Mañana comienza la Copa Libertadores de Futsal. Bernardo Araya, jugador de San Lorenzo y capitán de la Selección Chilena, volverá a disputarla después varios años con la idea de cumplir uno de sus objetivos: ganarla. Perfil del 4 del Ciclón y la Roja. Escribe Juan Stanisci.

Perder. Perder todos y cada uno de los partidos. Perder sabiendo que nunca hubo ninguna posibilidad de que ocurriera lo contrario. Perder como si los rivales jugaran otro deporte. Perder una, dos, tres veces. Y saber que el próximo resultado probablemente sea el mismo: perder. Perder. Perder. Y perder. Casi como si no hubiera otra posibilidad en un mundo bastante falto de posibilidades. Salir derrotado. Perder.

Palestino cerró su participación en la Copa Libertadores de Futsal 2013 sin victorias ni empates, solo con derrotas. Nueve goles a favor. Veintinueve en contra. Dicen que de las derrotas se aprende. Él podría corregir: “de las derrotas se nace”. A veces no hay nada más provocador que la utopía más irrealizable. Que el deseo más delirante. Porque Bernardo Araya no solo se enamoró del Futsal después de esa Copa Libertadores. La Copa se volvió su Moby Dick. Una ballena blanca con la que todavía se pelea por los mares sudamericanos buscando atraparla.

La Copa. Esa Copa encendió la chispa adecuada. Activó un gen competitivo que lo llevó a querer mejorar, año tras año, para volver a competir. El día que sintió que en su país había llegado al máximo de preparación, busco otros destinos. Se preparó, ya no solo para capturar a Moby Dick, sino para mostrarle al mundo que en Chile se juega al Futsal. Las derrotas enseñan. Y a veces alumbran un camino.

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Bernardo Jesús Araya nació en Puente Alto, una comuna periférica de Santiago de Chile, en 1993. Empezó a jugar al fútbol junto a su hermana Karen en las canchitas de El Volcán. Se juntaban con los niños y las niñas de otras casas y pasaban todo el día pateando pelotas. A veces apostaban un jugo Yupi. Su madre y su padre también jugaban al fútbol. Los domingos viajaban hasta la comuna San Bernardo para ver jugar a su papá en el club Estrella Ferroviaria. Llegaban a la mañana y volvían a la noche.

Vivían rodeados de fútbol. Con los cabros de la cuadra. Con su madre y su padre. Bernardo y Karen soñaron una vida pateando pelotas. Él ingresó en Colo Colo, ella en Mirador Maipo. Bernardo Araya estuvo un año en la división Sub 17. Luego pasó a la Universidad de Chile. Ahí tampoco tuvo lugar. Decidió probar suerte en Deportes Tocopilla, pero el sueño de ser futbolista profesional en cancha de once estaba cada vez más lejos.

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– Mañana me voy a probar a la Selección de Futsal, ya hablé con el técnico – le propuso su mejor amigo – ¿Vamos? Le digo que vienes conmigo.

– ¿Así nomás? ¿De guapo? – fue la respuesta de Bernardo.

Así nomás fue. De guapo. Fueron a probarse y Bernardo quedó. No tenía club pero sí la posibilidad de jugar para la selección chilena. Bernardo descubrió que el fútbol también podía jugarse en un lugar cerrado, sin césped y en cuarenta metros por veinte. Le gustó que fuera más técnico que físico. El fútbol de once, cada vez más atlético, equipara a los talentosos con aquellos con resistencia para correr. En cambio, en el futsal hay que estar preparado para pensar y resolver con rapidez. Y para eso se necesita entrenamiento y técnica. Se define a sí mismo como un obrero del futsal. Alguien que no sabía jugar y a base de repeticiones y repeticiones logró mejorar todos los aspectos de su juego.

La selección lo llevó a entrar en Club Deportivo Palestino en 2013. Ese mismo año se volvió a jugar un campeonato de primera división de futsal en Chile. Bernardo Araya ingresó a un deporte que, en Chile, está marcado por la irregularidad en su organización. Él todavía no lo sabía, pero sería fundamental para empezar a ordenar la disciplina. En su primer torneo en Palestino fueron campeones. Lo que les dio la llave para jugar la Copa Libertadores. “Salir campeón e ir a una Copa Libertadores fue todo. Entonces dije ‘me quedo acá’”.

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El número que usaste toda tu carrera es el 4 ¿Lo elegiste o fue una casualidad?

– Cuando llegué por primera vez a la Selección de futsal, la Karen ya venía jugando en La Roja femenina y ella usaba el 8. Entonces yo dije: “tengo que usar el 8 por la Karen”. Cuando yo llego había jugadores de antes y se repartieron los números. Me dicen: “Quedan dos: el 2 y el 4”. Fue el número que me quedó. Cuando llego a mi casa le digo a mi viejo: “tengo el 4, que feo número”. Me dice: “No, es solo un número. Vos decidís si es feo o lindo. Si eres un buen jugador, entonces el 4 va a ser el mejor”. Entonces me fui a mi habitación y me juré que el 4 iba a ser un gran número.

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Un mundo de sensaciones. Puertas que se abren develando los misterios que solo conocen aquellos que tienen la suerte de vivir haciendo lo que les gusta. La existencia a través de una pasión. Viajes en avión, estadías pagas en hoteles, cuatro comidas, alimentación correcta para un futbolista de alto rendimiento. El ingreso a una Copa Libertadores le mostró a Bernardo Araya cómo viven los deportistas. Y también como juegan. Comprendió que para competir con los mejores es necesario: comer, entrenar y dormir como los mejores. Es decir, que el rendimiento de un deportista no depende solo de sí mismo sino que es hijo del entorno que lo rodea. Si en su país no existe interés por su disciplina, entonces, a menos que sea un superdotado, tiene pocas chances de competir contra quienes se preparan de manera integral.

Bernardo vio como brasileños, argentinos, paraguayos y colombianos volaban en la cancha. Jugaban a otra velocidad. Incluso parecía a otro deporte. Su Palestino no tuvo posibilidades en ninguno de los partidos que disputó. Quizás el reflejo de la mayoría de las personas hubiera sido la resignación. Excusarse en la preparación de los otros equipos y volver a su vida. Para Bernardo ya no había otra vida. Esa que había visto en su primera Copa Libertadores era la vida. La obsesión, como dicen las canciones de muchos equipos sudamericanos. “¿Qué hay que hacer para ser como ellos?”, se preguntaba una y otra vez.

El futsal le permitió tener una carrera universitaria. Pasó de Palestino a Deportes Concepción, donde pudo hacer el profesorado de Educación Física. En un país sin universidad pública, el deporte le abría puertas que a otros se les cerraban. Igualmente su cabeza seguía puesta en la Copa Libertadores. Tuvo un segundo intento que terminó igual que el primero. La tercera vez que disputó La Copa intentaron acercarse lo más que pudieron a la preparación de los otros equipos de Sudamérica.

Erechim. Rio Grande Do Sul. Brasil. Ahí Deportes Concepción dio el golpe. Por la segunda fecha del grupo B de la Zona Sur el equipo chileno donde jugaba Bernardo Araya le ganó cuatro a uno a Peñarol de Uruguay. La alegría no podía durar mucho. Al día siguiente tenían que enfrentar al equipo brasileño Intelli. Perdieron siete a uno. Veinticuatro horas más tarde cayeron por diez a uno contra Boca Juniors de Argentina.

Volvió a Chile con más dudas que certezas. “Lo que yo haga acá en Chile no me va a alcanzar”, se decía una y otra vez. La idea de buscar una salida en el exterior traía otro problema: no había jugadores chilenos jugando futsal en otros países. Argentina, Brasil, Colombia o Paraguay, cuentan de a decenas o de a cientos sus jugadores de futsal en el exterior. Chile tenía algunos ejemplos bastante alejados en el tiempo, de cuando la disciplina no era profesional en casi ningún país. Bernardo Araya imaginó su futuro por encima y más allá de la Cordillera de Los Andes. Su idea del fustal ya lo excedía. No era solo un deseo individual de poder competir y, quizás, ganar una copa. “¿Cómo le digo después a los más chicos que están jugando ‘entrena porque te va a ir bien’, si después vas a perder diez a uno?”, se preguntaba.

Se decidió a dejar su país para poder perfeccionarse. Pero del deseo a los hechos había un paso. Fue otra vez la selección chilena la que le abrió el camino. En 2017 no hubo torneo oficial de futsal en Chile. Pero disputando un campeonato con La Roja lo vieron de Newell’s old boys de Rosario. Le mandaron el pasaje. Renunció a su cargo de profesor y viajó. Newell’s, a pesar de ser un equipo conocido de Argentina, volvía a disputar un campeonato de fustal en la Asociación del Fútbol Argentino después de veinte años. Bernardo Araya cruzó la Cordillera para jugar en la D.

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¿Qué clase de jugador es Bernardo Araya?

– Tengo un amigo más grande que me dijo un día: “el trabajo supera al talento. Y el talento sin trabajo no sirve para nada”. Me quedó dando vueltas esa frase y dije: ‘vamos a trabajar entonces’. Me puse a entrenar, entrenar y entrenar. Siempre me dicen: “¿Qué tipo de jugador te consideras? ¿Lírico o rústico?”. Yo me considero un jugador trabajador. Un obrero. Fui al gimnasio, me puse fuerte. Repetía y repetía movimientos. Hasta que un día empecé a hacer cosas que antes no podía hacer. Los controles con planta, por ejemplo. Antes no me salía, pero de tanto repetir lo aprendí.

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En enero de 2018 Bernardo Araya fue anunciado como el primer refuerzo para el regreso de Newell’s a los campeonatos de AFA. “Mis objetivos son poder ser campeón con el club, aprender del futsal argentino y sin duda poder emigrar a otro país entendiendo que Argentina ya se ha convertido en una vitrina increíble para el traspaso de jugadores hacia el extranjero”, contó en aquel momento. También sabía que un buen rendimiento suyo podía abrirles las puertas del futsal argentino a sus compatriotas.

En poco tiempo entendió que había tomado la decisión correcta. En su primer torneo con Newell’s ascendieron de la D a la C. Además de subir de categoría clasificaron a la Supercopa que enfrentaba a los campeones de todas las categorías sumado a los de la Copa Argentina, la Liga Nacional y dos clubes invitados. En su primera participación Newell’s llegó a la final. Del otro lado esperaba un viejo conocido de Bernardo Araya: Boca Juniors. Perdieron cuatro a uno. Si bien el ascenso y llegar a la final le hizo entender que emigrar había sido una buena decisión, volver a perder con Boca fue una espina que se le reavivó.

Al torneo siguiente volvieron a ascender. Esta vez de la C a la B. Solo que no lo hicieron como campeones, por lo que no pudieron disputar la Supercopa. Para lograr otro ascenso debían ser campeones, era la única forma de llegar de la B a la primera categoría del fustal argentino. Para ese entonces Bernardo ya era el capitán de La Lepra rosarina. Incluso había adoptado algunas costumbres que tiene la hinchada de Newell’s. Era un leproso más.

Lograron el tercer ascenso consecutivo. Nuevamente campeones. Nuevamente a disputar la Supercopa Argentina. En cuartos de final vencieron a Jorge Newbery, campeón de la C. En semifinales apareció la espina. Uno de los equipos que había iniciado la chispa dentro de Bernardo Araya: Boca Juniors. Por primera vez pudo ganarles. Eliminaron a Boca por penales. Pero en la final perdieron contra San Lorenzo. En menos de tres años en Argentina, él y Newell’s habían logrado dos finales de Supercopa Argentina y tres ascensos.

Bernardo Araya disputó partidos en las cuatro categorías de futsal argentino. Para 2021 ya no era el único chileno. Había abierto un mercado. Había mostrado que el futsal chileno tenía algo para dar. En su idea de seguir abriendo caminos apareció algo impensado, tanto para su carrera como para la historia de la disciplina en su país: Europa.

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¿Sentís que lograste esa idea de abrir el mercado argentino para los jugadores chilenos?

– Yo vine aquí a Argentina, me vieron que era bueno y habrán dicho “vamos a traer más chilenos”. Ese año (2018) yo era el único. Al año siguiente llegan otros dos jugadores chilenos. Empezamos a hacer las cosas muy bien. Y ahora este año (2022), somos once en la Liga Argentina. Todos de la selección chilena. Ahora quiero ir a Europa y que digan: “Mira el Chileno, traigamos otro”. Que se abra el mercado. Que todos tengan las mismas posibilidades.

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Cuando el Nantes de Francia vino a buscarlo a mitad del 2021, cruzar el océano Atlántico ya estaba en sus planes. Había un problema legal: Bernardo no tenía pasaporte comunitario europeo. En sus genes solo habita sangre chilena y mapuche. Esto implica una complicación: los clubes europeos suelen priorizar a los jugadores con pasaporte comunitario para que no ocupen plaza de extranjero. Son pocos los futbolistas que emigran en esta condición. Bernardo Araya, a pesar de no tener pasaporte, se convirtió en el primer jugador de futsal chileno en jugar en Europa.

Su plan de conquista continental, ya no solo individual sino colectiva, ahora se expandía a Europa. Empezó a pensar con la posibilidad de que otros compatriotas, así como había pasado con el futsal argentino, pudieran emigrar a Francia, España o Portugal. A las mejores ligas del mundo. Al mismo tiempo empezó a involucrarse en la ANFP, la Asociación de Fútbol de Chile, para darle más recursos y visibilidad al futsal. El jugador que había llegado casi de casualidad al futbol sala, se había transformado en un abanderado del deporte al interior y exterior de su país.

En Francia conoció el profesionalismo y la posibilidad de vivir totalmente del futsal. Buena alimentación, buenas condiciones de entrenamiento, buen sueldo. Eso con lo que soñaba desde hacía ocho años. Rápidamente se ganó un lugar en el equipo titular. Pero, como cantaba Bob Dylan, hubo un giro del destino. En un entrenamiento sintió un pinchazo en la rótula de la rodilla. Le dieron calmantes. Siguió jugando y entrenando. Hasta que un día decidió dejar los medicamentos. Entonces apareció todo el dolor junto. La rótula se le había desprendido. El Nantes no quiso hacerse responsable de la operación. Volvió a Chile. La ANFP se hizo cargo e inició acciones legales contra el club francés.

Una vez recuperado decidió no regresar a Francia. Entonces, en el mar Sudamericano, apareció la ballena blanca. Como si tuviera un arpón entre las manos, volvió a ver a Moby Dick. La Copa Libertadores volvió a estar en su horizonte.

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¿Costó la decisión de volver a Sudamérica?

– Una vez que yo me opero le escribo al Nantes para volver. Ya estoy operado, les dije. Imaginate las ganas que tenía. Yo quería volver. Pero este amigo más grande me dijo: “No volvai, porque te estás desvalorizando como jugador”. Y le hice caso. Creo que fue una buena decisión.

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Bernardo Araya dice que nunca en toda su carrera entrenó como lo hace en San Lorenzo. El entrenamiento está entre los mejores del futsal. En marzo de este año el club de Boedo le ofreció unirse a sus filas. Para terminar de tentarlo bastó mirar el palmarés reciente: San Lorenzo es el último campeón de la Copa Libertadores de América.

El mayor torneo sudamericano se iba a disputar en Argentina en julio de este año. Eso le daba la posibilidad de sacarse la espina que lo marcó al inicio de su carrera y luego pensar en otro salto a Europa. Pero la Conmebol tuvo otros planes. La Copa se corrió a septiembre. Lo que, por un lado, le permitió recuperar rodaje y ganarse un lugar entre los cinco titulares; pero por el otro le anuló la posibilidad de volver a Europa hasta el año que viene. No le importó. Lo único que Bernardo tiene en mente en este momento es disputar la tan ansiada Copa Libertadores.

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En 2013 comenzó a jugar un deporte que no sabía que cambiaría su vida. Ni que, por prepotencia de trabajo, él sería fundamental para transformar la realidad del futsal en Chile. Primer jugador en salir de su país como profesional. Capitán en Newell’s. El primero en jugar en Europa. Capitán de la selección. Se involucró para que la competencia en los torneos de Chile creciera. Para que la selección tuviera cada vez más seriedad y así poder competir cada vez mejor en Sudamérica. Ahora le queda atrapar a Moby Dick.

Mirar a ese Bernardo de 20 años y decirle lo logramos. Atrapamos la ballena blanca. Conquistamos el continente. La obsesión se hizo realidad. Bernardo Araya se enamoró del futsal a partir de la Copa Libertadores. Su fuego interno se encendió en ese torneo. Aprendió de las derrotas y creció entendiendo por qué los otros equipos eran mejores. Ahora está frente a una posibilidad histórica. Pocas personas trazan un objetivo en su vida y, años más tarde, después de seguir el camino pensado, se encuentran frente a la posibilidad de lograrlo.

– Cuando yo vuelvo de Francia estaba muy mal psicológicamente. Lo que había luchado tanto por conseguir, veía que se había esfumado por una lesión. Miras para arriba y dices: “¿Por qué a mí? ¿Por qué ahora?”. Pero vi que Dios tenía algo mejor para mí. Y es esto. Yo cuando volví de la última Libertadores me juré que iba a ganar una. Veo a ese pibe y digo: vamos a cumplirlo.

Juan Stanisci
Twitter: @juanstanisci

Este texto fue publicado originalmente en el número 00 de la Revista Ultras, podés comprarla acá.

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