“Mirá lo que habrá cambiado el clima que hoy vos llegaste temprano”. Me lo dijo Damián, uno de los viejos compañeros de la tribuna Centenario, el sábado 10 de agosto, en el River Huracán que vio volver a Marcelo Gallardo al banco de River. La frase contenía dos preconceptos, ambos correctos. Yo llegaba tarde últimamente a todos los partidos y el Monumental expresaba, a su vez, un cambio de aire. Aura, le dicen ahora.

River está entre los cuatro mejores de América y eso no es poco: antes de Gallardo solo lo había logrado dos veces en el siglo XXI. El mérito es del Muñeco pero también de su antecesor, Martín Demichelis, que hizo una primera ronda asombrosa: 16 puntos de 18.

Pero cuando la cosa ya no andaba y Boca y Riestra y Temperley y el jet-stress y el cambio climático parecía que todo se perdía. En un viaje a Uruguay contra Nacional encuesté hinchas de River: nadie lo veía campeón de la Copa.

La distinción está lejos de darse en el juego: River no apabulla, a veces ni siquiera toca la pelota. Contra Colo-Colo, por ejemplo, perdió el trofeo posesión.

Pero el gallardismo no es jugar bien sino sentir distinto. Partido de Copa, le dicen. Rispidez, personalidad, protestas, presión. No se cae ningún anillo si hay que tirar un pelotazo. Un River de segunda jugada, para los dos uno a cero de la semana: un rebote que se lleva Lanzini en la Bombonera y una aparición sorpresiva de Colidio en el Monumental.

Le preguntaron a Gallardo por sus equipos anteriores, no lo dijo, pero todos lo sabemos: su versión 2024 empezó siendo más la del 2015 que la de 2018/9. ¿Alcanzará? El cartel del Monumental anunciaba la final en portugués en la misma ciudad. “30 novembro”. River juega en octubre, en Brasil, en castellano.

El que llegó temprano porque sino el año nos quedaba corto fue el Muñeco. El gallardismo, para todo el mundo River, es ilusión. O quizás todo es ilusión menos la existencia de Gallardo.

Santiago Núñez
Twitter: @SantiNunez

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