Hoy se cumplen 68 del nacimiento de Sócrates, un tipo diferente dentro y fuera de la cancha. Escribe Juan Stanisci.

La dictadura brasileña llevaba casi dos décadas en el poder, cuando el fútbol le recordó a la sociedad la importancia de la democracia. El Corinthians, el segundo club más popular del país más grande de Sudamérica, experimentó entre 1982 y 1983 la experiencia de vivir en democracia directa. Durante esos dos años, los futbolistas, dirigentes, cuerpo técnico, utileros, médicos y todos quienes rodeaban al plantel, votaban desde las formas de entrenamiento hasta si algún jugador podía volver de un viaje a Japón. A este equipo se lo llamó: La Democracia Corinthiana.

Los rumores sobre desapariciones están por todos lados. Compañeros que no vuelven a sus casas o directamente son chupados de sus trabajos. Raimundo decidió que, antes que sus libros y sus ideas, estaba su familia. Fue tomando uno a uno sus libros de filosofía y marxismo y tirándolos al fuego. Desde la puerta lo observaba uno de sus seis hijos, el del nombre de filósofo: Sócrates.

A principios de 1982 el nuevo presidente del Corinthians, Waldemar Pires, decidió delegar el Departamento de Fútbol a un sociólogo que no tenía ninguna idea sobre fútbol. Adilson Monteiro Álves partidario de ideas revolucionarias y opositor a la dictadura, entendió que en vez de andar mandando sobre cuestiones que no entendía, convenía consultar con aquellos que sí. Reunió al plantel de fútbol profesional masculino para consensuar los pasos a seguir en el club. La reunión debía durar algunos minutos, era una formalidad. Pero lo que parecía una cuestión formal, derivó en una asamblea. La reunión duró horas. Algunos futbolistas se quedaban dormidos, mientras otros debatían apasionados el destino del equipo. Entre ellos sobresalían tres: Wladimir, negro, comunista, candombero, que curaba sus lesiones en un centro espiritista; Walter Casagrande, un alto delantero de pelo largo, que había sido detenido a los 19 años por portación de marihuana; y Sócrates Brasileiro Sampaio de Souza Vieira de Oliveira, o simplemente Sócrates.

Al terminar la secundaria el joven Sócrates compartía con el filósofo ateniense la voracidad por el conocimiento. A diferencia de sus colegas futbolistas, que con solo llegar a primera abandonan cualquier interés por el estudio, él jugaba en Botafogo y estudiaba medicina. Se recibió prácticamente sin tomar apuntes, de la misma manera que jugaba bárbaro casi sin entrenarse.

Entre Adilson Monteiro Alves, Wladimir, Casagrande y Sócrates, llevaron adelante la Democracia Corinthiana. Y lo que comenzó como un particular modelo de toma de decisiones del deporte más popular de Brasil, luego se trasladó a las calles. Las camisetas del Corinthians dejaron de ser solo un uniforme para jugar al fútbol, para transformarse en un vehículo y así posicionarse políticamente. Primero fue un parche en la espalda que decía, con las letras de Coca Cola y unas manchas rojas que simulaban sangre, Democracia Corinthiana. El equipo fue bicampeón durante ese tiempo. Lo que generó que un país en dictadura, tuviera todos los fines de semana la palabra democracia en todos los televisores y diarios del país.

Sócrates se aburría hablando de fútbol. A él le gustaba jugarlo. Lo que lo apasionaba era codearse con otros artistas. Entonces pasaba madrugadas hablando con pintores, políticos, cantantes, arquitectos o cineastas. Los otros no lo consideraban solo un futbolista, sino que lo veían como un artista que desplegaba su inspiración con la mente y los pies. Si tenían una buena conversación, los domingos jugaba mejor. Quizás sin saberlo le hacía honor a su tocayo ateniense, quién consideraba que la búsqueda de la verdad era a través de la palabra.

Y fueron por más. En 1982 la Dictadura brasileña, acorralada por las protestas masivas que pedían democracia, llamó a un referéndum para decidir si habría o no elecciones para gobernador de San Pablo. Los jugadores de Corinthians, con Sócrates a la cabeza, se presentaban en manifestaciones contra la dictadura. Se reunían con Lula, entonces líder sindical metalúrgico. Sócrates llegó a afirmar frente a una plaza con dos millones de personas, que si la democracia volvía al país, él desecharía una oferta millonaria del fútbol italiano para quedarse en Brasil. El fin de semana anterior a las elecciones, Corinthians cambió el mensaje en la camiseta. Día 15 vote. Lo principal no era ganar las elecciones, sino que la gente fuera a votar. Que se hicieran cargo del futuro del país.

Durante sus primeros tiempos en Corinthians el equipo no andaba bien. Luego de perder un partido de local, los hinchas no dejaban salir al equipo del vestuario. Los insultaban y alguno llegó hasta querer golpearlos. El equipo finalmente salió, pero la cosa no quedó ahí. A partir de ese partido Corinthians empezó a ganar. Siempre con goles de Sócrates. Pero el alto mediocampista con nombre de filósofo no festejaba los goles. La hinchada empezó a preocuparse, querían que él compartiera su alegría. Se acercaron a preguntarle por qué no festejaba los goles. La respuesta de Sócrates fue que volvería a festejar cuando ellos, los hinchas, fueran al ritmo del equipo y no al revés. A partir de ahí, la hinchada empezó a tener más paciencia y él a inmortalizar su festejo. Como los black panthers estadounidenses, agachaba la cabeza y levantaba el puño cerrado.

Lo mismo sucedía dentro del vestuario. El objetivo no era votar por votar. No había rosca previa para resolver las votaciones de antemano y que la asamblea fuera una puesta en escena. Una de las primeras veces que el equipo tomó una decisión votando fue en Japón. Luego de un vuelo de 30 horas, Walter Casagrande se puso a llorar. Estaba enamorado, extrañaba a su novia y quería volver. Pidió votar para ver si eso era posible. Sócrates apoyaba su vuelta, su argumento era que Casagrande vivía uno de los momentos más hermosos que puede experimentar una persona. La otra propuesta, impulsada por Wladimir, argumentaba que él, como muchos compañeros tenía hijos pequeños, y que también se estaban perdiendo cosas importantes en sus vidas, pero que eran profesionales y ese era su trabajo. Finalmente ganó la propuesta de Wladimir y Casagrande tuvo que quedarse. Votar les permitía elegir, aunque no siempre estuvieran de acuerdo con la decisión de la mayoría.

“En nuestra profesión faltaba alegría. La felicidad es la única verdad”. La filosofía de Sócrates dentro y fuera del campo era la misma. Creía en lo colectivo por sobre todo. Creía que la libertad para crear y poder improvisar tenía que estar por sobre cualquier esquema táctico. Y que el fútbol era un juego y por lo tanto una diversión. Pero no una diversión y nada más. Esa diversión podía portar un mensaje y ayudar a mejorar la vida de las personas.

En Sudamérica está normalizado que los equipos concentren antes de los partidos. Esto es, que antes de jugar se encierren dos días adentro de un hotel y nadie salga. El objetivo es que los futbolistas no se distraigan, salgan de fiesta o se acuesten tarde. Encerrados, suelen ocupar el tiempo mirando televisión, jugando a las cartas, a los videojuegos o al metegol, alguno que otro lee. La democracia corinthiana no acabó con esta práctica, pero sí decidió que lo haría quién quisiera. Muchos jugadores preferían quedarse con sus familias. Otros, en cambio, decidían fortalecer los vínculos del grupo pasando más tiempo juntos. Pero las concentraciones ya no se usaban solo para jugar o matar el tiempo, ahora eran el espacio para mirar películas y debatirlas, o quedarse hasta tarde discutiendo sobre política y literatura.

Una vez retirado intentó trasladar su pasión por el fútbol a otros ámbitos de su vida. Practicó la medicina entre quiénes no podían acceder a ella. Grabó discos, aunque su voz no era particularmente buena. Organizó partidos de tenis. Se comprometió con el gobierno de Lula llevando propuestas que solían ser escuchadas. Pero nada llenaba el espacio que había dejado el fútbol. Hasta que en sus últimos años descubrió su otra gran pasión. Ya no se interesaba por hacer, sino por saber. 

Cada fin de semana se llenaba la cancha para ver jugar al Corinthians. No eran solo jugadores con otra visión del mundo, también había un equipo que jugaba realmente bien. Pero para ellos el fútbol no podía separase de la vida social y política. Por eso antes de una final, que terminarían ganando, salieron con una gran pancarta que decía: “Ganar o perder, pero siempre en democracia”. El apoyo popular al equipo tenía su contrapeso conservador. Los llamaban “barbudos comunistas”. En los grandes medios hablaban del Corinthians como una anarquía. Los dirigentes de otros clubes miraban de reojo a estos jugadores empoderados.

Sócrates, el filósofo griego, eligió su muerte. Frente a un juicio con falsas acusaciones del que podía zafar declarando contra sus ideales, prefirió envenenarse bebiendo cicuta. Sócrates el futbolista también eligió la muerte, antes que vivir como él sentía. Para él la vida era una fiesta. No podía entenderla con privaciones. Antes que dejar el cigarrillo o las noches de debate y cerveza, prefirió morir. A los 57 años, el mismo día que Corinthians salía campeón, falleció en un sanatorio de San Pablo. Sócrates vive en la idea de que otro fútbol es posible.

La democracia corinthiana fue una experiencia que duró dos años. Demostró que los futbolistas también pueden hacerse cargo de su destino y sus decisiones. Que no son solo muñecos que patean una pelota. Y que pueden comprometerse con su pueblo y su tiempo. 

Juan Stanisci
Ilustración de Teke Teke Della Penna

Publicado originalmente en Instituto Generosa Frattasi.

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