwartzman, a quien no hay eliminación que le borre de la memoria haber jugado un torneo de Maestros. O a Leandro Bolmaro, que fue elegido en el draft del mejor básquet del mundo cuando se acaban de cumplir 20 noviembres del primer doble argentino en la NBA, liga que también parece hacerle un lugar en el oeste a Facundo Campazzo.

Pero si de anhelos históricos hablamos, no hay comparación con un pueblo que finalmente tiene su tierra prometida con la ley de rezonificación. El Gasómetro adornará la patria de avenida La Plata. Sus hinchas, no obstante, no vuelven. Porque en realidad ellos nunca se fueron.

El que si vuelve, y este es un lindo deseo, es el fútbol femenino, de una banda siempre acostumbrada a luchar. Como con la ola verde, otra vez en la tapa de todos los diarios porque una lucha de años vuelve a colocar en en el Parlamento la posibilidad de que el aborto sea legal. Que sea ley.

En el deporte y en la vida, entonces, hay deseos y sorpresas. No seríamos los mismos sin ellas.

Santiago Núñez

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