“El Cazador”, un melancólico ex delantero del Ferrocarril San Martín, recibe la noticia del asesinato de un joven fanático del club. Shockeado, lo primero que se le viene a la mente es que a ese hincha le debía su apodo. Novela por entregas, cada martes un capítulo nuevo. Escribe Lucas Bauzá. 

“¿Pero dónde poronga está el Cazador? Avisale que acá nos estamos jugando la vida.”

Marcelo Lozano, receso de invierno (2010)

  La primera señal de que algo andaba mal la encendió una pregunta al pasar de Marito, mientras lavábamos las rejillas del bar en una palangana. Era lunes a la mañana y fin de mes: teníamos tiempo al pedo como para lavar el traperío sucio de todos los boliches de la provincia.    

-Che, ¿y el Cazador?

-¿Vos sabés que no sé, boludo? Le voy a pegar un llamado –agregué, tirando el cepillo a un costado para volver al salón.   

-Siempre encontrás una excusa para no laburar.

  Clavé los frenos.

-Mario: mirá que no somos socios, somos amo y esclavo. Si yo ahora me quiero enfiestar con tres locas acá mismo, mientras vos seguís refregando, me asiste el derecho de hacerlo.

-Si a vos el que más te asiste soy yo. ¿Para qué querés tres minas? Dame una. 

-No ves que me quiero poner a explicarte las cosas de tú a tú y no te da la nafta. Seguí muleando, piscuí, porque te rajo a la mierda. Y empezá a deconstruirte de una vez, las mujeres no se dan como si fueran un paquete de papas fritas. Hay que ganárselas.

-Andá, sidecar viviente.

-Esa la habrás escuchado de algún pelotudo, porque no debés saber ni qué es un sidecar, minusválido cerebral. Aprovechá que hoy estás con todas las luces y ponete a refregar, dale.

  Lo último que tenía de Valentín era la llamada perdida del sábado a la tarde, mientras se jugaba el segundo tiempo de la final. Le devolví el llamado al salir de la cancha, sin respuesta. No entendía el motivo del llamado, ni por qué había ido a la cancha sin avisar y menos todavía su huida en el entretiempo; cuando volvieron los pibes del baño, y me contaron, me quedé con dudas que se me fueron una vez reanudado el partido. Al llegar la noche, y enterarme por el grupo de los pibes que se había reunido con el Equi, que le había dicho a Juan que nos habíamos equivocado con el otro pelotudo y que prácticamente los había empujado de la casa para no tener que dar la cara, lo mismo: me olvidé, lo mandé mentalmente a cagar y me dediqué al bar. Había llegado a un punto en el que me agotaba. Valentín me agotaba, me amargaba, me angustiaba, me agobiaba, me gedía, me preocupaba, me hacía pasarla para el orto. Valentín me tenía los huevos llenos. Pero era mi amigo.

-Paspado. ¿Qué onda? Soy yo, boludo. Acá tuvimos un finde movidito, por suerte, y como no me mandaste más nada quería saber en qué andás.

  Nada. Ni lo leyó. Ya enterado por Juan de la ordenanza municipal que el PRO había aprobado en marzo, y de la astucia del Equi para chapotear entre los soretes del Concejo Deliberante, dejé pasar unos días y le mandé otro audio.  

-Che, pedazo de maracaná. Soy Manu, avisame qué onda, boludo, si estás para meter unas frescas… Te caigo yo si andás en diva.

  Me respondió por mensaje el viernes a la tarde. “Venite, pero sin birras. Estoy hecho mierda”. Lo llamé para intentar explicarle que era viernes, que yo era dueño de un bar, y que generalmente los seres humanos acostumbran ir a los bares los días viernes y sábados. No me atendió el teléfono.

  Lo volví a llamar el martes, algo más preocupado por comentarios de Fabricio, para invitarlo a ver la semifinal contra Brasil por la Copa América: tampoco me atendió. Me mandó un mensaje el jueves y ni siquiera lo leí. Lo estaba poniendo a prueba: al otro día, viernes 5 julio, futuro feriado nacional, era mi cumpleaños.

  A las nueve y media de la mañana, hecho un cadáver, ingresó al bar con una caja de bonobones de regalo. Olía a todo.

-Me arruiné la vida. Esa es la posta.

-Pero contá bien, boludo.

-Es que, viste, ya, ya está. Ya está. Me pateó, chabón. Me dijo que conoció a otro boludo, que la cansé, que ella me lo había dicho y yo nunca la escuché. Le dije

-Pero pará, pará. Vamos de a poco. Fuiste a este bar que te dijo. ¿Y ahí?

-No, antes de eso la llamé. Cuando no me atendiste vos, la llamé a ella para decirle que estaba el boludo del Equi en la puerta de casa.

-¿Por?

-¿Qué?

-¿Por qué la llamaste?

-Porque flasheé, pensé que me venía a cagar, o algo. Y además la llamé para que les diga lo del Dengue, por las dudas.

-¿Qué pasó con el Dengue?

-¿Qué pasó? Que lo vi con el shorcito que una vuelta le regalé a Dardo.

-No tenés manera de saber si era el mismo. No empieces.

-Sí que tengo manera. Además sabés que tengo alta memoria para estas boludeces, me acuerdo perfecto hasta el día y a quién fue que le ganamos. Fue un uno a cero a Centro Español, yo metí el gol. Salí y le di el shorcito a Dardo. Blanco, con el número en rojo. Como había habido un quilombo en la utilería, y se perdió justo el nueve, agarraron otro y le pusieron un nueve rojo de apuro, grande, al lado del escudo, que quedaba para el orto. Único.

-¿Y se lo viste puesto al Dengue? –pregunté, fingiendo indiferencia, para no excitarlo.

-El sábado.

-Por eso te fuiste.

-Sí, pero no pienso hacer nada más. Mátense, loco. Yo los perdoné a todos, que hagan lo que quieran. Dengue, los del PRO, Equi, Pindongo… Al final es lo de siempre, yo vine y puse el pecho, boludo, y me terminé quedando solo. Jazmín me dejó por eso, por poner el pecho por su hermano.

-Tampoco es que viniste solo por lo de Dardo. Y no te habrá dejado por eso.

-Vine por muchas cosas. Pero vine a plantarme para que no toquen a nadie más. Y a Dardo lo defendí, nadie me puede decir que no lo hice.

-Nadie te está diciendo eso.

-Pero parece.

-No seas boludo.

-Y esta pendeja, chabón… No la entiendo. El primer día, una vez que fuimos a comer algo y le terminé contando lo de Paz, se enojó conmigo porque no hacía nada, porque sabía que lo de Dardo tenía que ver con el club, y se enojó. De hecho se paró y me dijo que era un cagón. Cagón, de todo, pelotudo, qué sé yo, me re bardeó mal. Y ahora que voy y le digo lo de Driscoll, y es más, hablando con Equi me enteré de una bocha de cosas, que se las dije a Jazmín, fue al revés… Me dice que la agoté, que le saqué las ganas de vivir, que no aguanta un segundo más conmigo.

-Che, pero

-Pará: ¿encima sabés cuándo la terminé de cagar? Cuando la llamé el sábado con el Equi en la puerta, por las dudas. Si vos me atendías creo que quedaba todo bien, que me iba a dejar explicarle todo, que estaba para correrme del quilombo.

-Ahora la culpa es mía.

-No, boludo, no. Pero la llamé alterado, la puteé un poquito, qué sé yo, estaba con una amiga y me dijo, lo primero que me dijo apenas se sentó… La llamé, cortó y se puso a llorar. Casi no viene, chabón. Me dijo eso: vine pero no iba a venir, porque quedó aprecio y qué sé yo. No, aprecio no dijo. Una palabra parecida, así bien formal, una onda cariño o respeto.

-¿Y ahí?

-Pará. Dejame que te tire la mía. Al Equi lo recibo con una cuchilla en la mano.

-¿Qué?

-Estaba… Lo pienso ahora y es… No, un flash.

-Bueno, ya fue.

-Y… La cosa es que hablamos con este boludo, qué sé yo, sale el tema este de la ordenanza… De Driscoll. Yo igual le negué todo. Y ahí, loco, ahí estaba sentado, escuchándolo a este pibe, y en una como que me saltó la ficha. Así: plac. “Chau”, dije.

-¿Qué pensaste?

-Pará, boludo. Lo pensé unos días el mambo, digamos. Se ve que inconscientemente, o en el subconsciente, o no sé, pero vi que el Andén no se iba a vender. Vi eso. Me di cuenta de eso sin darme cuenta, mientras hablaba con este. Dije, o pensé, viste, bien profundo, que ya estaba hecho, que entre el Equi y Lozano y qué sé yo, no iban a dejar que se vendiera el Andén. Y me calmé, como que sentí que llegaba, que ya había cumplido, que había llegado. Y ahí quería rajar y estar con Jazmín, pedirle perdón, irme a la mierda. Era ir al bar y decirle para irnos a vivir a otro lado. Bariloche, Tafi, Ushuaia, cualquier lado. Se me calmó hasta el ojo.

-¿Y cuándo te volvió?

-No sé, al toque, a los pocos días que, que fue, ahí escabiando, qué sé yo. Y ahora lo tengo peor, ¿no?

-Bien no está. ¿Qué más te dijo Jazmín?

-Jazmín básicamente me dijo eso. Que ya no me reconocía, que la tenía agotada, que no podía estar con un, viste, con un loquito.  

-No te dijo asesino.

-No, Manu. Pero lo dijo sin decirlo. Me dijo que no podía. Y tiene razón. Yo no puedo estar con nadie después de lo que hice.

-Relajate un poco, dale. Si además si yo también estuve, no fue algo que es solo tuyo. Echame la culpa a mí.

-¿Qué culpa, boludo? Lo hice yo. Y me di cuenta tarde. Era antes, Manu. ¿Viste ese día que vine y estaban escabiando con Nacho?

-¿Cuál?

-Un día, boludo. Un domingo que nos terminamos re escabiando acá.

-Ah, sí, sí.

-Antes de

-Antes de lo de Driscoll, sí.

-Ese. Bueno, ese día yo me tendría que haber frenado. Estaba ido, loco, y en vez de seguir en el mambo y venir para acá, y armar toda la jugada, tendría que haberme ido con ella a la casa. Ahí fue el quiebre. Cuando fui por más.

-¿Pero con Driscoll vivo qué hubiera pasado con el Andén? Se hubiera vendido igual.

-Probablemente.

-Seguramente. Entonces por qué no lo ves así: salvaste al Andén, porque lo salvaste vos, y pusiste el pecho por el hermano.

-Nah.

-Sí, pará. Dejá que pase un tiempo, un mes, dos meses, y le volvés a escribir. Más sereno, seguro ella también, ya más tranquila, y habiendo descansado un poco el bocho, porque en eso le doy la razón: sos insoportable, posta que sos agotador, intenso como la mierda. Vas y le explicás esto. Que hiciste eso pero que no vas a hacer nada más, que ya estás tranquilo.

-Estoy muy tranquilo, no quiero hacer nada más. ¿Se tienen bronca por el club, loco? Hagan una cosa –le habló a nadie, pero a todos–: se citan en la plaza Almafuerte y se cagan a tiros corte western, hagan un duelo y fue.   

-Y bueno, por eso. Ella se va a dar cuenta, las minas te sacan la ficha diez veces antes que vos mismo. Y lo va a ver.

-No tiene vuelta atrás esto.

-Pará, no seas pesimista.

-Es la verdad, boludo. ¿Sabés qué me dijo? Que ella nunca me pidió que vaya y mate a alguien. Quería que le pidieran perdón, con eso a ella le alcanzaba. Que alguien vaya a ver a los viejos y les pida perdón por lo que hicieron a Dardo. Nadie va a ir a la casa y les va a pedir perdón.

-Y, no.

-Pero a ella no le importa. Quería eso. Que al menos uno vaya y le diga “Disculpame, Jazmín”. ¡Nadie te va a ir a pedir perdón, boluda!

-Bueno, ahora tranquilo, perrito. Hay que dejar que pase el tiempo, que las cosas se acomoden.

-No se va a acomodar nada, boludo. Además me voy a tomar el palo.

-¿Eh? Vos no te vas a ningún lado.

-Qué no, me voy a la pija. No llego al lunes así, loco. No puedo ir a laburar más, estoy, chabón, estoy… Estoy quemado. No me da para ir y pararme delante de los pibes, estoy haciendo cualquiera, al borde de que venga a hablarme un pelotudo y meterle un soplamoco por pancho.

-¿Qué pelotudo?

-No, un director. No lo puedo ni ver, loco. Tendría que entrar a esa escuela ahora, pero no, no voy. Voy a renunciar porque si no va a ser peor, me voy a comer alto sumario. Así que, nada. Renuncio a esa, pero también ya tengo quilombo en otras, así que nada, boludo. Voy a dejar de ser profe y veré.

-Dejá de flashear, pelotudo.

-Manu: no puedo laburar un día más. No puedo. Estoy escabiando, estoy a destiempo… Me tengo que atar las manos para no reaccionar mal. De verdad, no puedo seguir laburando en un aula. Me pongo nervioso.

-¿Pero qué onda? ¿Qué

-Voy a viajar, boludo. Cazo unos mangos, cazo la moto y chau. Me quiero ir a Ushuaia, y de ahí, veré. De ahí, veré. No sé si renuncio el lunes, hoy, o en dos días más. Pero no vuelvo a una escuela. No vuelvo, loco, no puedo volver. ¿Cómo hago para estar dos horas hablando seguido? ¿Para controlar treinta pibitos? Hace rato que no puedo. Pero ahora ya se me hace imposible.

-¿Vos sabés qué vas a hacer, no?

-Me voy a

-Primero vas a cerrar el orto.

-¿Qué onda, gil de mierda?

-Ningún gil de mierda. Ahora vas a cerrar el orto y vas a hacer lo que papá Manuel te diga.

-No me rompás las pelotas que no estoy, eh. Mirá que estoy cruzado y no

-Vos lo que estás es hecho un pelotudo, un pelotudo cruzado si querés, pero pelotudo al fin. Y me vas a escuchar.

-Me voy a casa –saltó, poniéndose de pie.  

-Vos no te vas a ningún lado. Me vas a escuchar –le ordené, agarrándole la muñeca.  

-Tomatelá.

-Vení acá. ¡Vení acá! Valentín: vení acá

-No, loco –me respondió, haciendo puchero, de pie frente a mí.

-Dale, dale que acá no te ve nadie. Me vas a escuchar, yo voy a pensar por vos hasta que recuperes

-Dejame irme a mi casa, hijo de puta.

-Quedate acá, dale –le hablé con dulzura, empujándolo de nuevo a su silla–. Y escuchame bien. Eu, bien, dale, en serio, llorá sin drama, hacé lo que me dijiste que yo hiciera cuando pasó lo de Ceci.

-Boludo, ¿cómo me va a patear así, la hija de puta? No voy a llorar.

-Dale, dale que las minas pasan, y esta va a volver, vas a ver que va a volver, sos el héroe del barrio, guacho.

-Ttt, qué mierda voy a ser el héroe.

-Va a volver, boludo. Pero vamos a lo otro, vamos al corto plazo, al hoy. ¿Sabés qué vas a hacer? Primero sonate los mocos, estás hecho un asco. Después, cuando salgas de acá, te vas a ir a bañar, hijo de puta. Sonate, ahí está, limpiate la cara que estás hecho un trapo de piso.

  Crucé los brazos y esperé. Tenía la vida de mi amigo en mis manos. Pero sabía bien qué tenía que decirle, cómo y por qué.

-Vamos a hacer esto, gato. Primero, baño. Eso es lo primordial. Baño apenas te despertás. Segundo: no vas a dejar de laburar, vos sos alto profe y el laburo te ordena el bocho, naciste para dar clases, no para andar barrileteando por ahí. No vas a dejar de laburar. Si este boludo, este director te jode, vas como un señor y renunciás, pero tratás de agarrar otra escuela más adelante.

-No, loco. No puedo hablar más, casi ni hablo en todo el día ya.

-Sí, cerrá el papo. Vas a seguir laburando, ¿y sabés qué tenés que hacer? Aguantá hasta las vacaciones de invierno. ¿Quedan cuánto, veinte días, veinticinco días? Arrancan el diecinueve, el diecinueve, estamos a cinco, dos semanas. Aguantá dos semanas, dos semanas quedan, boludo, y en dos viernes ya está. Tenés veinte días para descansar, nos podemos ir a pescar, a qué sé yo, nos vamos a la concha de su madre un par de días. Aguantás estos días y ya vas a tener un respiro. Poco escabio, tratá de escabiar poco o vení a escabiar acá, no escabiés solo, te hace para el orto a vos escabiar solo. Venís acá y te pedís lo que se te cante el orto.

-No, boludo –respondió, mientras me sacaba un cigarro. Me di cuenta que había tardado tiempo en fumar porque la noche anterior se había roto en pedazos.

-Sí, qué no. Venís, escabiamos juntos, vemos unos partidos, ahora ya arranca el torneo, el domingo está la final de la Copa América, mañana juega Argentina.

-Dejá

-¿Vos querés volver con Jazmín?

-Manuel, dale… –murmuró, dejando el encendedor sobre la mesa, ya con cierto aplomo.

-¿Querés volver o no? ¿Sí? Bueno, haceme caso y en un par de meses está con vos de nuevo. Te quiere mucho, loco, esa mina te quiere mucho, loco, pasa que está confundida como estamos todos. Todos estamos mal, raros, perseguidos, con problemas para dormir. Nos mataron a Dardo, loco. Vinieron a darnos mecha desde arriba. Pasó lo de coso, pasó lo de Driscoll. Pasaron muchas cosas, loco, ella pasó muchas cosas. Dale tiempo.

-La pasamos mal.

-Más vale que la pasamos mal. La pasamos muy mal. Por eso te digo, cachivacheando así no va a volver, rajando como querés rajar vos, menos. No tenés veinte años, boludo. Tenés que dar la cara, aguantar un poco. Y chau club. Chau, Furgón, nos vimos.

-No lo puedo ni ver al club. Estoy negado.

-Y sí, yo igual. Ya está. Nos chupó el alma. A vos y a mí nos chupó el alma. Y no te creas que yo estoy mucho mejor que vos.

-¿No?

-¿Yo? ¿Me estás cargando? No quiero saber más nada con nada, loco –le tuve que mentir–. Ahora solo me interesa que vos estés bien. Ahí, espalda con espalda, guacho. Esta la pasamos juntos. Nos metimos juntos, tenemos que salir juntos. Pero a mí no se me ocurre dejar de laburar, es apagar el fuego con un bidón de nafta. Dejame acá, dejame puteándome con los proveedores, atendiendo a estos muñecos, viendo alguna linda burra, a mí damelós, damelós para ocupar la bocha en otra cosa.

-Y sí, boludo.

-Damelós, y con una semanita pescando al lado del río, quedamos joya. Joya vamos a quedar. Es cuestión de aguantar estas dos semanas y listo. Vení y escabiamos juntos, vení que pasamos esta y ya está, estuvimos allá arriba y ahora tenemos que aterrizar.

-Muy arriba.

-Muy, boludo, muy. Estuvimos allá arriba, que pum, que pam. Dejame de joder, se me secó el bocho de tanto quilombo, parecíamos los Siete Magníficos y la verdad es que somos un par de comuñes más buenos que Lassie. Pero bueno: ahora queda aterrizar y listo. Y el piloto de la nave soy yo. ¿Estamos?

  Cabeceó con suavidad.

-Estamos.

-Y chau Furgón –le extendí la mano, con medio guiño de ojo que completé cuando me la apretó.

-Chau, Furgón. Sí. Más no puedo dar. Que se vayan todos a la mierda.

-Más vale, dejalos que sean felices y preocupate por vos.

  Tenía que dejar a Valentín afuera pero no podía dejársela pasar al Dengue. No podíamos. La primera reunión la tuve con Juan, en el bar, un lluvioso miércoles a la noche: le planteé que si no había otro, lo haría yo. Que alguien me dejara cerca del chabón y yo me ocuparía del resto, porque pelotas y ganas de cobrársela no me faltaban. 

-¿Valentín qué onda?

-Que quede afuera. Muy cagón para hacer algo así –le respondí. 

-¿Lo estuviste viendo estos días? Totó me dice que está hecho pija, tomando al mediodía, cualquier cosa.

-Está hecho percha, sí. Pero ya va a levantar.

  En la segunda reunión, al otro día, se sumó el Gordo Leandro. Los reparos de Juan fueron arrasados por la potencia del Gordo. Lo quería ir a buscar ahí mismo, pero le aclaré que las cosas se harían cuando y como yo lo dijera, porque sabía lo que estaba haciendo.   

-¿Qué hacemos con Valentín, cabeza?

-No se tiene que enterar.

-Mejor.

  La tercera reunión la tuve el sábado al mediodía con Fabricio y el Mosca, en el patio del bar. Les adelanté que esa misma noche nos reuniríamos con Juan y el Gordo Leandro en la casa del Gordo, y les pedí una sola cosa: que en la reunión no dijeran nada de lo que habíamos hecho dos meses atrás con Valentín, porque Juan era capaz de cagarnos a trompadas a los cuatro.

-¿Valentín no está en la jugada?

-Ni en pedo, Fabri. No da más, el chabón, ni en pedo. Se le limó la croqueta hace rato y lo de Jazmín lo terminó de destruir. Miren que lo que hablemos hoy va a ser jodido, se van a dar cuenta que no está para hacer una así. 

-Pero es el que va. No sé qué estarán flasheando, pero el loco tiene que estar. El Caza no puede faltar, bro. Está acá, loco, vamos a mandarle un texto y por lo menos ver qué nos dice. 

-Hernancito: ¿vos no me escuchás lo que te estoy diciendo? Hablé con él hace una semana, está absolutamente roto, no va a poder. Al Caza no lo cuenten más, y rogemos para que vuelva a ser el que fue, porque está muy traumado, sensible… ¿No ven que ni habla, boludo, ni sale?

-Totó te dice que no, que está corte fantasma.

-Valentín está para el Borda, muchachos. Bajó al tipo más importante de Almafuerte como si fuera un muñeco, lo cagaron a trompadas, lo dejó la mina, lo embocó a Paz, el otro día casi lo achura al boludo del Equi. No, no da para más, fundió el motor.

-Pobre Caza, boludo.

  En la cuarta reunión estuvimos los cinco. Duró medio día, desde las ocho de la noche del sábado 13 hasta las ocho de la mañana del domingo 14. Decidimos que lo haría Fabricio. También sumar a Equi, porque era el único que podía saber cómo se movía el Dengue en las mierdosas aguas del municipio.

  La quinta reunión fue el lunes a la tarde, entre Juan, Equi y yo.

-Déjenlo en mis manos. Y nada por teléfono, todo cara a cara. Me dejan una llamada perdida y yo los llamo para reunirnos.

-Me parece perfecto.

-¿El Cazador?

-¿Qué pasa?

-Nada, pregunto. ¿Va a participar?

-No, acá Manu dice que lo ve muy cagón. Mejor que se quede afuera, además es muy sensible, ¿viste? Es un chabón especial.

-¿Dónde está ahora?

-En la casa del abuelo. Está mal porque lo dejó la novia.

-Dejémoslo así, Equi, vamos nosotros. Fabri y el Mosca son los mejores amigos de Dardo. Va Fabri, y si no se anima o pasa algo, va el Mosca. Y si no voy yo, o va el Gordo. O Manu mismo. Nos sobra gente para hacerlo.

  Asintió con la cabeza, dejó un billete de cien por el café y se puso de pie.

-Santopietro: fijate si se puede recuperar. Valentín no es ningún cagón, vos y yo sabemos que no. Y esto no es joda: son años de cárcel para los seis, salga bien o salga mal. Tiene que estar él.     

-Cóceres: olvidate de Valentín.    

  Esa misma noche, ya en casa frente a un vaso de whisky, algo triste porque me había quedado sin él para pasar el día a día, y algo preocupado porque se nos venía de frente algo muy fuerte, le mandé un mensaje.

  “Qué onda, perro?”.

  “Nada, Manu. Estaba durmiendo. Vos?”.

  “Joya. Bien, en casa. Las clases? Ya el viernes arrancás las vacaciones, o no?”.

  “Las clases bien. Renuncié a tres escuelas pero me quedé con un par de horas”.

  “Bien ahí. Nos vamos a ir unos días? En el segundo puente hay cabañitas copadas. Estoy para reservar hoy si me confirmás”.

  “No, me quedo. Gracias igual. Pero ni ganas”.

  “Dale, boludo, no seas tan buche. Vamos unos días”.

  “Che, forro. Vamos, dale. Contestame”.

  “No, Manu, no me jodas”. 

  “La concha tuya, Valentín. Al menos decime si estás bien. Estás mejor? La vas llevando más o menos?”.

  “Un poco”.

  “Bueno, joya. Paso a paso diría Mostaza. Venite al bar cuando quieras, o chiflame y me paso yo, mañana, pasado, cuando quieras. Abrazo, perrito malvado”.

  “Chau, Manu”.

  Liquidé el resto que me quedaba en el vaso, apagué el cigarrillo y releí los mensajes. Val se la aguantaba, iba al frente y se iba a recuperar de esta sacudida como se había recuperado de tantas otras cosas. Lo único que necesitaba era tiempo y que nadie le rompiera las pelotas. 

Lucas Bauzá

Twitter: @rayuelascometas

Diseño de imagen por Lucas Vega, pueden encontrar más sobre él en Estudio Bosnia.

Ilustraciones en el texto por Nach.

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