La selección de Scaloni y el disco de Fito Paez tienen muchos puntos en común ¿Y si pudiéramos narrar a la Scaloneta a través de las letras de «El amor después del amor»? Un viaje musical a través de los campeones del mundo. Escribe Juan Stanisci.
Otra vez las lágrimas, las canciones, las banderas, las camisetas y la incapacidad de volver a casa. Dos años después, las calles vuelven a llenarse de personas que no entienden lo que está pasando. De nuevo las miradas y los abrazos compartidos con gente desconocida. Pero, esta vez, lo que no entra en el pecho no es dolor, sino una alegría incontenible.
En un momento, el ómnibus sin techo queda adelante y la multitud reclama la atención del culpable de toda esa alegría. “Que Messi se dé vuelta”, cantan quienes rodean el micro. Pero la distancia entre las deidades y los mortales es así, no es tan fácil llegar a ellos. Tiene que aparecer un intermediario para que escuchen nuestras plegarias. Es Leandro Paredes quien, tocándole el brazo, lo advierte del reclamo popular.
Y en eso la foto.
El capitán, el 10, girando sobre su eje sentado en el fondo del micro mirando a cámara. Un haz de luz se posa sobre él. Mira hacia la multitud y le pide a sus compañeros el objeto más preciado. Vuelve a girar sobre su eje. Ahora sonríe y levanta la copa ofrendándola a su pueblo. Lo baña el mismo rayo de sol. Lionel Messi podría haber cantado en ese momento: “El amor después del amor, tal vez / se parezca a este rayo de sol”.

El perfume que lleva el dolor
Con la voz tomada por el decadrón, Fito Páez contaba en una entrevista que volvería a tocar su obra más grande: El amor después del amor. El disco más vendido. El que partió su carrera en dos. El que se volvió una sombra cada vez más grande. El que juntó a Spinetta, Charly García, Mercedes Sosa, El “Chango” Farías Gómez, Gustavo Cerati, Fabiana Cantilo, Osvaldo Fattoruso, Claudia Puyó y Celeste Carballo, entre muchas figurasde la música argentina. Faltaban dos semanas para el aniversario del disco y Fito anunciaba uno de los eventos musicales del año.
Los números redondos son fértiles para los homenajes. El 1 de junio las redes se llenaron de esa tapa con letras cursivas y un Fito todavía con pelo largo, beboteando. El mismo día en que el disco cumplía treinta años, la Scaloneta en su máxima expresión bailaba a Italia en Wembley. El movimiento popular más grande de la historia del fútbol argentino se chocaba, sin saberlo, con el disco más popular de la historia del rock nacional.
En la noche londinense Lionel Messi levantaba su segundo título oficial con la selección argentina. En su sexta final, la tendencia parecía pronunciarse. Los vientos habían cambiado. Una vez más, Leo podía agarrar el micrófono y cantar mirando de frente su pasado: “Y ahora que busqué / y ahora que encontré / el perfume que lleva el dolor / en la esencia de las almas”. Para luego cambiar su mirada hacia el presente y el futuro: “En la ausencia del dolor / ahora sé que ya no puedo / vivir sin tu amor”.
Como el Tarot o el I Ching, que describen situaciones aleatorias que todavía no sucedieron, el disco de Páez funciona como una predicción de la Scaloneta. Podría decirse que muchas situaciones se adaptan a lo que cuentan las canciones del álbum. Al fin y al cabo, cómo se siente amar después de otro amor es una sensación que la mayoría de los mortales atraviesan. Pero no es solo eso. Hay circunstancias, términos y personajes que están en el disco y, por supuesto, en la Scaloneta.
El Ángel de la soledad
El 10 de julio de 2021, en el Maracaná, el embrujo llegó a su fin. Lo sabemos desde la infancia, no hay hechizo que no termine más temprano que tarde. Cuatro futbolistas, de los veintiocho, habían ganado algo más que una copa. Ángel Di María junto a Nicolás Otamendi, Sergio Agüero y Lionel Messi, habían dado vuelta su suerte. Revirtieron la mirada de los y las hinchas: de la indiferencia o, en algunos casos, el odio, habían saltado al amor profundo.
Hasta antes de esa Copa América, la selección, ese equipo que todo futbolista argentino quiere integrar, se había vuelto una pesadilla para ellos. Di María llegó a llorar solo en su cama por las noches. Fue a terapia. Aprendió a disfrutar. Pero durante mucho tiempo la selección era una invitación al sufrimiento más que al goce. Poner en juego el corazón, en un mundo tan mercantilizado como el del fútbol, es una señal de que no todo está perdido. Aunque, al mismo tiempo, ese acto también es arriesgarse a salir lastimado. “Tu amor abrió una herida / porque todo lo que te hace bien / siempre te hace mal”.

Di María nunca quiso abandonar la selección. Peleó por revertir lo que pasaba. Deambuló por los caminos del héroe, aun sin saber que su destino ya estaba escrito. Cuando Scaloni no lo convocaba para probar otros jugadores, pedía una oportunidad. En lugar de ocultarse, Di María aparecía en cámara para reclamar el lugar que se ganaba los fines de semana en su club. Podría haberle dicho a Scaloni: “Y te digo / que desde adentro yo me puedo mover”. Para completar después de su golazo en el Maracaná: “Hice un agujero en una inmensa pared”. Quizás en algún gen rosarino y canalla esa sentencia quedó dando vueltas, porque lo que en verdad dijo Ángel después de ese partido fue: “Algún día se iba a romper la pared”. Al fin y al cabo: “Todo resultó un juego / que quita el miedo”.
Aquella noche carioca fue un presagio de lo que vendría. Eso que no pudo suceder en las finales previas, donde las lesiones solían sacarlo de los partidos. En el Maracaná, Wembley y el Lusail de Doha, Di María siempre mandó la pelota a la red. A pesar de una lesión que lo había dejado afuera de los cuartos de final y la semifinal del mundial, Scaloni se la jugó por él en el partido definitorio. Si hubiera anunciado la titularidad de Ángel en la conferencia de prensa previa, podría haber citado a Páez: “Y él, el ángel de la soledad / protege, lava y cura este mal / él no me abandonará”.
El tiempo es un efecto fugaz
Existen tantas historias sucedidas en el instante previo a la inmortalidad, como granos de arena en las playas donde creció nuestro superhéroe bailador. Hay un video donde se puede ver a un grupo de personas caminando perdidas, como zombies, en los alrededores del obelisco. Como un huracán, un enjambre de gritos va ganando la ciudad. La vida les vuelve al cuerpo y empiezan a correr, como si nada importara, de un lugar a otro. A partir de ese momento existía un solo rumbo: la felicidad. “Nada te importa en la ciudad, si nadie espera”. A donde fueran, no habría una persona esperando sino miles de abrazos anónimos materializando la alegría.
“Y se detuvo el tiempo / detrás del muro de los lamentos”. Eso que parecía imposible: que después de un baile casi único en la historia de las finales del mundo, con dos goles arriba, el partido volviera a empate; que después de ponerse otra vez en ventaja, el partido volviera a empate. Si “esta vida está hecha de cristal”, ni hablar los sueños. Entonces lo bello y lo triste se unen en una fragilidad que puede ser destrozada con el soplido de un dios chiquito. La insoportable levedad de las ilusiones hace que todo pueda irse a la mierda en un instante. Eso que la pierna milagrosa del Dibu Martínez impidió, convirtiendo esa fragilidad en “un milagro de un perfecto cristal”.

De no haber sido por la tapada del Dibujito Superhéroe, hubiéramos cantado en el coro más triste del mundo: “Llegó la muerte un día y arrasó con todo”. Y no fue solo gracias a él que el canto de tristeza se transformó en desborde incontenible. Hubo dos muchachos, héroes inesperados en ese lugar de la cancha, que salvaron nuestras almas de la perdición. Uno entró como sorpresa en los meses previos gracias a un traspaso a tierras lusas. “Portugal, eso no estaba en su plan”. El otro, crack indiscutido desde hace años, pero que nunca tuvo la suerte que merecía en la selección, también había cambiado de equipo abandonando Turín para mudarse a la capital italiana. “Roma no estaba tan mal, debo admitir nada mal”. Entre Enzo Fernández y Paulo Dybala se apropiaron de la letra de La Verónica y resignificaron las geografías europeas en un cierre contra Mbappé que valió una copa del mundo.
Cuando la cabeza de Hugo Lloris giró hacia su derecha para ser el espectador más privilegiado del tiro de Montiel cruzando la línea, la llave de la inmortalidad se materializó. Para los jugadores, pero también para nosotros y nosotras. Entendimos que “el tiempo es un efecto fugaz”. Y también que todo ese viaje de lágrimas, vacíos y finales perdidas había valido la pena. “Todo lo que hicimos, la mentira y la verdad / todo lo que hicimos sigue vivo en un lugar / todo poco a poco va dejando de importar / todos menos esos paraísos en el mar”.
La sangre es para siempre, nada puedes hacer
En la conferencia de prensa posterior a que Pablo Aimar estallara en llanto en pleno banco de suplentes durante el choque contra México, Lionel Scaloni intentó bajar un mensaje de serenidad. “Habría que tener algo más de sentido común y pensar que es solo un partido de fútbol (…) la sensación es que te estás jugando algo más que un partido de fútbol (…) al final mañana sale el sol ganes o pierdas”, reflexionó el técnico. Sin embargo, la identificación que generó esta selección en gran parte del pueblo argentino, no solo pasa por aspectos futbolísticos. Mucho de la fe poética de Samuel Taylor Coleridge, a la que suele referirse Alejandro Dolina, anduvo dando vueltas por nuestros cuerpos en noviembre y diciembre. “Cambiar las leyes del amar”, canta Páez. “Suspender la incredulidad y creerse que hay algo del destino nacional que se juega allí”, explica Dolina.
Tras eliminar a Holanda, Emiliano Martínez fue consultado sobre sus sensaciones por haber clasificado a la semifinal del mundial. “Lo hago por 45 millones, el país nunca pasa un buen momento con el tema económico y la verdad darle una alegría a la gente es lo más satisfactorio que tengo en este momento”, respondió. Cuando el periodista le preguntó por las razones del triunfo dijo: “Porque tenemos pasión, tenemos corazón y lo hacemos por 45 millones”. El futbolista suele referirse a sus logros en tono colectivo, pero solo haciendo referencia al “grupo” o “plantel”. Los integrantes de la Scaloneta siempre marcaron que buscaban representar a su gente. Sin ir más lejos, el mensaje de Messi después de la derrota contra Arabia fue más hacia afuera que hacia adentro: “Confíen porque este grupo no los va a dejar tirados”.
En la noche qatarí, mientras se pasaban la copa para dar notas en la televisión, un mensaje se repetía entre los jugadores. “Estamos felices porque se la llevamos al pueblo argentino”, dijo Enzo Fernández. “No vemos la hora de estar en Argentina para vivir lo que va a ser eso”, tiró Messi sin que siquiera le pregunten.
La Scaloneta, como Fito Páez treinta años antes, conmovió a gran parte de un país. Lo llenó de lágrimas y sonrisas. En un contexto donde sonreír a veces es difícil, el fútbol como teatro de representaciones puede dar ráfagas de alegría. “Quiero dejar una suerte de señal / Si un corazón triste pudo ver la luz / Si hice más liviano el peso de tu cruz / Nada más me importa en esta vida”.
Es este sueño, es este sol
La remera azul cielo y el logo blanco de la marca dibujan la bandera argentina. Los brazos en cruz, no del que está a punto de ser crucificado sino del que acaba de sobrevivir al calvario. Los ojos cerrados y la cara apuntando al cielo. En el estadio cerrado, en la fría San Petersburgo, aquella ciudad que vio el comienzo del fin del nazismo, un rayo de sol se filtra por entre los techos. Lo baña a él, que grita el gol con todo el cuerpo, mientras unos lo sostienen y otros intentan sacarle algo. Lo que sea. No lo sabe. Pero en minutos lo darán por muerto. Tampoco sabe que no volverá a ver un triunfo argentino en un mundial.
Quizás el rayo de sol que bañó a Messi en el fondo del micro, mientras ofrendaba la copa a la multitud, no haya sido una luz de la estrella más grande. O quizás sí, pero de otra estrella tan grande como la que ilumina cada día. Podemos elegir creer que la luz que lo empapó durante lo que duraron las fotos, haya sido el beso de aquel que se fue sin saber lo que venía. La luz fue una forma de susurrar dulcemente: “Y decirte que te extraño / y voy a verte feliz”.


De San Petersburgo a la Autopista Ricchieri. No hacía falta que viniera el sol para decirnos que nuestros 10 son seres diferentes. Fue un mensaje del que ya no está pero está, al que acababa de volverse inmortal. Elijo creer que una de las cosas que puede haberle dicho, citando a su amigo Fito Paez, es: “Yo te pido un favor, que no me dejes caer en las tumbas de la gloria”.
El amor después del amor no es otra cosa que una constante entre un querer y el otro. Lo dice el disco pero no en sus letras, sino en una cita del escritor francés Marcel Schwob: “Lo que llamamos amor es el deseo de unirnos y de fundirnos y de confundirnos”. Algo de eso hubo en ese hermoso viaje llamado Qatar 2022.
Juan Stanisci
Twitter: @juanstanisci
Este texto forma parte de «Ilusión Eterna. Historias de amor, locura y mundial», nuestro último libro. Conseguilo acá.
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