El amor después del amor es difícil. El ciclo de Martín Demichelis como técnico del River fue eso: el complicado anhelo de volver a sentir.
Los inicios fueron de un andar demoledor: campeón cuando todavía faltaban dos fechas para finalizar el certámen, con once puntos de ventaja sobre su rival directo. Los números, igualmente, eran sólo la expresión de un fútbol de rotación con movimientos sutiles, de una distribución de juego mayúsculo.
El principal problema de Demichelis y de su ciclo partió precisamente de aquella virtud: pensó que para dirigir a un club como River alcanzaba con movimientos esquemáticos modernos, planteos europeizantes y una dinámica de juego determinada. El técnico menospreció, desde siempre, el factor anímico, la motivación de los jugadores, la importancia de los referentes.
De esta concepción se desprendieron sus grandes problemas: la salida de Enzo Pérez, la difusión con soltura hacia periodistas sobre las características del equipo, una serie de declaraciones serias que incluyeron significantes como “Jet- Stress”, “cambio climático”, “pasto alto” y una oda al idioma alemán.
Sin embargo, el punto neurálgico de su derrota se dio en agosto del 2023, tres semanas después de salir campeón. Demichelis le dio poca importancia a la vuelta en Porto Alegre por los octavos de final. Manuel Lanzini estaba en la tribuna como si todo fuera un trámite. River jugó mal contra un equipo que había avasallado de local. Nunca más fue el mismo. Ni Boca, ni Temperley, ni Riestra: ese partido.

La escasez de importancia sobre las cuestiones anímicas es lo que explica la diferencia del rendimiento de local (88% de los puntos conseguidos): allí la gente reemplazó, parcialmente, el recuerdo de esa parte.
Demichelis, como se sabe, es un pibe del club. Las críticas mayúsculas deben quedar cristalizadas detrás de las imágenes de alguien que intentó algo complejo en un momento imposible. El mismo que se puso el buzo de arquero el día del gol de Cuevas. El que tiene que dejar de ser Demichelis para volver a ser Martín.
Que hayan quedado sueños por cumplir no quiere decir que el amor no haya existido.
Santiago Núñez
Twitter: @SantiNunez
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