Vuelve a correr Franco Colapinto, el pibe irrumpió en la vida mediática de Argentina y el automovilismo con la velocidad de un Fórmula 1. El automovilismo argentino necesitaba volver a la F1, más con un pibe del carisma de Colapinto. Perfil mediático y automovilístico del joven piloto. Escribe Juan Stanisci.
Durante más de cuarenta años, ningún argentino logró meter su Fórmula 1 entre los diez más rápidos. El último piloto antes de Franco Colapinto en finalizar en el top ten –Carlos Lole Reutemann en 1982– terminó siendo gobernador de Santa Fe en dos períodos consecutivos. Así de popular es el automovilismo en Argentina. En el programa de entrevistas La Cita, emitido por Youtube, Jorge El Negro Yoma le contó a Lorena Álvarez cómo fue la primera campaña de Reutemann en 1989. “¿Qué hago? Nunca hice política”, dice Yoma que le preguntó el Lole a Menem. “Vos salí y abrazá a todos los santafesinos. Sos Reutemann. Vos sos el campeón”, le contestó el Carlos. Un detalle: Reutemann nunca había sido campeón. Tiene el récord de mayor cantidad de terceros puestos en la F1 y en 1981 estuvo a un punto de ganar. Pero para Menem y los santafesinos igual era el campeón. Así de popular es el automovilismo en Argentina.
Franco Colapinto llegó al mundo el 27 de mayo de 2003. Dos días después de la asunción de Kirchner como presidente. Una de las primeras apariciones de Néstor fue en una Santa Fe subacuática. Desde hacía casi un mes la ciudad estaba inundada, el Paraná había vencido las defensas costeras. El gobernador era Reutemann. La inundación tapó la ciudad y sus aspiraciones presidenciales. Mientras el agua bajaba, vivía sus primeros días el sucesor en Fórmula 1 del Lole. Hubo otros pilotos entre ellos: Gastón Mazzacane y Esteban Tuero, pero ninguno tuvo el impacto que está teniendo Franco Colapinto. Ninguno, además, logró aquello que había hecho Reuteman: meterse entre los primeros diez en una carrera y sumar puntos.
Colapinto sostiene en la pista lo que genera afuera de ella. Da vuelta el mundo. Yo estoy al derecho, dado vuelta estás vos. Primero la popularidad después el éxito. No hay una fórmula para ser exitoso, tampoco para ser popular. Colapinto parece tener talento para las dos.

Las luces se encienden
En el libro Díganme Ringo, de Ezequiel Fernández Moores, se dice que Ringo Bonavena entendió los medios de comunicación antes de que existiera el término “mediático”. Utilizaba los diarios, las radios y los pocos canales de televisión para provocar rivales y vender entradas. Por fuera del boxeo quizás no se sabía quién era el campeón, pero sí habían escuchado hablar de Ringo. Franco Colapinto es Ringo Bonavena con redes sociales. Rompió la barrera de su deporte, muchos vieron su primera carrera de la mano de Colapinto. Los medios sumaron especialistas en automovilismo para explicar qué es una pole, qué posibilidades tiene Franco de ganar una carrera o a cuánta velocidad corren los autos. Como un Fórmula 1, a 340 kilómetros por hora, Colapinto se instaló en las redes, las conversaciones de almacén y las columnas deportivas.
Hace solo un año competía en Fórmula 3. Ya era un fenómeno en redes sociales. Empezaba la campaña #FrancoalaF2, cosa que llamó la atención de uno de los argentinos más famosos del momento: Gonzalo Julián Conde alias Bizarrap. Llegar a la Fórmula 1 no es solo talento individual. Se necesita plata. Mucha plata. Y para conseguir guita se necesitan sponsors. Y para conseguir sponsors se necesita visibilidad. A Colapinto ya lo auspiciaban varias marcas argentinas, pero tenía que reventar la burbuja. Entonces fue al programa del momento: Paren la mano.
El día anterior a la entrevista hubo un banderazo en el Automóvil Club Argentino sobre la Avenida del Libertador. Colapinto salió al balcón en modo Perón. Pero en tiempos de comunidades fragmentadas tener mucha gente que te banque no significa ser popular. Para eso fue a Paren la Mano. Acostumbrado a tener una sola oportunidad, salió a ganarse el clip. Le costaba ponerse los auriculares y Alfredo Montes de Oca le dijo si era como ponerse el casco para subir a un Fórmula 1. “Esperemos que no sea como ponerme el casco porque si no me lo puedo poner estoy complicado”, le respondió Colapinto. Menos de un minuto y adentro el primer recorte. Acomodándose el jopo enrulado, con el tono pausado, mostró que no es solo una cara bonita. Facha, picardía y encanto. La fórmula 1 para ganarse al público.
No hay deportista al que no le pregunten por su primer recuerdo con la pelota, la raqueta o el palo de hockey. Con los pilotos es más complicado. “Si te digo cuando es la primera vez que manejé un auto me llevan preso”. Si existiera un Manual del Deportista Mediático Argentino, tendría un capítulo sobre cómo relatar la propia infancia. La pelota y los vidrios rotos de los futbolistas. Rompiendo reglas por un sueño. Colapinto manejando quién sabe a qué a edad.
En las entrevistas no solo explica con claridad los detalles de su deporte, aprovecha para contar su historia. Un yo que puede ser un nosotros. El pibe que se va de su lugar a buscar su sueño, un relato que se encuentra en cualquier manzana de cualquier barrio. A los quince, después de ganar competencias nacionales en karting e ir a probar suerte a Estados Unidos, un empresario italiano se lo llevó a vivir al Lago di Garda, en el norte de Italia. Se fue sin hablar italiano. “No sabía ni cocinar una pechuga”, cuenta. Vivió en una fábrica y empezó a cazar oportunidades. Cada vuelta podía ser la última. Así corre, así da entrevistas.

Entre octubre y noviembre del año pasado, Colapinto giró por varios medios. Primero fue Paren la Mano, después vino la entrevista en Clank!, el canal de stream de Juan Pablo Varsky, y luego la TV Pública. Contó sobre su primer cuatriciclo a los cuatro años, de las tardes en el taller mecánico de la escudería JC Competición del Turismo Carretera -de la que su padre era parte-, de volver engrasado a la casa, de su relación con los pilotos de TC. El sueño de un pibe llamado Franco brotó de las entrañas del automovilismo argentino.
Su perfil mediático no se construyó solo en esas entrevistas. Venía de sus años previos en las pistas europeas. Como la vez que se le rompió el auto en plena carrera y dijo “espero que se haya roto el motor, porque es bastante malo” para rematar con un “tiene mil sensores, es todo una verga”. Sombra terrible de Juan María Traverso voy a evocarte.
Como Diego Maradona y Luis Scola, Colapinto tiene su video profético. Siendo niño dijo en una entrevista que quería correr en la Fórmula 1. Te prefiero igual, internacional. Como Maradona en blanco y negro soñando con jugar un mundial o Scola de viaje de egresados diciendo que iba a llegar a la NBA. El video pixelado muestra un día de sol, la periodista que se agacha para hacerle una pregunta y a su padre mirando el horizonte. “¿Cuál es tu sueño en esta actividad?”. Diez palabras:
-El sueño de todos es llegar a la Fórmula Uno.
A rodar mi vida
Cuando se pasan los trescientos kilómetros por hora todo a los costados se vuelve blanco. Como si todas las partículas fueran una sola. No hay cartel, hombre, mujer, niño, niña, vendedor de gaseosas, tribuna, pasto, alambrado, cielo, nube. Solo una monotonía blanca, como un salar eterno. Para llegar a esa velocidad hay que correr en F1 y para eso hacen falta un par cuestiones previas.
Como las divisiones inferiores en el fútbol, el automovilismo también tiene su camino. Solo que este se bifurca en diferentes opciones: para empezar se puede hacer carrera en Argentina o en el exterior. Esto implica diferentes pistas, coches, entrenamientos. Desde chico Colapinto tuvo en claro que quería correr en Fórmula 1. Para eso había que cruzar el Atlántico. En Argentina corrió en karting y fue campeón. Le salió la oportunidad de correr algunas carreras en Europa y Estados Unidos. Se encontró con otro nivel de competencia y le gustó. Quiso quedarse y apareció la chance en Italia. Entonces el desarraigo. “Cuando se abandona el pago, tira el caballo adelante y el alma tira pa’ atrás”, cantaba Yupanqui. Ni las derrotas ni las victorias son iguales a la distancia. En soledad la tristeza es más profunda y la alegría no llena tanto.
Hay tantos caminos que llevan a la F1 como a Roma. Para obtener la Superlicencia de la FIA hay que sumar puntos. Puntos que se ganan en diferentes competencias. La lista es larga. Pero no hay superlicencia sin escudería. Y no hay escudería sin presupuesto. Lo que hace falta es empacar mucha moneda. Plata, mucha plata. Colapinto tiró el mediomundo de las oportunidades. Entre 2018 y 2022, corrió y ganó los Juegos Olímpicos de la Juventud arriba de un karting en Buenos Aires, metió Fórmula 4 española –campeón en 2019–, Eurofórmula Open, Eurocopa de Fórmula Renault, Toyota Racing Series en Nueva Zelanda, 24hs de Le Mans, Asia Le Mans Series y el Campeonato de Fórmula Regional Europea. En 2020 firmó contrato con MP Motorsport y empezó a correr en algunos circuitos en la postemporada de fórmula. Estaba a prueba. Lo hizo en 2020, 2021 y 2022. Recién en 2022 pudo asegurarse un asiento para correr la temporada completa. Terminó noveno. En 2023 volvió a correr en Fórmula 3. La primera carrera fue en Monza y la ganó.

En todo ese período su padre vendió la casa donde él había crecido para poder bancarlo. Hubo momentos donde no sabía si habría una próxima carrera. Hasta 2023 todas las vueltas eran la última vuelta. Giros, entre el cielo y el estado de coma. Fotografías de distintos lugares. La vuelta al mundo arriba de un monoplaza.
El playboy
“¡Cuidado con las curvas! No, las mías no, tonto”. La voz femenina suena en el arranque de la canción de Babasónicos El Playboy. Romance y suspenso, química de seducción. Un personaje a lo James Bond. Colapinto, como el playboy de Babasónicos, seduce. El fin de semana de su confirmación como piloto de Fórmula 1, se viralizó un video con una periodista del medio español DAZN. Con el jopo y la sonrisa como bandera, sus primeras palabras en la F1 no fueron sobre la F1. “Tenía muchas ganas de que me hagas una nota vos, me contaron que sos muy divertida y muy graciosa”. Fue el primer capítulo de la telenovela “El piloto y la periodista” transmitida para todas las redes. La protagonista era Christine Giampaoli Zenca, piloto de Rally y entrevistadora de DAZN. A los pocos días se los vio de nuevo a los abrazos. Las redes encantadas con el segundo capítulo.
Pasó el GP de Monza y Colapinto volvió a Twitter. Un par de posteos y ya estaba intercambiando mensajes públicamente con la cantante Nicki Nicole. Dueño del estruendo, sonrisa de ganador. Sus aventuras seductoras no terminaron ahí. Después de salir octavo en el GP de Bakú, una periodista le preguntó por la emoción de sus personas cercanas. “¿Vos no lloraste? A mí me contaron que una lagrimita se te cayó, se te corrió el maquillaje”, le dijo delante de las cámaras y los micrófonos. “Me vas a liar, tonti”, le devolvió la periodista. Affair del gran playboy.
Sudaca por cómo me muevo
En Monza, el circuito donde Colapinto debutó en la F1, hay una estatua de Juan Manuel Fangio. En esa pista casi se mata. Llegó media hora antes de la carrera, tras haber viajado en avión y manejado cientos de kilómetros. Una curva, pasto y después. Maraña de fierros. El campeón del mundo se despertó en el hospital. Tuvo suerte, eran tiempos donde morirse era tan posible como terminar la carrera.
Williams, la escudería con la que Franco Colapinto correrá nueve carreras este año, fue la última de Ayrton Senna. Solo pudo correr tres GP, en el tercero fue el accidente en el circuito de Imola, en San Marino. Senna y Colapinto comparten el inicio en karting y la dificultad de ser un sudamericano entre europeos. Colapinto remarca constantemente las ventajas de ser europeo en la Fórmula 1. Facilidades para conseguir sponsors y también mayores oportunidades por parte de las escuderías. Senna fue el último sudamericano en triunfar en la Fórmula 1.

Colapinto se encarga de dejar en claro en cada entrevista que él no corre solo en nombre suyo. Lo hace como bandera del automovilismo argentino y para generar más posibilidades en los latinoamericanos. Argentina tiene una gran tradición en F1 pero, como en muchas otras materias, es una excepción. La regla es que es un deporte de europeos. Pero ahí está el bronce de Fangio con sus cinco campeonatos mundiales. Ahí está Reutemann. Ahí está Froilán González. Y ahí están también, sambando y falando portugués, los Fitipaldi, Piquet, Barrichello. Y, claro, el hombre del casco amarillo y el funeral eterno: Ayrton Senna. Colapinto hace una reverencia ante Senna y Fangio, dice haber leído sus biografías, visto sus documentales y sus carreras.
Declararse sudamericano es una forma de caer simpático en otros países sin piloto. Más audiencia, más sponsors. La F1 no es solo talento. El piloto tiene que poner –no él directamente, pero sí las marcas que lo apoyan– sumas de guita que son el PBI de varias ciudades argentinas. La escudería pone una parte, las empresas otra. Tener la simpatía de los sponsors suele moldear a los deportistas en la sonrisa falsa, la declaración vacía y la quietud para no romper nada. Elefantes en un bazar, todo puede ser tomado de mala manera por alguien y que se caiga la inversión. Colapinto todavía logra sorprender, encarando, puteando al auto roto o contando que ganó una carrera –en Monza, donde está la estatua de Fangio– en F3 con la clavícula recién operada por una fractura.
Tiempos de humanos de estreno. Muchos piensan que el mundo se inventó en Twitter. Si no está en Google no existe. ¿No lo vi? No pasó. Tiempos de: el mejor (complete a gusto) de la historia o el (complete a gusto) más grande de la historia del mundo. Cuando todo parece haber sido fundado ayer, Colapinto nos dice que no. Que él existe porque hubo un Senna y un Fangio. Respeta los rangos.
Adoro la teletransportación
El circuito del Gran Premio de Singapur tiene varias particularidades: se corre de noche, el calor enloquece y por la cantidad de curvas es muy difícil pasar rivales. Colapinto largaba en el puesto número 12, había quedado a pocas centésimas de su compañero de equipo, Alex Albon. Entonces sucedió aquello por lo que nos sentamos a mirar un deporte, el que sea. Aquello por lo que escuchamos música, vamos a la plaza, nos juntamos a comer un asado o abrimos un libro. Sucedió lo que no esperábamos. Lo que nadie esperaba. Que cuando el pelotón se tiró hacia la derecha para pasar la curva por afuera, todos en fila, Colapinto dijo no. Aceleró hasta el límite, frenó diez segundos tarde y adelantó tres puestos. Todo en la primera curva.
No es la primera vez que muestra que su talento pasa, en gran medida, por detectar un espacio y tomar la decisión de ocuparlo. En automovilismo, un segundo es una eternidad. Colapinto terminó un segundo y medio debajo de Sergio Checo Pérez. Un segundo y medio. Nadie hace nada en un segundo y medio. En automovilismo, un segundo puede determinar un accidente o poder pasar a un rival. En esa fracción de tiempo, el piloto debe decidir y ejecutar. Parte del fenómeno Colapinto se sostiene en estos momentos, esos en los que aquellos que recién llegan al deporte comprenden que están frente a alguien distinto. Una maniobra, como la largada en Singapur, genial y efectiva. Que no necesita ser explicada para comprender que por ahí pasó la magia.

En Fórmula 2 había mostrado que lleva las mangas cargadas de ases. En Imola, hace pocos meses, ganó su primera carrera pasando a su rival en la última vuelta. Resistir el ataque del que viene atrás es complejo, lograr adelantarse también. Para pasar a Paul Aron, Colapinto amagó. Que voy por acá, que voy por allá. Cuando vio el espacio se mandó. En estos días circuló un video de Ayrton Senna donde decía “si no vas por un hueco que existe, ya no sos un piloto”. Colapinto no solo ataca el hueco, sino que también lo genera. En su debut en la F2, en Bahréin venía detrás de Dennis Hauger, su compañero de equipo en MP Motorsport. En la vuelta 28 llegaron a una curva y Colapinto intentó pasarlo por afuera, sin éxito. En la siguiente, Hauger creyó que Franco iba a hacer el mismo movimiento. Eso le mostró con el auto, pero cuando Hauger acomodó para encarar la curva, Colapinto se cerró y lo pasó por adentro. El hueco lo había generado en la vuelta anterior. Hay maniobras de estas en sus tiempos en Fórmula Renault y Fórmula 4. Varios de aquellos contrincantes hoy compiten con él en Fórmula 1.
En 2023 Juan María Traverso le mandó un mensaje: “Franco querido, vengo manejando, pero vengo despacito –le decía a la cámara el mejor puteador de la historia argentina mientras manejaba por la ruta–. Nene, te mando un abrazo enorme, tomatelo con calma que va para arriba”. Se conocieron en 2022 en la Asociación Argentina de Volantes, durante una conferencia de prensa que dio Colapinto. Si el diablo sabe por diablo, pero más por viejo, Traverso sabía por las dos. Pero no le dio mucha bola, al momento del video estaba corriendo en F3. Adoro la teletransportación. Un año después está en F1. Soy mucho más rápido de lo que creíste vos. Por ahora le quedan seis carreras. Nada nuevo para un pibe que ya corrió mil veces su última vuelta. Va para arriba pero sin calma. Atrevido el mocoso.
Juan Stanisci
Twitter: @juanstanisci
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