«La vida es tropezar, levantarse, intentarlo otra vez y luchar por los sueños.»
Lionel Messi
«Los que estamos hace mucho tiempo en la selección soñamos con ganar.”
Sergio Agüero
«Nacer en la Perdriel fue y será lo mejor que me pasó en la vida.»
Ángel Di María
Los sueños, los goles, los golpes, las letras, las voces, la música. Si del otro lado hay una o mil personas para el fin es lo mismo: ser felices.
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Un número 10 nació en la época equivocada. En el club del sur del conurbano donde jugaba lo tiraban a la derecha, le pedían retroceso, músculo, pierna, intensidad. Él solo quería jugar, ver los huecos posibles, mover la pelota hasta que aparezcan los imposibles, convidarle fútbol a cada compañero que se le acercara. Si la pelota tuviera ojos vería todo, por donde hay que ir, por donde no. “Jugar bien es elegir bien”, suele decir Pablo Aimar. Entonces su meta en el fútbol es jugar a ser los ojos de la pelota, elegir siempre la opción correcta. Pero es difícil elegir si la pelota la tiene el rival y solo se dedica a correr de atrás para forzar el error. Continuó jugando casi por inercia porque no se animaba a decirle a su familia que eso no era lo que se imaginaba. Que la estaba pasando mal. Pero el sueño de ser futbolista profesional pudo más.
Hasta que un día el club lo dejó libre. Así de golpe y sin avisar. Estuvo varios meses encerrado en su pieza, esquivaba las pelotas rodando, el fútbol le dolía. De repente una tarde en la playa estaba sentado con su familia meta mate y churros rellenos, a lo lejos un cambio de frente se pasó de fuerza y la pelota le tocó la espalda. Se paró y la puso en el pecho del pibe que con las 2 manos gritaba “acá, acá”.
Algo le revivió en ese movimiento mecánico de su pierna y la pelota. De la orden de su cabeza y la virtud de la resolución. Entonces volvió al barrio y decidió jugar todos los partidos de papi fútbol que se le presenten en su vida. Si pintan 2 por día, serán 2 por día. Pero el fútbol era tan importante en su vida como respirar y necesitaba de ese aire en el cuerpo cada día.
No cobraría por jugar, es más pagaría y gastaría fortuna. Con toda la plata que gastó alquilando canchas para jugar podría haber comprado muchas cosas más útiles para la vida que el fútbol. Pero para él jugar a la pelota no es un gasto, es una inversión. Y él invierte en alegría, en su alegría.
Por eso hoy en día cada vez que cuelga la pelota de un ángulo sonríe. Por más que les haga goles a arqueros que no saben atajar, tire paredes con pibes que con suerte hacen 2 o 3 jueguitos. Siempre sonríe. Mete goles invisibles e imposibles. Invisibles porque al otro día no serán reproducidos por canales deportivos ni se viralizará el video en las redes sociales. Imposibles porque son producto de la creación y de la imaginación que trasciende lo posible.
Soñó con jugar en estadios repletos, en dedicar goles a sus seres queridos. Le faltan los estadios repletos pero sigue jugando y en cada sonrisa está una dedicatoria al que le transmitió su pasión por el fútbol. A la noche acuesta la cabeza en la almohada y le pone caras a los destinatarios de esas sonrisas. Cada día que participa en un gol con más de 5 pases duerme tranquilo. Parafraseando a Chaplin dice que “un día sin risa, es un día perdido”.
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La primera vez que grabó su voz fue en una grabadora casera. Con su primo jugaban a hacer un programa del mundial Francia 98. Muchos años después en 2014 comentó una semifinal de mundial en una radio comunitaria. Mirando una pantalla jugó a ser Varsky mientras Romero se convertía en héroe. Cuando era chico Tití Fernández y Alejandro Fabbri le tocaron la cabeza en cancha de Independiente. Pasó cerca de Araujo y Macaya Márquez pero dijo que no, que con haber conocido a Fabbri ya le alcanzaba. Con el tiempo aún se enorgullece de aquella decisión.
En el barrio todo aquel que lo conocía le decía “acordate de mí cuando estés en la televisión”. Mucha gente le fue cargando la mochila. Estaba destinado al éxito. Pero no todo es tan lineal. A veces la vida misma se mete en el camino del gol seguro como Krupoviesa clavando los tapones en la rodilla de Rolfi Montenegro.
Pudo ser más, seguramente que sí. “Pero entre lo que te toca y lo que te dejen hacer, por ese límite la vida siempre irá”. La espalda obrera se iba gastando y los años iban pasando. De repente un micrófono de nuevo le dio las razones “para parar de sangrar”. Hizo 5 años un programa de radio, pateó con La Zurda Mágica y creó como si fuera un enganche. Hizo un culto del “vivir es jugar y quiero seguir jugando”.
Conoció gente, tuvo momentos de reconocimiento, elogios pasajeros, entrevistas a personas admiradas. Se emocionó al aire. Más de una vez. Cada segundo al aire “se hizo emoción la inocencia”.
Un día el programa terminó. No fueron 4 gordos de traje detrás de un escritorio como diría Dani Stone. Quizás fueron 4 flacos con barba hipster y sobredosis de teoría. Quizás hubo otras cosas. No importa. Como puede sigue en la suya. Aunque nadie lo escuche, aunque nadie lo lea él sigue. Porque toda la alegría está en el intento.
Cada noche en su casa mirando al espejo canta la misma canción. “Qué la arrogancia no puede borrar la tinta que llevás grabada en la piel. Ni las mil noches de frío por esta pasión. Te cascotearon, no querés salir, por esas calles también me perdí. Creyendo que todos los cuentos se cuentan así. Quiero decirte que vine hasta acá. Corriendo la vida siempre de atrás. Soñando esos sueños agrestes en la oscuridad.”
Hay caminos que están llenos de flores y otros llenos de piedras. No importan el camino que elijas caminar. Solo importa caminar e intentarlo hasta el final. Messi, Agüero y Di María intentando hasta el final. Hay sueños televisados. Otros tienen menos alcance e igual fuerza. Al fin y al cabo, en el predio de Ezeiza y cada uno y cada una en nuestras casas cargamos a diario nuestras mochilas y seguimos “luchando sin atajos”. Somos Los Invisibles.
«Quiero terminar mi carrera y quiero haber ganado algo con la Selección. Y si no, haberlo intentado todas las veces posible.”
Lionel Messi
Lucas Jiménez