A partir del documental de Netflix sobre Pelé recordamos México 70. Mundial que hasta un año antes, Edson Arantes no iba a jugar. Estaba retirado de la selección brasileña. Pero el pueblo brasileño lo necesitaba, la dictadura lo presionaba. Y él quería ganar otra copa. Escribe Juan Stanisci.

El vestuario del Estadio Azteca enmudece. Todo es silencio. Brasil acaba de ser campeón del mundo por tercera vez en doce años. Según la reglamentación le corresponde quedarse la Copa Jules Rimet, quien ganara el mundial tres veces tendría el derecho de tenerla para siempre. Pero, durante un instante, nadie festeja. «¡No morí! ¡No morí!», grita Pelé. Sus compañeros detienen los festejos para que la gran figura se descargue. Todos lo saben pero nadie lo dice: es su último mundial.

Operación retorno

En 1970 Brasil llevaba seis años de dictadura. Faltarían quince años más para que terminara. Edson Arantes Do Nascimento, Pelé, se había retirado de la selección después del mundial de Inglaterra. Estaba harto de las patadas. Entre Chile 62 e Inglaterra 66 solo había podido jugar cuatro partidos. Lo sacaron de ambas copas a patadas.

«No juego más», había afirmado una y otra vez. Pero el destino del mejor jugador del mundo, no era manejado solo por su voluntad. La dictadura presionaba. En noviembre de 1969 Pelé convirtió su gol número mil. El circo fue tal, que cuando iba a patear el penal tuvo que pedirle a sus compañeros que se acercaran al área por si había rebote. Estaban todos en el medio de la cancha. O Rei cambió penal por gol y la cancha se llenó de gente que buscaba abrazarlo o robarle la pelota. Tres días después fue invitado por el dictador Emilio Garrastazu Medici. El presidente de facto no quería perder la oportunidad de sumarse a la popularidad de Pelé en ese momento. O Rei fue muy criticado por asistir a la cita con el dictador. Para él era normal aceptar reunirse con un presidente.

Estaba decidido a no jugar otro mundial. Pero las presiones pudieron más. Brasil había sido campeón en 1958 y 1962, pero desde que la dictadura de Medici gobernaba los éxitos futbolísticos de la selección eran esquivos. «Eso se transformó para el presidente en algo de importancia personal», recuerda Antonio Delfim Netto, Ministro de Hacienda de la dictadura.

Pelé volvió a la selección. O Rei era el único punto en común entre el pueblo brasileño y la dictadura de Médici. El gobierno de facto quería utilizar el éxito de los futbolistas, principalmente de Pelé y el pueblo brasileño necesitaba de su magia en tiempos de tanta oscuridad. Pelé dice que no volvió por su país ni por el gobierno. «Era un desafío mío esa Copa del Mundo.»

El técnico encargado de preparar a Brasil para volver a ser campeón del mundo era Joao Saldanha. Un periodista relacionado con el comunismo. La dictadura no lo quería. Pero el propio Saldanha fue generando su propia salida. Primero intentó dejar afuera a Pelé en algunas partidos. Después dijo que tenía miopía y que se estaba quedando ciego. La poca simpatía de la dictadura y la falta de apoyo en los jugadores eyectaron a Saldanha del puesto. El sucesor terminaría siendo el amuleto de Brasil: Mario Zagallo. Con él Brasil ganó cuatro de las cinco copas que tiene en sus vitrinas. Dos como jugador, una como técnico y otra como ayudante de campo.

La dictadura brasileña jugó un papel importante para la conformación del equipo que disputaría el mundial. El gobierno de facto financió la estadía del plantel en México. Se buscó que viajaran antes y de esa manera pudieran aclimatarse.

Aunque el ídolo brasileño había vuelto, no había mucha confianza en la selección. Quedar afuera en primera ronda del mundial anterior había dejado marcados a los hinchas. Para colmo Brasil comenzó el mundial perdiendo contra Checoslovaquia, pero terminarían ganando 4 a 1. El segundo partido fue contra los campeones del mundo. Inglaterra llegaba como un equipo con mucha disciplina táctica y pierna fuerte. Con gol de Rivelino ganaron 1 a 0. Despacharon a Rumania por 3 a 2. Brasil despejó las dudas ganando todos los partidos de la primera fase.

Los cuartos de final los pusieron frente a Perú. La selección incaica había eliminado a Argentina en las eliminatorias. Brasil pasó de fase ganando 4 a 2. En semifinales venía Uruguay. El fantasma del maracanazo acechaba. En tierras cariocas daban por eliminada a la selección brasileña. Para colmo, a los 19 minutos, Cubilla puso el 1 a 0 para Uruguay. Brasil estaba jugando su peor partido del mundial. Pero juntar tantos buenos jugadores dio sus resultados. Faltando siete minutos para el final del primer tiempo, Clodoaldo, en teoría el único mediocampista encargado de marcar, rompió líneas. Abrió para Tostao y este centró. Clodoaldo entró solo para el gol y empató el partido.

«No estamos jugando a nada. Tienen que jugar como saben», fueron las palabras de Zagallo en el entretiempo. Brasil salió con otra cara. Jarizinho y Rivelino pusieron el segundo y tercer gol. Para el recuerdo queda aquella jugada de Pelé contra Mazurkiewicz. O Rei gambetea al arquero uruguayo sin tocar la pelota y lo deja tirado en el piso. Cuando va definir con el arco libre, increíblemente le erra.

El estadio Azteca estaba lleno. Brasil e Italia definirían el campeón del mundo. No importaba quien ganara, el campeón se quedaría con la Copa Jules Rimet.

Crónica de un campeón anunciado

Brasil es recordado por jugar con cinco 10: Pelé, Jairzinho, Rivelino, Tostao y Gerson. De todos ellos, Gerson es el menos recordado pero es sin dudas la figura de la final. Todos los avances de Brasil pasaban por sus pies. Él distribuía. Movía para un lado y después para el otro. Si Italia se hubiera dedicado a taponarlo a él, en vez de darle y darle a Pelé y Rivelino, quizás el resultado hubiera sido otro.

Existen los goleadores grandotes que parecen hechos en el mismo laboratorio. Existen los wines por derecha chuecos, locos y capaces de gambetear una marabunta de hormigas. Existen los laterales que sin importar época ni sistema táctico pasan al ataque durante todo el partido. Y existen ellos. Esos volantes con poco pelo, aunque no pelados, que son la brújula del equipo. Iniesta, Bochini, Zidane (antes de raparse) y, por supuesto, Gerson.

A pesar de la violencia con la que jugó Italia, el primer amonestado fue Rivelino, win izquierdo de Brasil, por una falta que solo vio el árbitro. Cabe aclarar que por aquel entonces solo se repetían los goles y nada más que dos veces.

Es extraño que no haya quedado en el recuerdo que Brasil jugó contra Italia y contra el árbitro. Que dejara pegar era normal en la época. Cada vez que un brasileño quedaba en el piso no permitía el ingreso de los médicos, mientras que cuando el jugador era italiano dejaba pasar los minutos hasta que se recuperara. Como los árbitros pugilísticos que en vez de contarle al caído, se van con el que está de pie, para que el que está en la lona gane tiempo.

El partido estaba 1 a 1. Brasil se había puesto en ventaja con un tremendo cabezazo de Pelé. Es increíble lo que salta en ese gol, se suspende en el aire y logra mantenerse hasta impactar la pelota. Italia se mantuvo fiel al catenaccio. Brasil no lograba abrir el cerrojo italiano. Las subidas de Carlos Alberto eran constantes. El lateral (o puntero) derecho tocó más la pelota en ese primer tiempo que Pelé, Tostao, Rivelino o Jairzinho.

Faltaban 8 minutos para terminar la primera etapa. Italia no inquietaba y Brasil parecía cómodo en el ritmo lento que imponía la altura. Pero un error defensivo generó el gol de Boninsegna. Se iban al descanso empatados. Aunque el resultado pudo moverse, de no ser por un fallo incomprensible del árbitro. En la última jugada de la primera etapa, Pelé recibe un centro y queda solo entre el punto de penal y el área chica. Un gol asegurado. Edson Arantes define y pone arriba a Brasil otra vez. Pero el árbitro había dado por terminado el primer tiempo cuando Pelé la estaba bajando. En el vestuario brasileño acechaba un fantasma con forma de estadística: después de la Segunda Guerra Mundial, todos los equipos que habían empezado ganando la final, habían terminado derrotados.

Gerson agarró la manija del equipo y empezaron a jugar. Los italianos sentían la altura. Cada vez llegaban más tarde a las jugadas. Siempre que podían se quedaban tirados en el pasto, buscando aire. Brasil le movía la pelota. Las gambetas de Rivelino fueron cada vez más punzantes. Era imposible marcarlos a todos juntos. El gran acierto de Zagallo fue rodear bien a Pelé. Si querían hacerle marca personal entre varios, Tostao, Jairzinho y Rivelino quedarían libres.

A los veinte minutos del segundo tiempo, no se sabía si el partido había entrado en un pantano o si el gol de Brasil estaba al caer. Gerson, el futbolista que fumaba cuarenta cigarrillos al día, recupera la pelota en campo italiano, cerca del área. Gambetea a uno y saca un zurdazo cruzado un instante antes del cierre de un rival. Brasil se ponía nuevamente arriba. A partir de ahí todo fue el carnaval de Río de Janeiro.

Para Italia el arcó quedaba en otro país. El toqueteo sambero de Brasil era tan agobiante como los 2.250 metros de altura del DF. Cinco minutos después del gol de Gerson, Jairzinho ampliaría la ventaja. Para el final quedó la frutilla del postre. El gol más recordado de esa selección lo marcó el lateral derecho. Cada vez que alguien dice que antes los laterales no cruzaban la mitad de la cancha, Carlos Alberto sonríe. Cuando faltaba un minuto para el final, Pelé recibe en el medio del campo italiano, como un 9 retrasado. No le hace falta mirar. La jugada venía por izquierda, el equipo rival está volcado para ese costado. Por derecha sube como un camión sin frenos, Carlos Alberto. Pelé abre para el puntero derecho y lo deja solo adentro del área. Éste define cruzado para terminar el partido. 4 a 1. Brasil campeón del mundo.

Entonces vino la invasión de campo. El cambio de camiseta con un italiano, entre los tirones de los hinchas. El sombrero de charro mexicano. La foto con el dictador feliz. La fiesta popular. Pero en algún momento habrá vuelto la calma ¿Cómo se sentirá ser campeón del mundo por tercera vez? «Creo que el gran presente que recibes en la victoria, no es el trofeo. Es el alivio.»

Juan Stanisci

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