Ilusionismo:
Arte de producir fenómenos
que parecen contradecir los hechos naturales.
Sobre el césped de la cancha central del All England, Carlos Alcaraz y Novak Djokovic disputaron la final de Wimbledon 2024. Los vimos disputarla. Nole es un grande, de los grandes de verdad. Pero Carlitos, El Ilusionista, produjo fenómenos que parecieron contradecir a la naturaleza.
En mayo de 1997 David Copperfield se presentó en Buenos Aires. Nada se sabía sobre el show. A mitad de la primera, presentación se apagaron las luces por completo. La negrura envolvía al Teatro Grand Rex. De repente un destello inesperado, y Copperfield apareció sobrevolando el teatro, por encima de las cabezas de un par de miles de espectadores, sorprendidos, asombrados, abrumados. “Uuuuuhhhhhhh”, fue el sonido de un resoplido colectivo. Todos “sabíamos” que no estaba suspendido en el aire, pero realmente veíamos que Copperfield estaba volando delante de nuestros ojos, en persona.
El primer game con Djokovic en el servicio, duró catorce minutos de un tenis de alto vuelo y de paridad. Alcaraz le terminó quebrando el saque. Fue la coartada perfecta para que, los simples mortales, nos montemos aún más a la hipótesis en la que casi todos coincidíamos: sería un partido largo, parejo, luchado desde todos los ángulos.
Pero no. A partir de ahí, Carlos Alcaraz se puso la pilcha de ilusionista, y realizó un espectáculo montado que salió sin grietas. Nos hizo creer a todos que el que estaba disputando la final parecía Djokovic pero no era Djokovic. Era apenas un tipo común, con inquietudes tenísticas, que jugó casi dos horas y media, siendo superado en todas las facetas del juego. Como si no tuviera recursos, ni maneras, ni temperamento para emparejar el partido.
Carlitos hizo desaparecer a Djokovic y puso un sustituto, delante de la vista de todos. Y el “Uuuhhhh” fue el sonido del resoplido de sorpresa y asombro de la tribuna, en muchos de los puntos del inapelable 6-2,6-2,7-6.
Todos sabemos que Djokovic tiene los bolsillos llenos de respuestas tenísticas para todo momento. Pero lo que vimos es un tipo sin nada de ello. Carlitos, El Ilusionista, ejecutó su acto a la perfección. Flotando por la pulcritud del verde césped, desplegando un abanico de capacidades de alta gama, al máximo nivel y máxima velocidad.
Llegó a todas las pelotas. Aceleró cuando quiso desde el fondo de cancha. Voleó. Sacó mejor que en todos sus demás partidos del torneo. En ataque y en defensa la superioridad fue manifiesta.

No solo es ilusionismo un espectáculo teatral noventoso. También habla de ilusionismo el relato de Steven Millhauser, que viaja hasta Viena, capital de la Austria-Hungría de 1889, contando las aventuras de un ilusionista llamado Eisenheim.
Resulta que Eisenheim se enamora de Sophie, la duquesa von Teschen, y cruzan una relación. Pero Sophie era también la prometida del príncipe heredero Leopold, que además de golpista de su propio padre, persigue a su novia y a su amante, prometiendo ejecutarlos.
Eisenheim propone un ilusionismo mucho más encriptado que el de Copperfield. El arte escénico, repleto de subjetividad y narrativa ingeniosa, en la apariencia de hechos inexplicables, termina humillando al propio príncipe en un espectáculo lleno de duelos mentales.
Los dos primeros sets de la final de Wimbledon, fueron de un ilusionismo más explícito, de luces y fuegos artificiales. Por la magia en la destreza de Alcaraz, patinando en el pasto londinense, ejecutando tiros imposibles y drops inalcanzables para Djokovic. Convirtiendo drops que parecían inalcanzables para él en contradrops inalcanzables para el rival.
El tercer set cambió de matices y se puso más Eisenheim. Alcaraz estaba 5-4 y sacaba para terminar el duelo: 40-0, triple match point.
Allí Nole mostró lo único que pudo mostrar de Nole. Levantó los match points, le quebró el único turno de saque que pudo quebrar en el partido, y conservó su saque en el siguiente game. 6-5 para Djokovic, y el juego mental cobró protagonismo en el clima de tensión.

El ilusionista Carlitos también sorprendió en este rubro. Cuando el público creía ver aparecer la comprobada fortaleza mental de Novak Djokovic, lo que apareció fue la fortaleza y la convicción del español de 21 años, poniéndose 6-6 y arrollando a Nole en el tie-break. Haciendo que el serbio quede siempre lejos de la pelota y hasta gesticulando su impotencia.
Cuando la máxima tensión del tie-break se imponía sobre los que miraban y los que jugaban, Alcaraz previo a tomar el servicio, se acercó a su rincón, tomó una toalla, y mientras se secaba el sudor, sonrió mirando a la tribuna. Le había hecho creer a todos que tal vez le pesaría cerrar el partido, por el game en el que perdió los tres match points. Pero una vez mas, todo era una ilusión. Con la sonrisa que nunca falta, la que parece esencial en como Carlos Alcaraz juega y se toma la vida, sacó. Y ganó el partido.
Bicampeón de Wimbledon. Segundo título Grand Slam del año. Cuarto de su carrera.
Los españoles cuando hablan de un deseo futuro, suelen apelar a la frase “me hace ilusión”. De niño, Carlos solía decir que le hacía ilusión jugar un torneo Grand Slam.
El ilusionista Eisenheim simula su muerte y la de su amada, frente a una audiencia integrada por el jefe de policía y repleta de oficiales. El relato con final feliz, encuentra a la pareja comenzando una nueva vida en una cabaña alejada de Viena.
El epílogo de Wimbledon 2024, ubica el triunfo de Carlos Alcaraz como la confirmación del inicio de una nueva era en el tenis. El ilusionismo de Carlitos ya es realidad.
Fabián Spina
Twitter: @fabspina10
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