Boca es un equipo de esta época. Como si el tiempo fuera eterno, parece vivir en la procrastinación. Desde hace un par de años los partidos pasan entre pases horizontales hasta tres cuartos de cancha. Pero hay algo del ciclo Martínez que rompe con esa norma: la capacidad para hacer golazos colectivos. Desde aquel a River en el Monumental, apodado con sorna el “Medinazo” por el mundo Twitter, hasta el de anoche. Grandes combinaciones colectivas coronadas, habitualmente, por Cavani o Merentiel.

Hay un hilo conductor en esa capacidad para combinar por el centro de la cancha con la precisión de un asesino a sueldo, tres nombres que ahora son dos: Medina y Zenón. A ellos se les sumaba Equi Fernández, vayan unas lágrimas por su recuerdo. Cuando ellos no están, Boca anda a la deriva en el río donde nada pasa. Pero cuando aparece la conexión Medina – Zenón, la deriva del cauce encara hacia la felicidad.

No importa si el equipo venía medio perdido, esa jugada clave que siempre saben hilvanar, marca un antes y un después. Luego del gol, Boca toma confianza y juega a otra cosa. Si eso se mantiene termina logrando un período de grandes partidos como en el primer semestre (finalizado abruptamente por la caricia del botín de Lema al jugador de Estudiantes).

Anoche pareciera haber aparecido nuevamente el tercer elemento necesario para que esa dupla haga combustión: Agustín Martegani. El ex San Lorenzo entró a jugar para taparle la boca a los que lo apodan pachorra. Fue el más dinámico en el segundo tiempo, el que siempre fue para adelante y el que ayudó en la presión a los delanteros. La jugada del gol arrancó con una pisada suya para cambiar el enfoque del ataque, luego fue para Medina, este jugó con Zenón y de ahí la definición del magnánimo Edinson Roberto Cavani.

Boca parece afirmarse en ese viejo dicho que dice que recordar es aprender. Se acordó como jugaba el semestre pasado. El Boca de los golazos. Un equipo Medinista y de Zenón.

Juan Stanisci
Twitter: @juanstanisci

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