Pedro Fernández Quiroga* recorrió doce países de África y lo cuenta a través de diferentes encuentros con su club. Camisetas en las calles y en los mercados. El lider de una comunidad en Sierra Leona dice que Riquelme era muy inteligente. Derivas bosteras en el continente africano.

Ese soy yo poniéndome la remera, el pantalón y las medias. Ese soy yo poniéndome la gorra para atrás porque me quiero ver canchero, sin entender qué significa ser canchero. Ese soy yo poniéndome los botines, el primer regalo de Navidad que recuerdo. Ese soy yo queriéndome parecer a algún jugador de Boca del 96. Ese soy yo corriendo por los pasillos de la casa – tc,tc,tc,tc– y yendo a abrazar a mi mamá, que tiene palabras justas cuando todo parece descontrolarse.

Ese soy yo, otra vez, corriendo por los pasillos de la iglesia a la que me llevaban, con mi cabeza haciendo acrobacias entre un barrizal de inocencias exageradas. Ese soy yo vestido como antes. De arriba a abajo; gorra, remera, pantalón y medias de Boca. Y botines —tc,tc,tc,tc— alterando a gente muy grande  y pensando que la vida era eso: un terreno amplio para jugar.

Ese soy yo corriendo y atropellando a mi papá que volvía de trabajar para preguntarle lo de siempre: ¿hoy juega Boca?

Ese soy yo subiendo unas escaleras amarillas y sufriendo la inmensidad de esos escalones. Soy yo ahogado, sintiendo una fila de hormigas tintinear mis órganos. Escuchando por primera vez la palabra Riquelme y asociándolo con algo muy bueno. “Este chico Riquelme juega bien, de verdad”, decía papá. Esesoy yo vestido como en la casa de mis padres o en la iglesia. Soy yo, ese, yendo por primera vez a La Bombonera, y pensando que eso era la felicidad: ese lugar, esa remera y esa compañía. 

Los recuerdos de la infancia son inciertos. El tiempo purga hasta dejar pelusitas de momentos. Aquello que más dolió, impactó, gustó, excitó, avergonzó o emocionó lo tomamos para siempre. Algo así como a un juguete de plastilina al que le damos formas exageradas o atenuadas segúnel caso. Hay algo que el relato del principio no es: preciso y objetivo. Hay algo que sí: lo que me acuerdo de cuando tenía 5 años.

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Es abril de 2025 y mi equipo cumple 120. Yo tengo casi 34 y voy a decir lo evidente: muchas cosas cambiaron. Ya no corro por todos lados mirando para adelante, camino y pregunto ¿para qué?, más veces de las que me gustaría. Como dije antes, la memoria es selectiva y en ese algoritmo mental no dispongo de herramientas para encontrar el archivo “¿qué pensabas que iba a ser de tu vida cuando cumplieras 34?, pero supongo que me veía distinto. Crecemos —por lo general— con la premisa de producir y yo hago cosas sumamente innecesarias dentro de esos parámetros. Una de esas es escribir. La otra: buscar historias que no se conocen.

El año pasado viajé por 12 países de África.  Y no. No fue necesariamente un viaje feliz.

Fueron días y días practicando el oficio de preguntar: ¿qué? ¿cuándo? ¿por qué? ¿cómo?, ¿cómo?,¿cómo? y ¿cómo? A desplazados del Congo, a mineros ilegales de Ghana, a activistas políticos en Benín y Togo, a amigos nigerianos, a ex niños soldados en Sierra Leona, a directores de ONGs en Senegal y a funcionarios en Burkina Faso. 

El viaje fue esto: el intento de entender cómo se deconstruyen países que sufrieron —y sufren— arrebatos humanos, económicos y sociales de las formas más burdas. Una especie de respuesta ante un mundo incomprensible y que a veces parece algo peor; insalvable.

Pero también fue lo otro: Tormabum es un pueblo que está en el distrito de Bonth, al sur de Sierra Leona. Los líderes de cada pueblo del país son los Chiefs. Los extranjeros que llegan deben hablar con ellos para informarles las actividades que van a realizar. La escena es más o menos así: pedís permiso e ingresás a una suerte de tinglado. Allí está el Chief con un séquito de gente alrededor que se limita a reír. Pedís permiso para hablar, pedís permiso para fumar, pedís permiso para tomar agua, pedís permiso para sentarte. Pedís permiso. Son déspotas de micromundos.

Alex —pelado, lampiño y gordo— es el Chief en Tormabum. Para trazar un parecido podría ser, digamos, el típico prototipo de buda, pero negro, verborrágico y fanfarrón. Cuando le expliqué que quería instalarme unas semanas en su comunidad para documentar sobre la integración y la apertura del pueblo después de la guerra civil, la charla se dilató. No parecía convencido hasta que hablamos de fútbol.

Argentino. Maradona. Y, para mi sorpresa, Riquelme. Antes que Messi: Riquelme. “Very smart Player” dijo Alex. Riquelme es bueno de verdad, tenía razón Papá. Las puertas se abrieron.

Hay algo que a veces pienso. A cierta edad la felicidad deja de ser una meta. La meta, supongo, es encontrar una vitamina que te mantenga en movimiento: con alegrías y penas, pero nunca vacío. Para algunos puede ser escribir, para otros la docencia o timbear con criptomonedas. El terreno seguramente sea inabarcable. A veces pienso esto: la felicidad es otra cosa. Es una burbuja que aparece poco y son pueblos de calles de piedra, banquitos bajo los árboles o charlas en una playa vacía. Pero dura lo que dura una burbuja: nada.


Very smart Player. Riquelme es bueno, de verdad.

Vi 21 camisetas de mi equipo en África: en Kenia, Ghana, Senegal, Gambia, Togo, Benín, Nigeria, Burkina Faso y Marruecos. En Saint Louis, antigua capital de Senegal, investigué sobre los niños talibés explotados en las Daaras. Familias desesperadas le venden sus hijos a Marabouts falsos con la excusa de que recibirán educación en las escuelas del Islám (Daaras). Muchos son depositados en instituciones ficticias donde viven hacinados, forzados a mendigar o directamente comercializados. La única escapatoria que tienen son las pateras que zarpan como pueden desde la costa hasta las Islas Canarias.  Después de eso —con la mugre todavía en las retinas— pasó un hombre con la camiseta de Boca, y levanté las cejas. Hasta cuando todo parecía estar roto, sonreímos.  

Hace un tiempo José Chema Caballero, un español, que vivió 20 años en Sierra Leona y dirigió el primer programa de Rehabilitación de Niños Soldados me contó una historia. Con todos los gestos de un tipo normal —tomando una cerveza y comiendo algo que no recuerdo— describió un partido de un torneo amateur en el norte del país: el delantero intentó desbordar por la derecha, el lateral izquierdo le cruzó el cuerpo y se quedó con la pelota. Según Chema; limpita. El defensor dejó de pensar en el partido y se postró sobre el cuerpo del wing.

Chema se enojó. No era infracción y había que seguir jugando. Un espectador local lo frenó: “Se están pidiendo perdón por la guerra”. En términos generales, el fútbol es eso: una herramienta de integración, hasta en contextos de quiebre. Con mi equipo me pasa algo parecido. O no, no sé

Boca es una herramienta de integración, sí, pero sobre todo es algo que tiene que ver más con el egocentrismo: es orgullo personal. No hay cosa que me produzca más orgullo que pertenecer a un pueblo, comunidad o hinchada —como quieran llamarlo— que tiene elementos que realmente me generan emoción; fidelidad, tozudez —aunque ganes o pierdas— y también los logros. Cada vez que veo una camiseta de Boca o una camiseta azul y amarilla que no sea de Boca, cada vez que escucho una referencia o imagino escuchar una referencia me río como una hiena joven y vuelvo a tener la energía para correr por todos lados. Con botines y en baldosas —tc,tc,tc,tc aunque todo se desmorone.

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Ya lo dije. Es abril de 2025 y no estoy en África. Estoy en Buenos Aires. Este soy yo: casi 34 años, menos pelo y más panza. Y ese es Papá, que como Boca y como yo, cumple en abril:  78. Ya no lo corro ni lo atropello para preguntarle si juega nuestro equipo. Los dos lo sabemos.

A veces somos como esas relaciones amorosas condenadas al divorcio: hablamos siempre de lo mismo. Él elige: el peruano Melendez, el brasilero Valentim, Rojitas, Marzolini, Roma y el penal a Delem, el Boca de Di Stefano o el del Toto Lorenzo, Gatti y Maradona. “Lo trajeron de España, le decían Matador, lo juntaron con Alonso y se hizo maricón”, cantaba La 12 cuando le ganamos al River de Kempes en el 81 y Maradona hizo gatear a Fillol. Eso dice papá.

Mamá hace lo que puede. Conversamos sobre un tema de coyuntura, hablamos un poco de eso, pero volvemos a lo otro: a lo de siempre. Mamá comenta sobre lo de siempre algo que escuchó en la radio y nos puede servir de novedad, pero se cansa y se para. Ordena algo, acaricia a su perro y a su gato y vuelve a sentarse con una sonrisa y en silencio. Boca pasó a ser parte de su vida también.

Yo aporto lo mío. De lo más grandioso que vi: ganarle al Real Madrid y al Milán, Bianchi, Riquelme, Palermo, Tévez, Guillermo Barros Schelotto, el Chelo Delgado, Samuel, Ibarra, y Córdoba. Y de lo menos: Sandro Guzmán y sus atajadas fallidas. Vemos un compilado de 30 segundos de fama con sus errores más resonantes y nos reímos. A diferencia de los amores gastados, hablamos siempre de lo mismo, pero nos reímos. 

Hace algunas semanas volvimos juntos a la cancha. Papá y yo. No me acuerdo cuando había sido la última vez, pero seguro que hace un par de años. Yo voy siempre —o casi siempre— pero él ya no. Que el frío, la lluvia o lo más irrefutable: Boca juega para el orto. Supongo, más bien, que son las deudas que salda el tiempo. 

El 16 de marzo del 2025 nuestro equipo le ganó 4 a 0 a Defensa y Justicia, hace mucho que no ganábamos jugando tan bien. El 9 de ahora —Miltón Giménez— metió un golazo. A lo Batistuta, dijo papá.Pero antes de eso, caminamos más de lo que caminábamos siempre, porque yo dejo el auto más lejos y eso a papá no le gusta. Cruzamos la vía del tren y la Avenida Almirante Brown, nos palparon y subimos las escaleras amarillas. Sufrimos la inmensidad de esos escalones y nos ahogamos.

Ese soy yo sintiendouna fila de hormigas tintinear mis órganos como cuando tenía 5. Ese soy yo ingresando a La Bombonera como todos los domingos. Ese soy yo seguro de que eso es la felicidad: esa camiseta, esa cancha y esa compañía. 

Aunque pasen los años.

Pedro Fernández Quiroga
Instragram: @pecofq
Foto de portada: Francisco Galeazzi


Algunos fragmentos de este texto forman parte de un libro que estoy escribiendo sobre África después de recorrer 12 países del continente.


Breve Biografía.
*Soy periodista y documentalista.  Dirigí dos documentales llamados “La Fuerza Invisible”. Uno sobre la rebelión de los Afrobolivianos y el otro sobre la reconciliación luego de la guerra civil en Sierra Leona. Publiqué reportajes en Ámbito Financiero, El País (España), Mundo Negro (España), El Salto (España), Revista Late y Revista Polvo, entre otros medios, y escribí un libro: Los Idealistas del Balón.

Lástima a nadie, maestro necesita tu ayuda para seguir existiendo:

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