Hoy comienza un nuevo andar de Messi y compañía en la Copa América. La obsesión conquistada. De las lágrimas en Estados Unidos a las rodillas en el Maracaná. Capítulo del libro Ya está editado por Vinilo editora. Escribe José Santamaría.

Cuando juegue contra Bolivia en la fase de grupos de la Copa América 2021, se va a convertir en el argentino con más partidos en la historia de la selección, con 148 en dieciséis años. Ya es hace rato el que más goles hizo, y ya es una curiosidad patria que no haya ganado ningún torneo después de aquel Mundial sub-20 de 2005 y de los Juegos Olímpicos, que juegan los sub-23, de 2008. En la selección mayor, nada.

La copa es en Brasil y es su sexto intento continental. Si el mundo completo se volvió un lugar esquivo, por qué no conquistar primero una parte. Es un torneo menor, que Argentina vive suponiendo que debiera ganar y no gana, y que a esta altura juega para que Messi se lleve algo.

Lionel Scaloni, que había sido parte del cuerpo técnico de Sampaoli en el Mundial de Rusia, ya es el director técnico oficial. Contándolo a él, Messi tuvo dieciséis entrenadores entre Barcelona y Argentina, y es difícil adivinar a cuántos va a recordar con cariño. La lista incluye, al azar, a Pep Guardiola, con quien tocó las nubes, y al Coco Basile, que le mejoró la pegada en los tiros libres, pero también a Quique Setién, que dijo que Messi es difícil de gestionar porque no habla mucho pero hace saber lo que quiere, y a Edgardo Bauza, que firmó un pizarrón para la tapa del diario Olé diciendo que iba a ser campeón del mundo y que solo le faltaba convencer a los jugadores, duró ocho partidos y fue despedido mucho antes de llegar al mundial.

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Algo funciona con Scaloni, que tiene cuarenta y tres años y ninguna experiencia previa. Cuando arrancó en su puesto, se suponía que era de forma interina, ese tecnicismo futbolero para nombrar lo que tiene vida corta. Hasta que llegara un entrenador en serio, tenía seis partidos amistosos. Los usó para ir convocando a jugadores nuevos y explicitó que no iba a molestar a Messi. Primero había que ordenar, después tentarlo. Ordenó, lo tentó, Messi volvió a volver. Y entonces a Claudio Chiqui Tapia, el presidente de la Asociación del Fútbol Argentino, le pareció que era mejor no tocar nada. Hoy en su mesa de trabajo están Pablo Aimar, Roberto Ayala y Walter Samuel. Todos jugaron con Messi en Argentina y contra Messi en sus clubes alguna vez. Llevan esos mismos dieciséis años viéndolo insistir y entienden que hay que ocuparse del resto antes de pedirle cosas a él.

Argentina gana la Copa América contra Brasil en el estadio Maracaná, con un gol de Di María. Cuando suena el silbato final, Messi ya está en el piso porque se tiró a barrer la última pelota. Se arrodilla, se sostiene la cara con las dos manos y el plantel entero se le tira encima, como en un patio de escuela primaria en el que se amontona el país entero.

Di María recibe la medalla y se queda sentado en el pasto del estadio, mostrándosela a su familia por videollamada. Algún día se iba a romper la pared, les dice. A sus cuatro años, su madre lo llevó al pe diatra preocupada porque no paraba de correr un segundo y el doctor le devolvió una receta simple: que juegue a la pelota. En la selección corrió tanto como se desgarró, y los momentos más importantes de su carrera estuvieron atravesados por lesiones, incluída la final del Mundial 2014 en que no llegó a convencer a Alejandro Sabella de que lo pusiera igual. Déjeme que me siga rompiendo, le pedía.

José Santamaría

Capítulo del libro Ya está, de reciente aparición y editado por Vinilo Editora. Conseguilo acá.

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