Scugnizzi puede traducirse como “niños de la calle”. La expresión es de 1895 y la trajo el poeta napolitano Ferdinando Russo: “El término Scugnizzi se utiliza para describir a los niños sin cuidado que se dirigen a la prisión y al arresto domiciliario obligatorio”. Esos mismos pibes a los que miraban raro pasaron a ser héroes de la resistencia: en 1943, Nápoles fue la primera ciudad europea en liberarse del nazismo.

El viernes, en las tribunas del Nápoli desplegaron la bandera donde dos niños corren sonrientes. Abajo se leía la frase: “Avanti scugnizzi”. Fue minutos antes de que comenzara el partido contra el Cagliari. El final es sabido: triunfo por dos goles y un nuevo scudetto. El cuarto para el club. El anterior: el 2022/23. Y los otros, en las temporadas 1986/87 y 1989/90 con su scugnizzi heroico: Diego Armando Maradona.

A principios de los 80 Nápoles estaba marcada por el olvido, por la violencia, donde la mafia y el crimen organizado llenaban un hueco que había dejado el Estado. Maltratada, la ciudad necesitaba ganar algo.

Cuando Diego llegó, los ojos del mundo estaban posados sobre él. Tenía un deseo tan grande como simple: “Quiero ser el ídolo de los niños pobres de Nápoles porque ellos son como yo de chiquito en Villa Fiorito”.

Y como casi todo lo que quiso, lo hizo realidad. Cuando Nápoli ganó el primer scudetto, un millón de personas salieron a la calle y no hubo ni un incidente: por primera vez, estaban en todas las portadas de los diarios del mundo y no por motivos malos.

“Diego era como un regalo que te curaba y te hacía sentir bien. Una mezcla de valentía y magia que nos reconciliaba con la realidad, incluso la peor” escribió la napolitana Rosa Tiziana Bruno en su libro “Diego. Maradona non solo calcio”.

Ayer, seguro, el viento que movía la bandera con los scugnizzi debe haber sacudido hasta las almas del cielo. Y Diego, seguro, debe haber celebrado. Y sonreido, con su identidad niña y villera a flor de piel.

Nadia Fink

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