El 23 de julio de 2013 fallecía en Nueva York el boxeador estadounidense Emile Griffith. Famoso por golpear hasta la muerte a su contrincante Benny Kid Paret, después de que este lo acusara de homosexual en el pesaje. Escribe Tomás Angrisano.

1992. Time Square, Nueva York. Algo sucede a la salida de un bar cercano a la terminal de ómnibus de Port Authority. Un hombre corpulento, de espalda ancha, yace en el suelo, aparentemente inconsciente. Los testigos afirman haber visto a un grupo de jóvenes golpearlo salvajemente con sus bates de béisbol. Malherido, es conducido al hospital. No es el primer incidente del estilo que ocurre en esa zona de bares a los que sólo entran hombres. La víctima tardará unos meses en reponerse, pero saldrá adelante. Ha soportado otras palizas en el pasado. Los rumores corren por toda Nueva York y llegan al resto de los Estados Unidos. El hombre que yace en el suelo no es un hombre más: es Emile Griffith, boxeador, cinco veces campeón del mundo, y dueño de varias vidas dentro de una misma historia.   


El futuro en las manos

Emile Alphonse Griffith nació el 3 de febrero de 1938 en Saint Thomas, Islas Vírgenes, una de las colonias norteamericanas del Caribe. Siendo apenas un niño arribó con su familia a los Estados Unidos, y desde muy temprano tuvo que rebuscárselas en un contexto de acuciante pobreza. Los suburbios de Nueva York fueron el terreno donde empezó a desempeñar distintos oficios, mientras perfeccionaba el arte de esquivar y soportar los golpes que recibía en su propia casa. Así fue que, entre la falta de oportunidades y la violencia familiar, llegó la década del 50, que comenzó a marcar el rumbo del pequeño Emile.

Alguien le hizo notar en su adolescencia que por su porte físico podría probar suerte con el boxeo, una salida bastante común para tantos jóvenes de sectores populares que, sin una perspectiva clara de futuro, encuentran en el deporte una pasión, un lugar de pertenencia y, en ocasiones, una carrera. Fue así que llegó al gimnasio de Gil Clancy, con quien forjó una gran relación que lo convirtió en su entrenador durante toda su trayectoria. Clancy lo guió en el camino del amateurismo, y el bueno de Griffith se destacó tanto que no tardó demasiado en empezar a pelear por el premio grande. En 1958, con 20 años, se convirtió en profesional.

A partir de ahí, tuvo un ascenso meteórico. Ganó sus primeras 13 peleas, 5 por knock out, para convertirse en uno de los peso wélter más prometedores de la época. En agosto de 1959 debutó en el mítico Madison Square Garden. Era cuestión de tiempo para que llegara la gran oportunidad de disputar el título mundial. Y esa oportunidad apareció junto con los años 60, la década que transformó al mundo para siempre y que para Griffith significó una etapa de gloria deportiva, y también de injusticia y tragedia. El 1 de abril de 1961 le llegó su chance para ser campeón del mundo. Fue el inicio de una serie de peleas que quedarían en la historia del deporte.

Benny Paret

¡Vírgen del Cobre, estoy perdido! / No puedo ver / No… pue… do… ver… / La gente aplaude al que mata / El referí no dice ‘break’ / Que mi mujer no sepa nada / Mi nombre es Benny Kid Paret”

Nicomedes Santacruz, “Muerte en el ring”

El Centro de Convenciones de Miami Beach fue el escenario de aquella primera gran contienda. Su rival, otro joven talento que llegaba como campeón vigente con una defensa del título en su haber: Benny “Kid” Paret. Nacido en Cuba en 1937, Paret llegó a Estados Unidos con la primera ola inmigratoria después de la revolución del 59. Empezó a tomar notoriedad como púgil por su gran capacidad de resistencia; era capaz de soportar golpes como pocos en su época, lo cual lo llevó a firmar contrato con el mánager Eugenio López. El prometedor cubano puso la rúbrica con sus huellas digitales, ya que nunca aprendió a leer y escribir. Carismático, con una sonrisa inolvidable, Paret se convirtió en el mejor peso wélter en mayo de 1960, y un año más tarde iría a buscar su segunda defensa del título contra Griffith.

Aquel combate se lo llevó el crédito local. Griffith noqueó a Paret en el decimotercer round y a sus 24 años, se alzó como el primer campeón mundial oriundo de las Islas Vírgenes. Ese título significó el arribo al panteón de los grandes del boxeo norteamericano de quien, tan solo unos años atrás, pasaba interminables jornadas de trabajo en una fábrica textil. Pero el momento de gloria no fue gratuito para el ya consagrado Emile. La prensa pacata y canalla se encargó de menoscabar su gran momento poniendo el foco en aspectos de su vida privada, a sabiendas de que había cosas que la sociedad norteamericana de los 60 no toleraría -y en gran medida, no lo hace aún hoy-.

A Griffith el hecho de ser negro se lo perdonaron por un único motivo: estaba en el lugar en donde los negros eran aceptados y hasta celebrados, es decir, al servicio del entretenimiento de la población. Pero había otra cuestión que no le iban a dejar pasar; cuando empezó a ocupar las primeras planas, al nuevo campeón lo empezaron a acusar, lisa y llanamente, de ser homosexual, algo inaceptable para los formadores de opinión. ¿Cómo iban a tolerar que un ídolo de las mayorías, un referente para las nuevas generaciones, arquetipo de la virilidad, tuviese elecciones sexuales tan cuestionables para el statu quo? Intentando aislarse del ruido mediático, Griffith siguió cosechando éxitos -sobre el ring y también en su invadida intimidad-.

Como la pelea con “Kid” Paret fue un éxito, la revancha fue organizada tan solo cinco meses más tarde. Griffith se había convertido en una mina de oro y el negocio no podía detenerse, por lo que entre un combate y otro, peleó dos veces más, con una defensa del título incluída. El físico le empezó a pasar factura y no llegó en las mejores condiciones al desquite con el cubano. Paret tuvo su revancha y le arrebató el título, aunque no lo pudo noquear. Ganó por un fallo dividido y volvió a ser campeón del mundo en la categoría wélter. Obviamente, con un triunfo por lado, el encuentro definitivo no se haría esperar.

24 de marzo de 1962. El Madison Square Garden fue el escenario para el capítulo definitivo de esta apasionante trilogía boxística. La expectativa era muy alta, los ojos de toda norteamérica estaban puestos en ver si Griffith podría recuperar la corona. Pero había algo más en la previa. Los ánimos estaban enrarecidos, más caldeados que de costumbre. En la ceremonia del pesaje, realizada en el gimnasio de Gil Clancy, Paret se hizo eco de las “acusaciones” de la prensa en torno a la vida íntima de Griffith, dedicándole una palabra que lo dejó a punto caramelo para irse a las manos: maricón.



En una atmósfera al rojo vivo, llegó el momento de pelear. El Madison enloquecía al ver a Griffith ir al frente embravecido, intentando romper la férrea resistencia del caribeño. Pero el aliento de la grada neoyorkina se detuvo unos segundos en el sexto round: Paret halló un flanco para contragolpear y tiró a la lona a su retador. Griffith demoró unos segundos en incorporarse, pero luego volvió a tomar la iniciativa. A partir de ese asalto, las energías de Paret empezaron a mermar. Es que a él también le costó caro el trajín: sólo tres meses antes, había recibido un tremendo castigo de Gene Fullmer, quien lo noqueó en el décimo asalto en Las Vegas.

Y llegó el round 12. Una tremenda mano directa a la mandíbula dejó totalmente grogui al ya extenuado combatiente cubano. Griffith lo llevó hacia el rincón y en ese momento, los aficionados y sobre todo el juez Rudy Goldstein, espectador de lujo de la secuencia, fueron testigos de una de las escenas más cruentas de la historia del boxeo moderno. En no más de cinco segundos, un Griffith desbocado conectó dieciocho golpes seguidos a la cabeza de Paret. Probablemente después de los primeros dos o tres, el nacido en Santa Clara ya se encontraba inconsciente. No fue sino hasta que empezó a desplomarse contra las cuerdas, que el árbitro atinó a intervenir para terminar el combate.

Mientras el brazo de Grifith era levantado en el aire y el público celebraba al nuevo campeón del mundo, su adversario yacía en el suelo, derrotado e inmóvil. Esa noche Paret perdió mucho más que el título: abandonó el Madison en estado de coma, fue derivado al hospital, y murió diez días después, a los 25 años. “Paret murió de pie”, escribiría, certero, el novelista Norman Mailer, quien esa noche se encontraba a dos butacas del ring. Ya que estas circunstancias están contempladas como parte de la práctica del boxeo, la carrera de Griffith siguió su curso. Diferente suerte corrió el juez Goldstein, acaso el responsable principal del fatídico desenlace: no volvió a subirse a un cuadrilátero nunca más.

El amor y la muerte

“Every time I see you falling/I get down on my knees and pray”

New Order, “Bizarre Love Triangle”

Emile Griffith no volvió a ser el mismo después de esa pelea. La tragedia del Madison lo acompañó hasta el final de su carrera. Le costó volver a sacar la mano como antes, por temor a que una escena similar volviera a repetirse. Sólo consiguió 12 KO en sus siguientes 80 peleas. “No quería hacer daño al otro. Me habría retirado, pero sólo sabía pelear«, se sinceró en el documental Ring of Fire. El público argentino pudo verlo en acción en 1971. Ya compitiendo en peso mediano, se presentó en el Luna Park contra Carlos Monzón, perdiendo por KO Técnico en el round 14. El combate se reeditó dos años más tarde en Montecarlo, donde el santafesino volvió a imponerse por decisión unánime. En 1977, luego de tres derrotas consecutivas, decidió retirarse del boxeo profesional.

Después de soltar los guantes, trabajó como entrenador y comentarista. Y con los años, dejó declaraciones que echaron luz a las especulaciones que se generaron a lo largo de su carrera. Despojado de las presiones y las posibles represalias que podría haber sufrido en su etapa profesional, Griffith reconoció abiertamente su bisexualidad. En una entrevista para Sports Illustrated, compartió: «Me gustan tanto los hombres como las mujeres. Pero no me gusta la palabra homosexual, gay o maricón. No sé lo que soy. Amo por igual a hombres y a mujeres, pero si me preguntas cuál es mejor… me gustan las mujeres.» Cansado de llevar una doble vida, se dedicó a exponer sus deseos, dejando entrever el dolor que cargó durante años de ocultamiento forzado.

En el último tramo de su vida, Griffith padeció una enfermedad neurodegenerativa, producto de los golpes recibidos en el ring y agravada por la paliza sufrida en Time Square en el 92. En 2008 el escritor Ron Ross publicó una biografía titulada Nine…Ten… And Out! The Two Worlds of Emile Griffith. Allí, con sus últimos raptos de lucidez, declaró: «Sigo preguntándome lo extraño que es todo esto. Mato a un hombre y la mayoría lo entiende y me perdona. Sin embargo, amo a un hombre y esa misma gente lo considera un pecado imperdonable. Aunque nunca fui a la cárcel, he estado en prisión casi toda mi vida».

Emile Griffith murió en Hempstead, Nueva York, el 23 de julio de 2013. Tenía 75 años, cinco títulos del mundo, 12 defensas exitosas, y una vida en la cual las pasiones lo llevaron a escribir historias imborrables.

Tomás Angrisano
Twitter: @tomasangrisano

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