En un grupo cargado de historias de invasiones y anexiones con el país anfitrión de la Eurocopa, Austria tomó Berlín. Como si fuera un homenaje a Mathias Sindelar, el mejor jugador de la historia austríaca, fallecido hace casi cien años. Cuenta la leyenda que en un partido entre Alemania y la Austria a punto de ser anexada al Tercer Reich, Sindelar hizo un gol y lo festejó de frente al palco nazi. Estaba ya cerca del retiro, pero ese gol significó un símbolo de rebeldía contra el vecino invasor.

En tiempos de deudas impagables por apuestas deportivas, Austria dio vuelta todas las combinadas. Primero de un grupo compartido con los dos equipos que llevaron a penales a la selección campeona del mundo. En un partido digno de última fecha de grupos, esos donde nada es lo que parece y todo siempre está por suceder, complicó la estadía de Holanda en Alemania. Dos veces el equipo naranja empató el partido. Pero Austria, obstinada, logró ponerse en ventaja por tercera vez. Fue 3 a 2. Se abre la llave para los herederos de Sindelar, el Wunderteam y Hugo Meisl.

En el otro partido, Lewandowski, el gran ausente de esta copa, apareció únicamente para hacer el gol que dejó a Francia segunda. También fue la vuelta de Mbappé, el hombre de la máscara. Kylian pudo marcar su primer tanto en una Eurocopa, algo que debería atemorizar a su próximo rival. Francia parece un auto clásico, la carrocería impacta de solo verla, pero tiene caja con tres cambios. Dos empates y una victoria. Dos goles: uno en contra y el otro de penal. Demasiado gusto a nada. Hay que buscar cómo se dice amarrete en los suburbios de París.

En los cierres de grupo nada es lo que parece. Son una galleta de la fortuna comprada en el barrio chino. Un truco de magia hecho por René Lavand. La invitación a un baile de disfraces. La moneda en el aire de la película Matchpoint. El punto exacto donde se rompe un destino. Una patada en el culo a la lógica.   

Juan Stanisci
Twitter: @juanstanisci

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