No vivió en un barril en el patio de un conventillo pero la tuvo que remar. Matías Alustiza surgió del caos hecho torneo de fútbol: el Argentino B, un campeonato borgeano. La rompió en Santamarina de Tandil, ascendió al Argentino A y se fue para Chaca. Hizo 18 goles y en 28 partidos. Lo vinieron a buscar de España y se fue sin haber jugado en primera división.
Era de esos jugadores incómodos para las mentes cuadradas. Ni enganche, ni volante ofensivo ni nueve. Segunda punta. El segundo delantero petiso, gambeteador y con gol, marca registrada de estas tierras. Le decían el Chavo porque, de chico, en Azul, donde había un quilombo estaba él. Lo que no sabían es que el apodo era un presagio.
Sus goles no terminaban cuando la pelota pasaba la red. Para entender al artista había que esperar los festejos. En Chacarita y, años más tarde, en Ecuador se ponía la gorra del Chavo del Ocho. Una tarde le hizo un gol a River y lo festejó en cuatro patas emulando un perro que mea el banderín del córner. Alustiza, enemigo de los ortivas que amonestan por los festejos.

En su segundo paso por España, el Camp Nou entero gritó una jugada suya. Él jugaba para el Xerez. Del otro lado Messi, Ibrahimovic, Henry, Xavi. Con el partido 3 a 1 y el tiempo cumplido, Messi entró en modo imparable. Le amagó dos veces a un defensor y al Chavo se le chispoteó el potrero. Se tiró a barrer y Messi voló. Según él no lo tocó, fue roja igual.
Volvio a Chaca y ascendió en un equipazo dirigido por el Ruso Zielinski. Se dio el gusto de jugar en primera y volvió a España. De ahí vino a jugar a Arsenal pero no le fue bien. Con casi treinta años, a esta historia le faltaba lo mejor. En Deportivo Quito fue campeón de la liga ecuatoriana y el máximo goleador de la Copa Libertadores 2012 junto con un tal Neymar. Y de Ecuador se fue a cumplir su destino de Chavo: México lo esperaba.
En Puebla, donde fue dos veces campeón, es ídolo. En Atlas, Pachuca y Pumas dejó golazos como quien regala poemas. Si algo sabía hacer el Chavo era elevar la acción de meter una pelota en un arco a la categoría de arte. El potrero de la llanura bonaerense tiene algo de payada: encuentra belleza en lo cotidiano.
Una vez, jugando para Puebla, el micro en el que viajaban se quedó en la ruta. Los tiempos de Argentino B volvieron a buscarlo y el Chavo sacó pecho. Mientras sus compañeros miraban esperando soluciones mágicas, Alustiza se acostó en el piso, puso la cabeza abajo del motor y empezó a meter mano. “Dale guacho que nos vamos a Acapulco”, celebró con el motor sonando de fondo. Como siempre en su carrera lo sacó andando. Tenía que ser el Chavo.
Juan Stanisci
Twitter: @juanstanisci
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