“El Cazador”, un melancólico ex delantero del Ferrocarril San Martín, recibe la noticia del asesinato de un joven fanático del club. Shockeado, lo primero que se le viene a la mente es que a ese hincha le debía su apodo. Novela por entregas, cada martes un capítulo nuevo. Escribe Lucas Bauzá. 

“Estos partidos no se ganan ni en la cancha, ni entrenando como animales estos últimos días. No… Se ganan en la semana, se ganan cuando apoyamos la cabeza en la almohada y nos imaginamos lo mejor. Soñemos con ganar, con salir campeón, con hacer un gol de chilena sobre la hora, con atajar un penal. Eso imaginemos, porque si nos imaginamos lo peor, va a terminar pasando lo peor.”

Fito Vargas, charla con los referentes previa a Atlas 2 – F. S. M. 5 (2009)

  Marito levantó las cortinas del boliche a las nueve en punto. Era lunes 21 de enero y había pronóstico de lluvias intermitentes.  

-Al pedo abrimos, Marito.  

-Pero por ahí viene alguien, Manu. ¿Pongo la pava?

-Ponete, ponete la pava, dale, y a matear hasta que amaine.

  Me acomodé en la última mesa del bar y me puse a relojear el Olé. Estaba el análisis del empate entre San Lorenzo y Huracán, que me había dejado casi tres lucas de cerveza gracias a unos cuervos de José C. Paz de buen tomar, y casi diez páginas dedicadas al triunfo de Boca, que también nos dejó unos buenos pesos. Fui a lo importante: al parecer lo de Pablo Pérez al Rojo estaba casi hecho. Un buen jugador, sí, pero con una cabeza de termotanque que no se podía desdeñar.

-Pablo Pérez… Me gusta, che.

  Le mandé un audio a Ignacio, mi compañero de cancha, pidiéndole su opinión. “Lo quiero. Necesitamos uno así”.

-Si vos lo decís, Nachito querido… Es porque no, no necesitamos uno así.

  Sentí un ruido en la puerta. Giré y lo vi.

-¿Y este?

  Había querido abrir la puerta pero el todavía dormido Marito se había olvidado de girar la llave.

-¡Mario! ¡Mario, boludo!

-¿Qué pasó? –preguntó, asomándose desde la puerta de la cocina.

-Pasó que te olvidaste de abrir. Así nos vamos a cagar de hambre toda la vida, despertate porque te voy a tener que rajar a la mierda.

-Sí, seguro –me boludeó, yendo a abrirle al otro pelotudo.

-Sí, hacete el vivo, la puta que te parió –murmuré, y me concentré en el marmota, ya con un pie adentro de mi feudo–. Parece que se dignó a venir, Marito. ¿Viste, vos que decías que era un cagón de mierda?

  Cabizbajo, cruzó el salón y llegó hasta mi mesa.

-¿Me puedo sentar?

-Sentate, sentate que estás en tu casa –lo invité, tirando el diario a un costado.

-Tengo algo muy importante, chabón.

-Decimeló y tomatelás.   

-Dale, boludo. Primero te vengo a pedir perdón, mirá cómo me quedó la mano. No sabés, me pasó de todo el jueves.

-Ah, ¿a vos te pasó de todo el jueves?

-Me comí un par de manos, pero pará, porque entré al club y se armó flor de quilombo, ya venía caliente y te juro que no me di cuenta de que venía el otro boludo. Toda mía la culpa, toda.

-¿Eso fue el jueves, no?

-Jueves a la tarde –precisó, como si yo no lo supiera, y se prendió un cigarro.

-Estamos a lunes.

-Y, pero boludo… Me habrás reputeado, no te iba a escribir. Quería venir cara a cara –dijo haciendo pucherito.

-No pongás esa cara de huérfano porque ahí sí que me voy a enojar.

  Marito apareció con el mate y el termo, y trató de acomodarse a mi derecha.

-Marito, disculpame pero tenemos que hablar de algo privado. Parece que al Cazador ya no se le para el rifle, che.  

-Uh… No me digas.

-Sí, pero no se lo cuentes a nadie y escuchame: armate un mate para vos y sacá lo que quieras, unos tostados, un exprimido.  

-Bueno. ¿Le contaste lo del Viejo Bustos? 

-No, ahora le cuento.

-¿Qué pasó? –preguntó Valentín con inquietud.

-Ahora vamos a eso –esperé que Marito se alejara–. El arreglo de la chata sale veintidós lucas. Veintidós, chabón. De pedo que no se torció un eje de la rueda, porque ahí no sé qué carajo íbamos a hacer.

-Te los pago.

-Vos no vas a pagarme un carajo. Lo va a pagar el seguro, más adelante. Ahora la voy a poner yo, y además ya sé que no te deben quedar ni cincuenta pesos.

-Luca trescientos hasta el siete.

-Luca trescientos… Loco ¿vos te estás dando cuenta que te estás cagando la vida? ¿Vos en una parás la pelota y decís… “Che, Valentín, estás escabiando de más, te cagaste a trompadas, estás haciendo cualquiera, yendo para acá, yendo para allá, borrándote porque no tenés manera de arreglar las cagadas que vas haciendo”? ¿Vos sos consciente de eso, no?

-Sí.

-Que vivís en Bariloche y en un mes clavado fuiste y viniste, fuiste y viniste, rajás a Entre Ríos a no sé qué, volvés y te boxeás en una esquina, te cortás la mano porque se te ocurrió romperle el auto a un pobre boludo, te encerrás a dormir un día seguido… ¿Lo ves? ¿Me quedo tranquilo que lo ves, que de a ratos te das cuenta que estás subido a una moto que va a quinientos kilómetros por hora, que por todo esto de Dardo andás con veinte pesos por día?  

-Sí.

-Perfecto –lo barrí a fondo con la mirada. Se lo veía convencido, adaptándose al huracán en el que nos habíamos metido.

-Yo sé que estoy haciendo.

-Perfecto, mejor si lo sabés. Y no hay drama con que te hayas borrado, si ya sé que no venías porque no tenés un cobre partido al diome. No pasa nada, ya pasó.

-Gracias, loco.

-No, gracia a vo. Escuchame, paspado, que esto sí es serio: vino el Viejo Bustos y nos pegó una apurada de novela. Vino básicamente a decirte que si volvés a andar cerca del Chelo, si lo llamás, va a venir él mismo en persona a ponerte los puntos.

-¿Cómo vino? ¿Cuándo fue esto?

  Se lo resumí. El chinchón, la de Maradona que le tiró al Mosca y que nos hizo cagar de risa, el mensaje escrito en una servilleta, la cerveza que no me pagó, la amenaza de que iba a terminar con una escopeta metida en el ojete.   

-¿Pero si en una de esas yo lo llamaba al Chelo en estos días? El sábado, ponele…

-Y, te la ibas a tener que ver con Bustos.

-¿Pero por qué no me avisaste, boludo?

-Porque tenía un poquito de ganas de que el Viejo Bustos te pegue una apretada, no te voy a mentir… El fin de semana tuve ganas de cagarte a trompadas cada cinco segundos. Me acordaba del choque, y encima no venías a dar la cara, y más ganas me daban. Casi te lo mando a Marito.

-Menos mal que no lo llamé.

  Me cebé los primeros mates. Recién al cuarto o quinto le alcancé uno.  

-¿Qué hiciste el fin de semana?

-Vengo a hablarte de eso. Te dije que era importante.

-¿Y ese chupón quién te lo hizo? ¿Qué tenés, quince años?

-Después te cuento.

  Me resumió lo importante: el encuentro con sus compañeros de secundaria en la noche del viernes, la garrocheada del jefe político de Ezequiel que se había pasado al PRO, lo de la mina de la municipalidad que no vendería la casa porque estaban a punto de sacar del mapa a “los negros de ese club”.

-¿Qué club?

-No me dijo. Y ahora le mandé mensaje a Pepi y no me contesta el hijo de puta.

-Mandale de nuevo.  

-Ahora le mando, pero es lunes. Seguro estará con mil quilombos.

-Puede ser, puede ser. Pero pongámosle que no te dice nada. Hay tres equipos: los comeanguila, los putos del Hernandarias y nosotros. Si corrés a los comeanguila, porque no tienen chance de tocarles un pelo, quedamos los del Deportivo y nosotros. El Deportivo tiene linda cancha, está en una linda zona, pero está muy metida la gente de la municipalidad de allá.

-Pero está muy metida la gente de la municipalidad de allá, podría ser que sean ellos y sé que tienen una barra bravísima, mercenaria, mercenaria. Los Cardozo.  

-Sí, podría ser. Podría ser que vayan por ellos. Pero también podría ser que vengan por nosotros.

-No me entra en la cabeza.

-No, no. A mí tampoco. Y además el embrollo parecía venir de esa jugarreta que encontraste de las sociedades anónimas.

-Ahora tengo mis dudas, Santo. ¿No podrían ser ambas?

-Todo podría ser. Todo.

-Y que Dardo se haya enterado.

  Hicimos un breve silencio.   

-Ajá. Vos sabés que de eso yo ya no tengo dudas, que el pibito se enteró de algo y lo hicieron cagar fuego.

-Y el que pasó el dato de la cancha que quieren limpiar es un secretario de Driscoll. Yo te dije que en la libreta había anotado una onda que decía “Yerno de Driscoll y al lado Gabriel Sánchez Morando”.  

-Sí, sí. El que no vive acá.

-El que no vive acá, sí, el más grande. Gabriel. Lo que podríamos hacer es tratar de rastrearlo en Facebook o Instagram hasta sacar

-No, basta de rastrear. Basta, basta, me hinché las pelotas de ir tanteando, de dar vueltas… Esto me está agotando y ni arrancamos.

-¿Y qué querés hacer?

-Lo que dijimos, boludo. Hay que ir a apretar a Matías, si ese pescado está más sucio que una papa. Hay que ir, meterle una apurada y que cante. O es el Andén o es el club, la sociedad anónima. Él dirá. Si lo asustamos bien asustado, él nos dirá qué onda.

  De nuevo nos quedamos en silencio. Se escondió la cara entre las manos, se cepilló el flequillo de la peluca con un par de manotazos y resopló.

-¿Ya?

-No, la concha tuya. Si no tenemos la Kangoo, recién la tienen para la otra semana.

-¿Vamos a ir en la Kangoo?

-Ya está todo pensado. Mientras vos estabas pescando mojarritas en Entre Ríos yo me encargué de todo, de punta a punta. ¿Vos ahora sabés qué tenés que hacer, no? Descansar, chabón.

-¿Eh?

-Descansar, sí. Sacarte la capa del Cazador porque vas a terminar limado. Eso, y cortá con el escabio por varios días, cortá con las reuniones, con el club, con andar sumando quilombos en cada rincón del barrio.   

-¿Y cómo lo vamos a apretar?

-¿Ves? Esto es lo que tenés que aflojar. Las preguntas, las vueltas, el cómo, el voy a poder, el no sé qué. Vas, te encerrás en tu casa y te ponés a ver la tele o a leer.

-No sé, loco…

-No, ¿qué no sé, loco? A partir de ahora vas a ser como un perro. Y si el Santo dice “guau”, vos empezás a ladrar y le alcanzás el diario con los dientes. Es eso, o seguir solo y arreglarte como puedas. Mirame.

-Te estoy mirando.

-Es eso o arreglate como puedas.

  Me miró, recién ahí me miró.

-Bueno, Manu.

-¿Estás leyendo algo?

-¿Eh?

-Eso, boludo. Si estás leyendo algo –me entendió, y cabeceó negativamente–. Perfecto. Yo te voy a pasar unos libritos de Lem para que te distraigas. Leé, descansá, mirate una serie, rascate los huevos unos días que estás de vacaciones… Y largá el escabio. Si me entero que tocás una gota de cerveza te suelto la mano, ¿estamos?

-Estamos, papá Manuel.

-Al pelo, hijo mío –traté de darle unas palmaditas en la nuca pero me corrió la mano con fuerza.

-Salí, la concha de tu madre.

-Y estate atento, que la semana que viene yo te llamo. Ahora sí. ¿Disparaste el rifle o no?  

  Esos últimos días de enero no hice mucho. Leí hasta la mitad una novela que me pasó Manuel. Le hice caso a Fabricio, que me venía rompiendo los huevos con “Los Peaky Blinders”, y me devoré las cuatro temporadas en una semana. A la noche, pitando en la oscuridad, me imaginaba que tenía un sobretodo puesto y era un Tommy Shelby del subdesarrollo. También arranqué a jugar una Liga Master en la Play 2 que había dejado tirada ahí cuando me mudé al Sur, pero a los pocos partidos al mando del Birmingham City me cansé de que la máquina me rompa el orto y la volví a guardar en la caja.  

  Salí de casa dos veces: una el sábado 25, para ir a la peluquería, y otra al día siguiente, para ir a comer una hamburguesa al centro de Almafuerte con Milagros, una pendeja de veintitrés años que había conocido en el cumpleaños de Tomy Sepúlveda. Linda, fogosa y divertida. Hincha de Racing, fanática de Star Wars, empleada del Banco Provincia, dibujante aficionada.

-¿Venís a casa, Valen?

-No, no. Me voy, que mañana temprano tengo que llevar al perro al veterinario.

  Mirada de desencanto. Podríamos haber andado bien juntos.

-Te llevo.

-¿Seguro, Mili? Mirá que camino, estoy acá nomás.

-Te llevo. Igual te aclaro que el viaje no te va a salir gratis, mentiroso. 

  A la mañana siguiente, apenas me desperté, me senté con el saludable Mal Llevado a tomar unos verdes cerquita de la pelopincho. Pensé mucho en Jazmín, bastante en Milagros y poco y nada en lo que se venía.

  Así pasaron también el martes, el miércoles y la mañana del jueves: conmigo mateando en el patio y siendo testigo de la lucha entre Jazmín y Milagros, interrumpida por breves lapsos de ansiedad galopante pero fácil de desarticular.      

  El jueves 31 de enero a las cuatro de la tarde, diez días después del último encuentro con el Santo, me llegó el mensaje.

  “Venite para el bar que vamos. Salimos a las cinco”.

  Miré para arriba. El cielo era una amenazante y cercana cúpula de nubes negras y grises que anunciaban una de esas tormentas de verano que no se olvidan. 

Lucas Bauzá

Diseño de imagen por Lucas Vega, pueden encontrar más sobre él en Estudio Bosnia.

Ilustraciones en el texto por Nach.

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