El 23 de febrero de 1958 Juan Manuel Fangio fue secuestrado en La Habana, Cuba. Debía correr el Gran Premio de ese país, pero los rebeldes cubanos de la guerrilla de Fidel Castro cambiaron los planes. Al día siguiente en la carrera hubo un accidente que le podría haber costado la vida a Fangio. Escriben Lucas y Gustavo Bauzá.

1.

“Por favor, Fangio, no me obligue a disparar y camine”

-¿Textualmente dijo “por favor”? ¿Esas fueron sus palabras?  

-Sí, oficial. Como le dije –contestó, milenariamente afable, el cubano Carlos González.

  El joven teniente inspector Iván Domínguez paseó sus finos y delgados dedos por su barba de adolescente, escondió los labios y miró por encima del hombro de Nello Ugolini, director del equipo de mecánicos de la escudería Maserati.

-Entonces no le van a hacer nada.

  Nello Ugolini, Carlos González y el corredor Alejandro De Tomaso, los tres acompañantes de Juan Manuel Fangio en el momento del secuestro, abrieron sus ojos rojos y cansados. Elías Lamadrid, el comisario inspector a cargo de la tarea de recabar toda la información de los alrededores del coqueto hotel Lincoln, ubicado en el centro de La Habana, abrió el suyo, también rojo, también cansado, y además cruzado por un latido que tenía el ritmo de una bomba a punto de estallar. Tic, tac, tic, tac. La inoperancia de la policía cubana ya había dado la vuelta al mundo: el quíntuple campeón mundial de Fórmula 1 había sido secuestrado por unos pendejos que jugaban a la revolución. Pero el arma del joven Manuel Uziel no era de juguete.    

-¿Pero cómo puedes decir semejante barbaridad, chico?

  El “chico” Iván Domínguez, que era joven pero no era un chico, ya no estaba. Solo quedaba el humo de su cigarro flotando en el señorial y revuelto hall central del hotel.

-Discúlpeme por la imprudencia. El problema de Cuba es que está llena de pendejos, y el que no juega a la revolución, juega a ser policía.

-A mí no me pareció un juego, comisario –se atrevió a corregirlo De Tomaso–. Estaba convencido de lo que hacía. Un poco nervioso, pero convencido.      

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“Ganando el ciento por ciento”

  El 23 de febrero de 1958, un día antes de que se corriera el Gran Premio, Cuba era un lugar muy distinto al que es ahora. Condenada a estar a 140 kilómetros del Estado de Miami, pobre y con un pueblo mayoritariamente oprimido, gobernada por la dictadura comandada por Fulgencio Batista, y en alianza con el gobierno de Estados Unidos y las mafias locales, en la isla se hacía obsceno ya el colonialismo de antaño, ya los negocios sucios para unos pocos, ya las migajas para unos muchos.   

  Existían numerosos intereses de empresas norteamericanas, sobre todo en servicios como el teléfono, el sector turístico y en la producción de azúcar, una estratégica industria por aquellos años. La Habana estaba plagada de prostíbulos y casinos, y a eso se le sumaba que había que mojar, mediante el contrabando, las gargantas de los estadounidenses, dado que aún regía la Ley Seca. La suma de tan poderosos elementos parecía indestructible: Batista y su garrote estatal, la embajada de Iunaited Esteits y sus papeles verde codicia, y la mafia mandándole candela, putas y champán a los subsuelos y a las cúpulas.     

  Y en eso llegó Fidel.

2.

“Efectivamente, estaban organizados”

Juan Manuel Fangio estaba tallado con la madera de los gigantes. Ante un hecho extraordinario, reaccionó como lo que era: un hombre extraordinario. Con el umbral para manejar la adrenalina por encima de los mortales más que probado, y su ojo de mecánico avezado, vio que cada una de las piezas del mecanismo encajaba a la perfección: la salida por la puerta del hotel, el Plymouth verde, Oscar Lucero y su mujer, el gorro en la cabeza para disimular la que en minutos sería la pelada más buscada del planeta, el Buick gris con cuatro guerrilleros cerrando filas. Y, literalmente, se dejó llevar por las calles de La Habana, por la historia y por la Historia.

Primero fue a una casa, pero hubo desavenencias entre los captores, hubo nervios, también promesas de liberación una vez finalizada la carrera y pedidos de disculpas ante el campeón, y la maquinaria titulada “retención patriótica”, durante algunos minutos que fueron de lava, crujió por falta de aceite. Pero rápidamente volvió a andar, hasta cumplir con el segundo de los tres grandes objetivos pautados: el cuerpo de Fangio estacionó intacto y liviano en la casa de Silvia Morán, viuda de un guerrillero que aceptó alojar al argentino con la condición de que fuera tratado como un huésped.

  A Fangio no le hizo falta ver la dulzura y hospitalidad de la señora Morán: ya había sacado la misma conclusión que, horas después, sacaría el teniente inspector Iván Domínguez. Esos jóvenes, bien organizados, no le iban a hacer nada.       

“Sin sospechar que en la Sierra”

  Era la segunda vez que Fangio se encontraba en la isla, esta vez para disputar el Segundo Gran Premio de Cuba. Por aquel entonces, un grupo de guerrilleros bajo el mando de Fidel Castro y emplazados en la cordillera de Sierra Maestra, al este de Cuba, le disputaba el poder al dictador Batista. Eran pocos, eran jóvenes, eran desconocidos, pero estaban dispuestos a tomar el gobierno de la isla. En La Habana, el movimiento se encontraba en ebullición y deseaba pegarle en las narices al dictador, crear agitación en la capital y llamar la atención del mundo.

  Un año antes, en 1957, habían posado su mirada en el corredor, que ya era uno de los deportistas más reconocidos y laureados a nivel mundial. Tuvieron la intención de retenerlo, pero decidieron aplazar la tarea por una decisión de último momento. Fangio finalmente corrió –y ganó– ese Primer Gran Premio de Cuba. Y el bife con papas fritas que le gustaba comer al balcarceño, dispensado con cordialidad y respeto por el Movimiento 26 de Julio, se pospuso hasta el año siguiente.   

3.

“Se presume que lo hicieron para restar brillo a la carrera de hoy”

  Elías Lamadrid y su primo Alexis se reunieron en la madrugada del 24 de febrero, a horas de que el semáforo principal del Circuito “El Malecón” se pusiera en verde. En La Habana nadie pegaba un ojo: ni los buscadores, ni los buscados ni el tesoro. La diferencia es que unos estaban inquietos y otros no. Mientras Fangio, los cerebros y brazos del secuestro pasaban una sobremesa relativamente tranquila, con bromas (“Si mi mujer hubiese estado aquí, ya me habría encontrado” Fangio dixit 1), anécdotas sobre Balcarce y su visita del año anterior, y observaciones acerca de la operación llevada horas atrás (“Feliciten a estos muchachos, que lo hicieron muy bien”, Fangio dixit 2), las fuerzas de Batista daban vuelta la ciudad.

-Iván, el serrano, anduvo diciendo que no le van a hacer nada.

  Apenas su primo Elías terminó la oración, Alexis Lamadrid, un fétido sargento resentido con el rumbo que había tenido su carrera dentro de la fuerza, supo que estaba frente a la chance de redimirse de lo que le había sucedido una década atrás. Aquella descarga fallida de cigarrillos en un muelle del barrio Jaimanitas lo había condenado al ostracismo. Podría haber sido peor: recibir una esquirla en el ojo derecho, por ejemplo, como le había pasado al imbécil de su primo Elías.  

-Listo, Iván. Es muy listo –murmuró, apurando el café y las neuronas.

  <<Joven, listo, idealista. Serrano. Audaz. Algo imprudente. Y desfachatado. Tan imprudente y desfachatado que aún debe mantener contactos con simpatías rebeldes>>. 

-Elías: a la misma conclusión estarían llegando nuestros superiores. Y el paso posterior es lógico.

-¿Cuál sería el paso posterior? No veo la lógica. Ni siquiera veo la conclusión. ¿Tú dices que no le pasará nada al campeón?

-Sí, algo le pasará al campeón. Algo le tiene que pasar al campeón. ¿Me entiendes?

  Elías Lamadrid volvió a abrir su ojo de manera desmesurada, como había hecho horas atrás a un puñado de cuadras del bar donde se hallaba en ese momento.

-¿Pero dónde harán la entrega? ¿Y cuándo?

-Cuándo: después de la carrera. Y dónde… Tenemos toda la noche por delante para pensarlo, primo. Toda la noche.

-Pero Alexis, tú dices que no… Que no… Bueno, el coronel, o el mayor al… 

-Estarían encantados. Y no tendrían por qué saberlo ya, que fuimos nosotros. Pero primero hay que averiguar dónde…       

“Llegó el Comandante y mandó a parar”

  Hacía ya dos años que los guerrilleros del Movimiento 26 de Julio, al mando de Fidel Castro y el Che Guevara, estaban posicionados en la cordillera de Sierra Maestra. La oposición a la dictadura era generalizada entre sindicatos, estudiantes y algunos empresarios, y la determinación de los rebeldes de hacerse con el poder iba a resultar definitiva.

  No solo en las montañas se disputaba el poder de la isla: la lucha también era encarnizada en La Habana. El M-26 llevaba adelante acciones inocentes, como pintadas con consignas y propaganda; otras destinadas a articular relaciones entre los revolucionarios y los trabajadores o el movimiento estudiantil; pero también hacían sabotajes, asaltos a guarniciones para capturar armas e incluso ataques directos a elementos del régimen. La respuesta era la represión, el secuestro y el asesinato. En el mejor de los casos, la cárcel.

  Al interior del país, la lucha comandada por Castro comenzó a dar frutos. Ganaron adeptos paulatinamente, se hicieron fuertes con la ayuda de contribuciones del pueblo, la propaganda dio los resultados esperados, ya que los obreros y campesinos tomaron conciencia y se prepararon para disputar el poder de la mano de Castro y Guevara. Hacia 1957, la jefatura del Movimiento en La Habana definió un objetivo: mostrar al mundo lo que pasaba en la Cuba de Batista y mostrar lo que pretendían los rebeldes.

  Mientras maduraba la idea de la “retención patriótica” a Fangio, tal y como la llamaban, una entrevista que Fidel Castro brindó personalmente a un periodista del New York Times logró un doble efecto: desmentir la muerte de Castro, instalada por el régimen, y aumentar la moral para el combate. En el mes de abril, dos periodistas de la CBS norteamericana llegaron a Sierra Maestra para filmar y entrevistar a Castro y al ejército. La victoria propagandística ya era un hecho, se replicó en todo el país del Norte y en medios de Europa. Las barbas ya no podían taparse con la mano, pero aún faltaban meses para la acción propagandística definitiva que le mostraría no solo al pueblo cubano, sino al mundo, la capacidad para hacer ruido del Movimiento 26 de Julio.

4.

“Para seguirlo explotando”

  El 24 de febrero de 1958 se organizó por segunda vez consecutiva el Gran Premio de La Habana, la competencia deportiva más importante que se dio en la historia de Cuba. El dictador Fulgencio Batista buscó mostrar, con ese circo del disimulo, que la isla era un lugar soñado y apacible, lo contrario de lo que pasaba puertas adentro.

“Señores, tal vez me hicieron un favor”

  A las nueve y media de la mañana del 24 de febrero, ya prolijamente afeitado, de camisa y corbata, Fangio recibió a Faustino Pérez, jefe del Movimiento 24-J en La Habana e ideólogo del secuestro.

-Campeón: ¿desea recibir el desayuno en su habitación?

-¡Pero cómo no! 

-Después puede acercarse a la tele para ver la carrera…

-No puedo escuchar el ruido de los motores y no estar allí, lo lamento Faustino, la verdad es que soy muy sentimental…

***

  La ciudad, mientras tanto, con mucha tropa preocupada en las calles, era una olla a presión de desconcierto y estupor. En la tele, en la radio y en las calles solo se hablaba de una cosa: el secuestro.

-¿Algún sacerdote, Alexis?

-Podría ser… Pero hay tantísimos. Sí, algún sacerdote… O en la puerta de un periódico.

-O en el mismo sitio de largada de la carrera.

  Alexis Lamadrid miró al imbécil de su primo y, por apenas un instante, extrañó a su superior Héctor del Pingo, caído durante la fatídica madrugada en Jaimanitas. Con él presente, todo habría sido mucho más fácil. Nunca había conocido a alguien tan inteligente, atroz e implacable para hacer daño en la tierra.  

***

  En las pruebas realizadas el día anterior a la carrera, Fangio había detectado una curva particularmente peligrosa. También, debido a un vuelco anterior que había sufrido, notó problemas en su Maserati. Veterano de mil batallas, que sabía por Fangio pero más sabía por viejo, les recomendó a las autoridades que no ubicaran espectadores cerca de ese sector. Pero no lo escucharon. Quienes sí lo hicieron, y en detalle, fueron los mismos secuestradores, durante la misma noche del secuestro.

***

  Solamente seis vueltas bastaron para darle la razón a Fangio. El show de Batista se derrumbó como lo haría su propio régimen, de manera precipitada y violenta. Un despiste, seis muertos que incluyeron al corredor cubano Alberto García Cifuentes y más de cuarenta heridos.

  El campeón, al oír la noticia, se sentó al pie de la radio, sin dejar de calificar al evento como una desgracia evitable.

-¡Qué desastre, campeón!

-No puedo más que lamentarlo, Faustino. Pero en el fondo no puedo dejar de sentir que me hicieron un favor. Ayer noté que mi auto tenía problemas en la distancia entre los ejes de un lado y otro, a gran velocidad se producía un salto peligroso, y encontré en esa curva un desnivel.    

***

  -Pues ya está, Elías. Que está clarito como el agua. Debo haber tardado tanto por juntarme mucho contigo, chico, que tu estupidez ha de ser contagiosa. 

-¿Estás tan seguro, Alexis? A ver, dime… ¿Dónde entregarías al gran campeón Fangio?

-Permíteme cambiarte la pregunta… Y apenas me la contestes, toma tus cosas que ya puede ser tarde. ¿Dónde entregarías a un argentino? 

***

  El teniente inspector Iván Domínguez aplastó el cigarro con el tacón de su bota, se subió con la parsimonia de los héroes anónimos a su motocicleta MZ 150 y arrancó detrás del patrullero conducido por Elías Lamadrid. Los barbudos de la sierra no le agradaban demasiado. Pero tampoco le desagradaban. Si alguien se lo habría preguntado, hubiera dicho que, en primer lugar, lo hacía por amor a su país. Amaba a Cuba, y gente como los Lamadrid lo habían corrompido hasta transformarlo en una bolsa de mierda y pus. En segundo lugar, lo hacía por respeto a la ley. Y, recién en tercer lugar, lo hacía por el campeón. Admiraba al argentino Juan Manuel Fangio. Y de ninguna manera iba a dejar que alguien le tocara un pelo. Pero igualmente, y él lo sabía mejor que nadie, nadie se lo iba a preguntar. Porque él nunca pensaba contárselo a nadie. De hecho, nunca lo hizo.

5.

“Se alumbraba el porvenir”

  Fangio y los revolucionarios decidieron que la liberación se realizara en la embajada argentina, porque temían que el gobierno de Batista asesinara al quíntuple campeón y culpara al Movimiento encabezado por Castro. Hubo presiones desde todos los sectores implicados en la operación –la gente de la escudería Maserati, los dictadores y los guerrilleros–, la tensión lógica ante la inminencia del desenlace alcanzó al propio corredor, pero finalmente, minutos antes de la medianoche, Fangio y cuatro miembros del Movimiento 24 de Julio cruzaron una calle desierta del barrio residencial El Vedado, donde vivía un agregado militar de la embajada, subieron por el ascensor hasta el piso 11 de un edificio que quedaría congelado en la eternidad y abrieron la puerta indicada. Frente a los barbudos y al hombre más buscado del planeta, había tres burócratas con la respiración contenida.

-Estos son mis amables secuestradores, mis amigos secuestradores –los presentó Juan Manuel Fangio.

  Acto seguido, los representantes del Movimiento que acababa de sacudir los cimientos de la ciudad, del país y del planeta, como un anuncio de lo que vendría, pidieron las disculpas correspondientes. Y se despidieron con la jactancia de los que están ciegamente convencidos.

-Recuerde, Fangio: usted será invitado de honor cuando triunfe la Revolución.

  El campeón cabeceó, asintiendo. Luego aceleró en el tiempo, se detuvo suavemente en el 1981, extendió su mano derecha y la estrechó con la de Fidel Castro.  

Lucas Bauzá y Gustavo Bauzá

Este cuento forma parte de nuestro libro sobre el 24 de junio Fuegos de Junio. Compralo acá.

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