Mañana comienza Wimbledon, el torneo de tenis en cancha de césped más importante del circuito. Las canchas del All Englan Lawn Tennis Club se preparan para recibir a los mejores tenistas del mundo. Escribe Fabián Spina.
Acabo de ser testigo del llamado telefónico que mi vieja le hizo a Juan, su jardinero. “Necesito que puedas cortarme el pasto antes del fin de semana, ¿puede ser?”. Parece que hubo respuesta afirmativa, pero el argumento del pedido ya estaba pensado, y salió igual: “mi marido cumple años, tendré visitas, y sabes que me gusta tener lindo el jardín”.
Algo parecido sucede en estos días en el All England Lawn Tennis Club, solo que no se trata de un llamado informal y repentino. Toda una estructura de jardineros, meteorólogos y dirigentes, acomodan reuniones hace semanas. Evalúan proyecciones de lluvias, y fluyen en el marco de engranajes burocráticos, botánicos, y precisos, para poner a punto el césped tenístico más emblemático del mundo. Se viene Wimbledon, el tercer Grand Slam del año, las dos semanas más importantes sobre césped, la superficie original del tenis.
Juan le dijo a mi vieja que iría en la tarde del jueves o del viernes. Eliminando la posibilidad de ir por la mañana, porque el rocío invernal no es un buen amigo de la jardinería.
En el otro hemisferio, el verano sobre Londres beneficia la relación sol-lluvia, y el cuidadísimo sembrado de Ryegrass Perenne puro, el mejor tipo de césped para resistir las intensas horas de pisoteo durante el torneo, cortado a ocho milímetros, lo óptimo tanto para el juego como para la supervivencia. Aun así, en la segunda semana el desgaste es notorio. Por más Ryegrass que pongan, por más megalámparas que prendan por las noches, la zona de fondos de canchas quedan como cuando yo jugaba a la pelota todos los días en el jardín de la casa de mi vieja.
Señoras y señores, empieza Wimbledon. Los cuellos almidonados más ingleses, que perduran desde el siglo XII, cuando empezaron a pegarle a la pelotita con la mano.
Empieza la magia de la pelota amarilla viajando a velocidades increíbles, de los magos vestidos de blanco controlando su danza veloz por el verde césped.
Diecinueve canchas listas para recibir un montón de pares de pies que van pisarlas.
En el plano deportivo, Sinner llega como número uno del ranking ATP. Djokovic con el dos, y con una rodilla en observación luego de su abandono en París. Alcaraz, el tres, perdió rápido en el torneo previo de Queens, pero quiere repetir eso de consagrarse en Londres como lo hizo hace en 2023. Todos los demás también persiguen el mismo sueño de consagración.
En una geografía protocolar y seria hasta para cortar el pasto, no puedo dejar de mencionar la divergencia que plantea Alcaraz: Viene de ser campeón en Roland Garrós y, desde hace dos años, casi con acné adolescente, se mantiene en la cima del circuito ATP, con un perfil descontracturado.
Alcaraz juega y se ríe. Y replantea el deporte de elite. Me recuerda el poco entusiasmo que me generan los deportistas que enarbolan el sufrimiento como ingrediente con buena prensa. Cierta pretensión, o costumbre contagiosa, de colocar padecimientos y ceño fruncido, como estatus de “seriedad” y profesionalismo. Carlitos muestra que se puede ser campeón dando espectáculo y sonriendo.
Veremos si puede repetir en el césped de Londres.
Veremos si Juan, que se ríe mucho como la hace Alcaraz, cumple la promesa de cortarle el pasto a mi vieja, antes de que lleguen las visitas.
Fabián Spina
Twitter: @fabspina10
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