Las estrellas en toda la ropa de la AFA nos dicen lo que hicimos. El palmarés que Wikipedia pone abajo en las biografías. Lo que es inmedible es el corazón de un equipo campeón. Ese gen competitivo que le hace creer que siempre se puede cuando los minutos se angostan y no existen las razones.

El primer tiempo Argentina recuperó la voracidad que había perdido en anteriores inicios de partido. Presión asfixiante para que el rival odie estar jugando contra vos. Faltó el gol porque De Paul no lo tiene, Messi no podía picar y Bravo contra nosotros siempre es Benji Price.

En el complemento nos llenamos de dudas, los jugadores por cansancio, nosotros por sobrevivientes de las peores pesadillas contra Chile. El Dibu puso las manos cuando estábamos salando las heridas. Apareció Lautaro porque siempre se necesita de los 9 goleadores que empujan la basura en la pala. No nos quedó sueño por vengar.

Seguimos adelante. Confiados y tranquilos. Graciosos y valientes. Sabiendo que con esto no alcanza para ser campeón. Que los cambios y los ajustes nos harán invencibles. Que vamos a intentarlo de nuevo porque siempre que nos saquen una pelota en la línea aparecerá uno de los nuestros para volver a patear.

No es solo un triunfo agónico. Es un equipo que rinde porque no se rinde. Siempre lo salva el héroe colectivo. Hoy fue Lautoro. Mañana será otro. Como en El Eternauta cuando Oesterheld le pregunta a Juan Salvo «¿Quien eres tú?» y el personaje que da el titulo a la historieta responde: «Podría darte centenares de nombres. Y no te mentiría. Todos han sido míos.»

Lucas Jiménez
Twitter: @lucasjimenez88



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