A diez años de un partido que nos cambió la vida.

La RAE define a las cenizas como un polvo gris que emerge luego de una combustión. La desintegración después del fuego. Es, digamos, la parte que queda.

Es difícil recordar un hecho, un día, una secuencia o lo que sea sin que ese relato sea construido a partir de instantes, circunstancias, situaciones puntuales. Es la metonimia: la parte por el todo.

Enzo Pérez, que reemplaza a Di María, multiplica esfuerzos en zancadas rutilantes pero poco lúcidas. Mete, en el minuto 74, el que podría haber sido el pase gol de su vida.

Lionel Messi busca lo que una figura merece y, sin encontrarlo, se encarga de que sus apariciones sean peligrosas y mantengan alta la expectativa. Clava al ángulo uno de los penales más jodidos de su vida. Llora.

Ezequiel Garay anticipa en el primer palo un cabezazo incómodo y para nada peligroso.

Jorge el Topo López no cubre el partido, pero está.

Javier Mascherano va al piso con el pie pero antes con el corazón para tapar un mano a mano de Arjen Robben con el arquero y, antes de decirle a ese arquero que esa noche se convierte en héroe, se convierte en héroe él.

Sergio Romero, igualmente, le hace caso.

Rodrigo Palacio tiene un mano a mano con la cabeza que no logra meter de emboquillada. Era por arriba.

Maximilliano Rodriguez, que solo juega 64 minutos en todo el torneo, mira de frente al destino y, con el empeine, lo encuentra.

Varios millones llegamos a lo que parecía imposible: una final del mundo, el santo grial de nuestra prédica futbolera. Es eso: que todo esté bien, ese día y quizás otros días cuando recordamos ese. Si alguien nos hace entrar en combustión, la parte que quede tendrá ese sentimiento de eternidad.

Walter Saavedra, relator radial, le dedica la victoria a los pibes que acabaron las balas de la yuta. Comenta que le duele el pecho. Y lanza, a los cuatro vientos, lo siguiente: “9 de julio, la Argentina hace historia, sobre la ceniza de su propia historia”.

Santiago Núñez
Twitter: @SantiNunez

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