Este mes se cumplen cincuenta años del primer título ganado por Newell’s. Hace algunas semanas el club organizó un homenaje a los campeones. El encargado de organizarlo fue uno de los jugadores de aquel plantel: Armando Kichi Garrido. Un perfil de ese lateral izquierdo, que festejó el título en la tribuna, sufrió la dictadura en carne propia y es el puente entre Marcelo Bielsa y el club leproso. Escriben Javier Gañan y Juan Stanisci.
Es probable que a la hora de pensar el nombre para una tribuna, el de Armando Garrido no sea mencionado por nadie, en esto los homenajes suelen ser injustos al quedarse con los nombres que más adornan camisetas o banderas. Pero la tarea que hace Garrido, el Kichi para quienes más lo conocen, es casi tan importante como romper récords o hacer goles fundamentales. Fue un lateral izquierdo rápido, habilidoso, campeón en la primera estrella de su querido Newell’s Old Boys, dándose el lujo de estar en la tribuna y en la cancha ese torneo. Hoy, desde el Departamento de Cultura del club, es quien mantiene informado a Marcelo Bielsa de la actualidad leprosa y sostiene un compromiso inclaudicable por mantener viva la llama de la memoria futbolera.
En honor a su nombre, Armando Kichi Garrido, es un silencioso constructor de ese “sentido de pertenencia” leproso que aparece cuando se menciona a Marcelo Bielsa, Maxi Rodríguez, Jorge Griffa, Gerardo Tata Martino y tantos otros. A diferencia de estos ídolos, Kichi teje en silencio el vínculo del club con las viejas glorias, consolidando, casi sin proponérselo, una identidad marcada a fuego desde su infancia en el popular barrio Triangulo del sudoeste rosarino.
Este mes se cumplieron cincuenta años de la primera estrella en el escudo de Newell’s, un título que tuvo el agregado de haberse dado en cancha de Rosario Central, su clásico rival, enfrentándolo en un partido al que los dos llegaban con chances de campeonar. Kichi fue el encargado de convocar a los “muchachos del 74” y a ex jugadores campeones de otros años para el acto en homenaje al cincuentenario del primer título leproso, el metropolitano de 1974. Tiene 72 años, pero en el acto parece ser de nuevo ese pibe que llegó a los ocho por primera vez al club; a los codazos y risas cómplices con sus compañeros de entonces. Parece estar internamente orgulloso de haber aportado dos granitos de arena: uno en aquel campeonato y otro en la organización del homenaje a la “estrella más importante de la ciudad”.

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Garrido nació en 1951, en plena argentina peronista. Creció en barrio triángulo, en la zona sudoeste de Rosario, un barrio que, a comienzos de la década del sesenta parecía el lugar ideal para armar potreros, donde las casas bajas de laburantes -muchos del ferrocarril como su padre- convivían con terrenos descampados. Pero la barra de Kichi tenía una ventaja. Su tío trabajaba en alumbrado público de la Municipalidad, lo que permitió que le regalase unas lámparas, que con sus amigos lograron colgar luego de improvisar unos postes de luz. Cuando caía el sol, le pedían a su mamá o a alguna vecina que les pasara electricidad. Así, en tiempos donde todavía muchos estadios no tenían reflectores, podían seguir jugando al fútbol de noche. Allí fue forjando una típica infancia de barrio, donde la pelota se alternaba con cazar ranas, jugar con gomeras, bolitas o robar quinotos de una quinta cercana. Recuerda su casa familiar con ternura y como adelantada a la época: un espacio de gran libertad y conciencia social. La política siempre estuvo ahí, su bisabuelo era anarquista y su abuela (responsable de su apodo derivado de chiquilín) no se quedaba atrás, la define como “gran peronista”.
A diferencia de la velocidad con la que transitaba el lateral izquierdo, cuando Kichi habla lo hace en cámara lenta, manejando los tiempos para introducir las anécdotas -un atributo que recuerda a Mario Zanabria el 10 de ese equipo del 74 que él supo integrar-. “Yo me hice socio a los ocho años, practiqué Judo, natación, de todo. De ahí en más no me perdí ningún partido en la tribuna. Después con los años compartir cancha con los que eran tus ídolos, para mí fue como estar en Disneylandia”, se entusiasma al recordar.
Kichi cuenta orgulloso que debutó en Newell’s un 17 de octubre. Esa tarde iban ganando 2 a 1 y él estaba confiado: tiró un centro de rabona y luego ensayó un caño que no prosperó y casi desemboca en un gol rival. Hoy se ríe al recordar que Juan Carlos Montes, por entonces compañero de equipo –quien años más tarde será el director técnico que hizo debutar a otro Armando, un tal Maradona- le gritó: “pendejo de mierda, diez minutos en primera y tiras caños, te voy a recagar a trompadas”. Afortunadamente para Garrido el partido terminó con ese resultado y la situación no pasó de un llamado de atención en el viaje de vuelta “Eso eran los viejos de antes, te dejaban un mensaje imborrable”, recuerda. Al partido siguiente, en su debut de local, el Mono Obberti, uno de sus ídolos, lo abrazó y mirando la popular le dijó entre risas «pensar que hace poco estabas ahí atrás del alambrado gritando ´mono mono´, acá me tenes, tocame», tratando de que ese 20 de octubre de 1971 el pibe Garrido relajara los nervios y gane confianza frente a la hinchada leprosa. Una tribuna a la que no dejaría de ir cada vez que pudiera, aún siendo jugador del plantel.
Su debut en primera fue unos años antes, en Central Córdoba de Rosario, donde fue dirigido por “el gitano” Juárez, quien luego lo llevó a su querido Newell’s. “Me compran en el año 71. Armando Botti, para mí el mejor presidente de la historia, no porque me compro a mí, está claro -se ríe mientras lo dice-, sino porque fue el que le dio la llave a Jorge Griffa para que empiece a hacer lo más grandioso que tuvo Newell’s, que fue el laburo que hizo durante más de veinte años sacando la cantera más gloriosa del fútbol argentino”, cuenta aprovechando para poner en valor a Jorge Griffa.

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El Torneo Metropolitano de 1974 contaba con dos zonas, ambas con nueve equipos. Los clubes rosarinos salieron primero en cada una. El campeonato se definió mediante un cuadrangular al que también clasificaron los segundos de cada zona: Huracán y Boca. Los leprosos llegaron a la última fecha de ese cuadrangular luego de haberle ganado 3 a 2 a Huracán en la primera fecha, y 1 a 0 a Boca en la segunda. Newell’s era dirigido por Juan Carlos “Canción” Montes, quien en poco tiempo pasó de jugar a dirigir a sus propios compañeros. Garrido comenzó el torneo siendo titular “yo jugué 6 partidos, ganamos 4, uno de ellos el clásico, que lo ganamos 4 a 2 con dos goles de Cucurucho, uno de Marito y otro de Berta”. Era un equipo que se caracterizaba por su juego vistoso con pelota al piso, cuyo rendimiento fue creciendo progresivamente desde la primer ronda, comandado por Mario Zanabria y una delantera letal protagonizada por “Cucurucho” Santamaría y el “Mono” Obberti. Para Kichi ese podio necesita dos integrantes más: el uruguayo Carrasco que defendió el arco “sacando todo” y José Berta, un volante central correntino que jugaba y metía.
El dos de junio de 1974 Newell’s estaba puntero en el cuadrangular final, dos puntos detrás lo acechaba su eterno rival, con quien se vieron las caras esa misma tarde en cancha de Central para decidir la suerte del torneo metropolitano. Kichi lo vió junto a su hermano en la tribuna visitante. Una distensión de ligamentos en la primer rueda y el excelente rendimiento de Barreiro lo dejaron fuera del equipo. Pero nada podía impedirle estar en el segundo lugar que más feliz lo hace y disfrutar como sus compañeros dieron la vuelta en la cancha de Central, representando al club que tanto ama. Esa tarde, luego de ir perdiendo 2 a 0, el equipo remontó el partido, primero descontó Capurro de cabeza, y lo empató a diez minutos del final con una tremenda volea de zurda de Mario Nicasio Zanabria que quedará retratada en una postal imborrable para cualquier lepra.
“Ese día ¿cómo lo viví? Lo viví como un hincha, nunca me sentí incómodo cuando no jugaba, porque tenía vivencias que iban por otro lado. Lo que te puedo decir de haber vivido eso te lo sintetizo en lo que sentirías vos como hincha, porque yo era un enfermo de Ñubel”. Por momentos en la voz de Kichi resuena esa escena de Santos Discépolo gritando “el hincha es el alma de los colores, el que da todo sin esperar nada”. Ese día nuestro protagonista terminó festejando hasta altas horas junto a su familia y amigos en su casa de barrio Triángulo.

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Luego de jugar en Newell’s, su carrera continuó en Aldosivi de Mar del Plata para finalizar en Atlético Ledesma de Jujuy, donde una rotura de ligamentos sumado a la angustia por lo que estaba viviendo en esa ciudad lo llevó a finalizar su carrera de manera temprana en el año 77. En 1975 Garrido formó parte de los jugadores profesionales que incorporó Atlético Ledesma para potenciar el club que pertenecía al ingenio azucarero. “A mi me llevó Don Ángel Zof. Ledesma contrató todos jugadores profesionales y armó un equipo extraordinario, viajaron de Ñuls, de Estudiantes de La Plata, de Rosario Central. Yo estaba bien en Mar del Plata, les pedí una fortuna pensando que no me la iban a dar, pero aceptaron, así que fuí, además Don Ángel era un señor, le tenía mucho aprecio”.
En Ledesma, Garrido fue testigo del operativo con que la última dictadura secuestró ilegalmente a más de 400 jóvenes. “Me generó como una crisis existencial lo que estaba viviendo allá, me sentía un payaso que teníamos que distraer a la gente, eso me fue comiendo la cabeza”. Las palabras de Kichi dan cuenta de una ciudad donde se respiraba el terror sembrado bajo las órdenes de la oligarquía azucarera que describe como “un poder feudal”. Una época de su vida que le costó diez años de silencio, y hoy puede recordar como “monstruosa”. “Fue tremendo. Hubo una semana entera que se apagaba la luz de noche y se chuparon a más de cuatrocientos personas. Hoy día hay 33 o 35 desaparecidos, entre los cuales hubo tres que yo frecuentaba, que después de eso no las vi más. Me dijeron que se habían ido a Buenos Aires, eran dos chicas y un varón. Bueno, hasta el día de hoy no sé realmente si están entre los desaparecidos”.
Al recordar su época en Ledesma surgen algunas anécdotas que permiten comprender cómo se vivían los años setenta de la gente común como bautizó un sociólogo argentino. “Una que nos pasó esa época que muestra que no sabíamos bien lo que vivíamos fue que nosotros viajábamos mucho para Tucumán en ese momento del proceso”. Un momento en que era habitual que en la ruta hubiera controles y retenes realizados por las fuerzas armadas. “En un viaje nos pararon cuando íbamos con el micro, sube un milico y viene mirando asiento por asiento, pasa por al lado mio y se detiene. Yo tenía barba y bigote y don Ángel me decía ‘corteseló corteseló ’ yo le decía ‘si yo no jodo a nadie con la barba o el bigote’. Entonces, pasa el milico por al lado mío, me toca en el hombro y me dice:́ ‘qué cara de zurdo que tenes vos’. Y yo inocentemente como un pelotudo le respondo ‘soy zurdo sí, juego de número tres´. El que estaba al lado mío quedó blanco como un papel. Vuelve el milico y cuando pasa al lado mío me toca el hombro de vuelta y me dice ‘no te hagas el vivo vos’. Después me comí una cagada a pedos de Don Ángel”.
Si bien la figura de Don Ángel Tulio Zoff está emparentada con Central, lo cierto es que el primer club que dirigió fue Newell’s. El respeto que tenía por la parte leprosa de la ciudad, hace que se lo recuerde con cariño. “Al tiempo de estar en Ledesma me dice que había posibilidades de que él se vaya a Rosario Central y que me quería llevar porque yo le jugaba en los dos puestos. Le dije ´miré Don Ángel se lo agradezco profundamente pero yo no podría jamás ponerme esa camiseta, no se lo digo con desprecio, yo se que usted simpatiza, pero en Rosario yo solo me pongo la rojinegra”, recuerda de modo picaresco Kichi Garrido.
Quizás esa marca vivida en Jujuy haya influido en su activa militancia treinta años más tarde. Durante los oscuros años de Eduardo López, Kichi fue parte del movimiento que se unió “para recuperar a Newell’s y sacarlo de la dictadura”. En el año 2003, en un ambiente marcado por amenazas y aprietes, Garrido se integró a la incipiente oposición a la gestión de López Una experiencia que, luego de naufragar en su intento democratico en 2004, fue tomando fuerza de cara a las elecciones de 2008 donde se lograría derrotar a Lopez en elecciones limpias. Este movimiento fue posible a partir del involucramiento de los jóvenes, aspecto que Kichi valora profundamente “se luchó y se luchó mucho. Había gente capaz, muchos pibes, los chicos de autoconvocados tuvieron un rol extraordinario en eso, en la recuperación de nuestra libertad, porque fue eso, pudimos ser libres”.
A continuación retoma su corazón gremialista para poner en valor el aporte de los ex jugadores en ese contexto “eramos pocos pero comprometidos: El Yaya Rossi, la Chancha Cozzoni, Boquita Sensini, el Galgo Dezzoti, el Tata Martino y bueno, yo. No éramos tantos los que poníamos la cabeza para la cara visible, por supuesto yo era al menos famoso de todos esos que te dije”. La esquina de Moreno y Córdoba fue epicentro de las movilizaciones leprosas por esos años, la misma en la que había funcionado la sede del Comando del Segundo Cuerpo de Ejército durante la dictadura que tanto daño le había ocasionado a Garrido décadas antes.
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Kichi Garrido es un puente generacional, no solo entre jugadores, sino también entre hinchas. Pocos días antes del cincuentenario de la estrella del 74, su amigo Gustavo, treinta y cinco años más joven, lo invitó a un asado en una previa antes de un partido en el Coloso del Parque Independencia “Marcelo Bielsa”, a sus 72 años es uno más del grupo y logra algo inédito en esos encuentros, interrumpir el griterío y generar un momento de atención extrema al responder precisamente sobre su amigo cuyo nombre coincide con el del estadio: “Marcelo extraña horrores a Ñubel, tiene la mirada de un hincha, la mirada nuestra. Lo que le interesa siempre es cómo están las cosas, las obras de la tribuna, cómo está la pensión de los chicos, qué se está haciendo nuevo en el club… quiere que Newell’s se enaltezca digamos, eso lo hace muy feliz”. Al preguntarle sobre la relación que tienen enfatiza su “costado humano” y todo lo que aprende cada vez que hablan: “Marcelo tiene una filosofía de fútbol que es increíble, tiene convicciones muy profundas que no va cambiar, por eso lo admiro y me peleó cuando le critican que no cambia, tiene esa coherencia […] Una integridad de una persona que piensa siempre en el otro, eso se ve pocas veces, yo le confiaría mi vida”, afirma contundente. Lo que Kichi no dice (o quizás no sabe) es lo que significa que él sea el principal interlocutor entre Newell’s y Bielsa, un rasgo que habla de una lealtad que también se ve pocas veces.
Más allá de haber cumplido el sueño de jugar en la primera, cuenta que su mayor orgullo en Newell’s es haber colaborado para juntar ex jugadores de seis generaciones diferentes: desde ese defensor de la década del cincuenta de galera y bastón como Federico Sacchi; pasando por Roberto Puppo, jugador en los cincuenta, formador de inferiores del club y entrenador en décadas posteriores; hasta “castalepras” -así bautizan a los pibes de inferiores que son hinchas y sienten la camiseta- como “Pomelo” Mateo, campeón en 2013; y leprosos contagiados por adopción como “Pepi” Zapata, campeón en 2004.
Su presente es trabajar zurciendo pasado y futuro, como si fuera una manera de reconstruir los lazos de solidaridad que le arrebataron en Ledesma. Hoy ese lateral izquierdo pasa sus tardes generando comunidad entre el club y las viejas glorias o forjando lazos con jugadores de afuera que se enamoran de ese “sentimiento de pertenencia” después de vestir la rojinegra. Un sentir que nació con aquella escuela fundada en 1884 que Armando Kichi Garrido mantiene vivo desde una trinchera silenciosa.
Javier Gañan y Juan Stanisci
Twitter: @juanstanisci
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