Considerado el mejor lateral izquierdo de la historia del fútbol argentino. Fue el director técnico del primer título en clubes de Diego Armando Maradona. Formador de juveniles que intentaba inculcar valores para la vida, además de formar un futuro futbolista. Escribe Juan Stanisci.
El pibe pega un portazo como para tirar abajo el edificio. “No hay caso”, dice la madre resignada. Ni las amenazas del abuelo, ni los gritos de la madre, nada lo hace cambiar de parecer. Tiene seis años y va a dejar el colegio.
“Pero nene, dale ¿Qué vas a hacer en la vida?”. Al pibe no le importa esa pregunta que le hacen una y otra vez. Tiene una sola certeza. No sabe qué es lo que va a hacer, pero sí lo que no hará: seguir yendo a ese colegio de mierda.
Una certeza también tiene su abuela: mejor que reprimir es persuadir, así que negociemos. “Sí vos volvés al colegio yo hago lo que quieras, te consigo lo que quieras”. Los ojos del pibe se abren como monedas de chocolate. “¿Lo que yo quiera?”. “Lo que quieras nene, pero tenés que volver al colegio”. Al pibe no se le escapa que su abuela es la encargada de lavarle las camisetas a la primera de Boca. “Bueno, entonces traeme a los jugadores a tomar la leche. Sino no vuelvo”, desafía el pibe. “Mirá que te los traigo, eh.”
Al día siguiente el pibe mantiene su postura, almuerza y se encierra en su cuarto. Ni los gritos de la madre ni las amenazas del abuelo lo mueven de su decisión. Pero a la hora en que las pavas empiezan a largar humo, suena el timbre. El pibe no sale del cuarto. Abre un poco la puerta como para espiar. “Nene, acá hay una gente que te vino a ver.” La voz de la abuela quiere sonar normal, pero entre palabra y palabra se escucha el sonido de la victoria. El pibe sale del cuarto como quien no quiere la cosa y siente que el comedor, la pava que ya casi hierve, la leche, las galletitas y el mundo entero se le vienen encima.
“¿Cómo que no querés ir más al colegio, Pablito?”, la mirada azul de Silvio Marzolini se clava en el pibe. “Pasa que yo quiero ser como ustedes”, retruca. “Así que querés ser como nosotros”, dice Marzolini mientras se toma un mate y agarra una galletita. “Hagamos una cosa. Vos volvé al colegio y yo te prometo que los domingos venis al vestuario y salís a la cancha con nosotros.” El pibe lo mira. “Y en la semana a los entrenamientos”, completa Marzolini. Es una oferta que no puede rechazar. Al día siguiente el pibe volverá al colegio y Marzolini cumplirá su promesa.
Cuando cruzar la mitad de cancha era una utopía para los marcadores de punta, Silvio Marzolini desbordaba como quien adquiere un derecho. “En el 62, con D’Amico, jugábamos sin win izquierdo y podía irme por la franja, recorrer la cancha, meterme más en partido” le contó en 1967 a la revista El Gráfico, por aquel entonces Marzolini tenía 27 y pensaba en el retiro por las constantes críticas que recibía, “quisiera que Marzolini nunca hubiera existido como crack: ser Pérez o Gómez en este momento, un jugador cualquiera que empieza su carrera y lo miran sin exigirle todo.”
Antes que la Holanda del 74, que Carlos Alberto en Brasil y que Vogts y Breitner en Alemania, Marzolini no pensaba solamente en marcar al 7 rival. Cumplir solo la función defensiva lo aburría. Prefería los equipos que, en vez de tener delanteros estáticos, se movían por toda la cancha. Tampoco estaba de acuerdo con eso de que los defensores de antes solamente la reventaban. “Siempre me gustó jugar libre, tocar… y mandarme arriba. No me conformo con defender, con quedar apretado allá atrás”, le dijo a El Veco en aquella nota con el Gráfico.

Es en esa entrevista donde elogia a Orlando, el defensor brasileño que jugó en Boca entre 1961 y 1965, que lo cubría cada vez que se iba al ataque. Pero con quien mejor se entendió fue con otro extranjero: Julio Meléndez. El central peruano era otro adelantado, un defensor que siempre trataba de sacar la pelota prolija del fondo, buscando a un compañero.
Con Marzolini y Meléndez en cancha Boca fue campeón del Nacional de 1969 en cancha de River. Aquella tarde cuando el equipo Xeneize se preparaba para dar la vuelta olímpica comenzó a salir agua de abajo hacia arriba. No es que la física se hubiera vuelto loca. La dirigencia de River había ordenado que se encendiera el sistema de riego para que los jugadores rivales no pudieran dar la vuelta olímpica. Empapados festejaron igual.

Hacía menos de un año que Marzolini había pensado en el retiro. En medio de los festejos en el vestuario, abandonó a sus compañeros y volvió a salir al pasto del Monumental. En esa soledad que solo dan los estadios vacíos, dio la vuelta olímpica. Haber sido una de las figuras del partido fue una reivindicación para él.
Pero el rubio lateral ya sabía desde hacía muchos años lo que era jugar en la cancha de River. En 1952 fue campeón de los Juegos Evita con el equipo Antártida Argentina del barrio de Colegiales. “El primer partido lo jugamos en la cancha de River. Un lugar muy grande para jugar, once años, ahí sí que no podías dormir antes del partido”, contó en El fútbol es historia un documental de varios capítulos producido por DeporTV, guionado por Ezequiel Fernández Moores y narrado por Darío Grandinetti. “Tuvimos la suerte de ganar la zona y después ganar el campeonato. Te daban los zapatos, medias, camisetas. Ahí conocí a Perón. Era una cosa increíble que te den la medalla o las copitas que nos dieron. Es un gran recuerdo”, dijo en la misma serie. El año que Marzolini compitió en los juegos, coincidió con la muerte de Evita. En el libro Los juegos Evita de Guillermo Blanco contó que “en mi formación como ser humano los Evita fueron fundamentales”. Osvaldo Iparraguirre conducía ese equipo, “Osvaldo nos enseñó a ayudar, a respetar al árbitro. Un chico llamado Moya no quería ponerse los botines que usábamos todos y que nos habían regalado los organizadores, y lo dejó afuera del plantel porque no quería privilegios.”
Protagonizó dos mundiales y dos películas. En 1962 fue parte del plantel que volvió en primera rueda en el campeonato de Chile; en 1966 formó el equipo ideal del mundial de Inglaterra. Un año después actuaría de él mismo en Cuando los hombres hablan de las mujeres, junto a Libertad Leblanc y Luis Sandrini; y cuatro años más tarde apareció en Paula contra la mitad más uno.

Junto con Menotti y Bilardo tuvo el privilegio de dirigir a Diego Armando Maradona en más de una ocasión. Fue en 1981, cuando se consagraron campeones del Metropolitano, y en 1995, en la vuelta de Diego a Boca. También se enfrentó varias veces a Pelé, una de esas veces fue en las finales de la Copa Libertadores de 1963. Cada vez que le preguntan por quien fue mejor, Marzolini responde que “Pelé era un gran jugador, un jugador importante, pero que muchas veces era de tener mala leche. Quebró a un alemán en Río de Janeiro y a otro más. Maradona no”, opinó en Punto Boca en 2015 y siguiendo con el mismo tema en 2013 en una entrevista con Santiago Cúneo y Leandro Lema completó la idea: “Maradona jugando al fútbol, aquellos que le pegaban y todo lo demás, no les contestaba de la misma manera. Les demostraba con su juego, para hacerlo pasar un papelón al que le estaba pegando. Eso pasó en Mar del Plata en una oportunidad y se terminó desgarrando. La única vez que pegó Maradona fue en el Mundial del 82 contra los brasileños, que bueno ahí tenía bronca porque le pegaban, y él quiso reaccionar y claramente se vio que él no es un tipo que pensaba en pegar a nadie.”
En el año 2000 comenzó a trabajar en las divisiones inferiores de Banfield. A pesar de haber estado 10 años en el club y de haber formado a varios jugadores que llegaron a Europa y tuvieron una carrera plagada de éxitos, él decía que su objetivo no pasaba solamente con formar profesionales. Le importaban tanto o más, aquellos que no llegaban. “Hablamos continuamente con los jóvenes. El fútbol no es para todos y el futuro muchas veces no está vinculado con la pelota. Algunos, los más afortunados, llegan. Pero la carrera del profesional es corta, tienen 12 años de actividad y después comienza una nueva vida que es mucho más larga. A mí me preocupa mucho más eso. Hay que tratar de hacer un bien a la comunidad, buscar que los chicos tengan estudios y puedan crecer y tener algo además del fútbol” dijo en una entrevista en el año 2006 con Mariano Verrina para Agencia Universitaria de Noticias y Opinión.
Quizás haber sido parte de los Juegos Evita le mostró otra realidad de quiénes sueñan con llegar lejos en el deporte. Por eso le insistió a aquel pibe, que no es otro que mi viejo, en que no largara el colegio. Y por eso se preocupaba tanto porque los chicos tuvieran otras herramientas, no solo la pelota. Como le dijo a Verrina en la misma entrevista: “Siempre digo que es más difícil trabajar en el fútbol amateur que en el profesional. Porque en Primera dirigís a 25 jugadores y todos son, justamente, profesionales y conocen sus obligaciones. Pero acá, en el amateur, estás formando a un chico que tiene que ser un ciudadano, que tiene que tener un buen futuro. Me conformo con cumplir esa misión.”
Juan Stanisci