El esquema tiene, como todo en la vida, virtudes y defectos. Posiblemente su mayor signo positivo sea la facilidad para encontrar el orden, la constancia y la previsibilidad. Su problema más profundo es la reducción de los márgenes: el apego al esquematismo puede disminuir las capacidades de cambio de acción.
Aquella noche de ilusión, Sabella desencantó a periodistas que hicieron de la crítica un método y a más de un televidente justo pero distraído cuando dio a conocer el esquema: la Argentina jugaría en el debut del Mundial 2014, el sudamericano, el del vecino de al lado, con cinco defensores.
No solo eso: Federico Fernández y Hugo Campagnaro, dos distantes de la fama del establishment mainstream, eran dos de los tres centrales.
Lo de Sabella no era casual, se había quedado preocupado porque en el amistoso contra el mismo rival el 18 de noviembre del 2013 no habían podido controlar bien a Edin Dzeko, delantero del Manchester City. Dicha consideración no entró en un análisis mediático.
El trámite salió como la mayoría de los debuts mundialistas: partido parejo, cerrado. La curiosidad es que Argentina, que cambió el esquema ganando uno a cero en el entretiempo (entraron Higuain y Gago), la pasó peor en el complemento que en el inicial. Pero tenía al jugador destructor de esquemas por excelencia, el 10, el mejor, que se le ocurrió solucionar todo con su segundo tanto en mundiales, el primero en ocho años. Messi redentor.
Los cinco defensores quedarían solo en una anécdota. Argentina empezaba, un día como hoy hace 10 años, el sendero de una Copa del Mundo que le marcó la vida a varios. Empezó a romper los esquemas de la indiferencia y la derrota en un estadio que terminaría convertido en su segunda casa.
Maracaná. Mirá que sí.
Santiago Núñez
Twitter: @SantiNunez
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