Cuando Gareth Southgate puso a Bukayo Saka de lateral por izquierda el recuerdo fue inevitable. Vino a mi mente, casi de forma automática, el Argentina-Islandia del debut de Rusia 2018, cuando Salvio jugó de cuatro. Dije, para mis adentros, que Inglaterra estaba sampaolizada.
El razonamiento se comprobaba como una suerte de sensación cultural: Inglaterra era, y por momentos es, la nada. No es una reflexión filosófica, pero la parsimonia con la que jugó durante 94 minutos el equipo que está llamado hace años a convertirse en el mejor de Europa y en el mejor del mundo, perdiendo contra una selección (de trabajo brillante, por cierto) con un nivel futbolístico y económico muy inferior, se asemejaba a eso: nada.
Es parte de una discusión teórica sustanciosa, histórica, metodológica: ¿Existe, acaso, la nada? No es el objetivo de un texto de este calibre tomar posición sobre una discusión semejante, pero el conjunto británico se acercó bastante, si es que es posible.
El equipo que casi ni se acercó al gol solamente disimuló su pobreza futbolística con el balón en sus pies. Pero no presionaba, no generaba chances de gol, no construía sensaciones de peligro.
Lo que rompe los moldes, en una estructura casi derrotista, es el sujeto: una acrobacia magistral de Bellingham que rescató inmerecidamente a los suyos. Elegancia y prestancia para toda la vagancia. El tiempo extra estaba casi de más, con un equipo extenuado que igualmente dio pelea frente a un prototipo de selección.
El ser y la nada. O, en este caso, el diez y la nada. Jude saves the queen.
El camino hacia el 14 de julio muestra tres caminos. O el diez lleva la cruz sobre su espalda o el siempre potencial Inglaterra aparece con algo de juego colectivo.
Será así o no serán nada.
Santiago Núñez
Twitter: @SantiNunez
Lástima a nadie, maestro necesita tu ayuda para seguir existiendo:
