Jugar contra equipos de Alfaro es un auténtico fastidio. La sensación que predomina cuando uno ve a Costa Rica, a Ecuador en Qatar y la que también prevaleció cuando el ex técnico de Boca hizo su larga peregrinación por distintas categorías de nuestro fútbol, es que son equipos que merecen perder. Lo que sucede con Brasil desde 2019 es que no merece ganar. La Canarinha llegó a esta Copa en medio de un cambio generacional y un proceso profundo de depuración. Tormentoso. Con un entrenador, Dorival, que a todas luces (las propias y las ajenas) no parece ser la persona indicada para conducir este momento.

Brasil tiene la peor selección en muchísimos años. El empate en el debut con los ticos (la Costa Rica que hace una década acarició las semifinales del Mundial después de sobrevivir -y de ganar- a un grupo imposible), la apatía de Vinicius y de Rodrygo, los antecedentes inmediatos que incluyen, dos caídas consecutivas ante Argentina en Río, una final continental perdida, la ausencia de Neymar y la desprolijidad institucional que manoseó a un entrenador campeón de Copa Libertadores y la misma que hizo creerles a no pocos, que Ancelotti iba a dirigir al equipo en esta Copa, son un mosaico ligero de lo que sucede hoy. El presente del Scratch preocupa a brasileños y a quienes admiramos, disfrutamos y sufrimos el fútbol de Brasil.

Costa Rica es una selección joven e inexperta, de una calidad individual muy por debajo de la que ostentó hace apenas pocos años, que no pateó al arco en todo el encuentro y que por varios pasajes la pasó muy mal. Pero que contra Brasil jugó el partido que pensó, salvo por el aluvión de los últimos minutos (no sería extraño que Endrick sea titular contra Paraguay), y solo tuvo que seguir a rajatabla la receta de Alfaro para llevarse un premio escueto en los números y en el rendimiento pero inolvidable para su fútbol y su gente.

Nicolás Moretti

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