Cuando me lo dijo mi amigo yo no dije nada, pero sabía que tenía razón. Y él yo sabía que yo lo sabía. La frase no fue precisa, pero impactaba.
-Miguel es el único que nos puede llevar a cuartos de final del Mundial de Clubes.
Yo soy de River y él de Boca. Él es Juan, Stanisci, suelen leerlo acá, es el director de nuestro portal. Sabía que era posible que sus palabras tomaran forma porque no había DT más capacitado con el dote de la palabra para armar un equipo tan rápido, con escuadras europeas, superiores, en frente. Fue superado, lógicamente, pero llegó a los ochenta minutos de ambos encuentros con resultados positivos. Queda Battaglia en el cielo o Merentiel diciéndole a Manuel Neuer que la eternidad es de él. No es poco.
¿Por qué ambos estábamos seguros? Porque Russo, decaído, con falta de lucidez, enfermo, o como sea, puede lograr lo de siempre: que cada jugador sea mejor a su lado. Que cada persona brille con su sonrisa.
Jugás en la B y te lucís: el Lanús del 92, el Estudiantes de Verón, el Central que no podía ascender. Nery Cardoso lo encara a Gattuso, los pibes de Vélez se meten en la élite del fútbol, Campaz es un viejo wing estilo Houseman. Todo porque está él.
El orgullo que sentimos por Russo, por su gloria, por su carisma, hunde raíces en su afán de caminar. Miguel es la contracultura por excelencia del fútbol argentino. Competitivo hasta los tuétanos, decidió morir con una pelota cerca del hocico, pero nunca abandonando el respeto, la humildad o la tenacidad para inundar de calma un fútbol pérdido en la lógica del mainstream televisivo, más cercano a la taquicardia que al arte.
Es un maestro Russo, nuestro maestro. Sonrisa, palabra fina, vieja tranquilidad, elegancia mundana, capacidad irreprochable de llamar la atención sin molestar.
Miguelo, como hacía con sus jugadores, nos hizo a nosotros mejores. O mejor dicho, “nos hace”. Siempre en presente.
Santiago Núñez
Twitter: @SantiNunez
Lástima a nadie, maestro necesita tu ayuda para seguir existiendo:

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