Un campeón de barrio que va un poco a contramano de estos tiempos. Relatos que nunca hablan de uno solo, siempre tienen a otro como protagonista. Una historia -entre tantas- del primer Platense campeón. Escribe Agustín Barbeito.
En enero del 2005, después de mucho insistirle, mi abuelo Jorge me llevó a probarme por primera vez a las inferiores de un club. Había cumplido 14 hacía un puñado de meses, pero llevaba años pidiéndole esa oportunidad. “Hay que esperar”, repetía, como quien confía en la madurez verdadera para tal desafío. Yo era muy chico cuando se lo insinué con 12, pero lo seguía siendo dos años después mientras entraba prematuro a la sede que Platense tiene todavía sobre la calle Galván, en Saavedra. No solo era pequeño, me sentía inferior física y mentalmente. Más aún, cuando compartí aquellos meses de verano con casi 120 chicos que venían de todas partes del país a intentar lo que solo algunos terminan logrando. Llegué al último día de prácticas entre una veintena de pibes, pero mi abuelo, que sabía tanto como los que saben esperar, demostró una vez más tener razón.
A veces la memoria trae reminiscencias con distorsiones sobre cómo sucedieron los hechos en realidad. Cuando pienso en él, lo que reitera mi mente es esa bajada de línea: hay que saber esperar. Lo repetía a menudo, como cuando le preguntaba por qué se había separado de mi abuela. E insistía, con claridad, que algunas verdades solo llegan con el tiempo.
Mi abuelo siempre fue hincha de River, como yo. Como mi viejo. Como mis hermanos y como mamá. Pero desde siempre lo vinculé más a Platense porque al millonario había dejado de verlo desde la tragedia de la “Puerta 12”, que había presenciado desde muy cerca. Se enteraba más tarde del resultado de River, sin embargo, estaba rodeado de decenas de amigos calamares que lo llenaban de historias y lo acercaban a la cancha para ver lo que presumía un partido distendido.
Hace muy poquito, recordé en terapia que cuando falleció en 2007, le escribí una carta que solo él —en algún lado— leerá. La dejé junto a su cuerpo, todavía caliente y en la más absoluta intimidad donde ni la muerte se puede escabullir. Pero lo que no recordaba -aunque ahora sí- es que la sellé con un escudo marrón y blanco pintado con marcadores. Como un símbolo, un guiño de que ahora él tendría que esperar para poder leerla.
El fútbol argentino siempre cuenta una historia, una crónica que encontramos entre miles de pequeñas narraciones con gestas increíbles que se suceden año tras año. Lo que transcurre en estas horas con el pueblo Calamar, que tiene el monopolio en su totalidad del barrio de Saavedra, no tiene dimensiones emocionales. No se puede medir ni pesar. Tampoco se puede saber, porque solo ellos experimentan ahora una nueva identidad que difiera, en parte, de ciertas etiquetas derrotistas que fueron acogiendo en estos 120 años recién cumplidos. Más allá que nos convoca el fútbol y la épica de este torneo Apertura 2025, la coronación deportiva consumada el domingo pasa a un segundo plano. Lo realmente importante de esta historia trasciende lo futbolístico, y tiene dos extremos.

La bisagra del relato se divide en dos: por un lado, el tiempo. El tiempo siempre pareció vestirse de enemigo con Platense, como lo fue conmigo casi por imposición de mi abuelo, que tenía claro que esperar prepara mejor el paladar. Desde el gol inmortal de Guido Mainero a los 18´ del ST, se podía percibir que cierta felicidad se entremezclaba con la angustia lógica en los ojos de los hinchas marrones. Las lágrimas delataban esa emoción y mostraban la confianza necesaria para ganarle a Huracán, aunque no tenían tal certeza de vencer al tiempo. ¿Cómo vivir, o convivir. con lo que restaba jugar? Si hasta allí, las agujas que manejan los hilos de cada sueño habían sentenciados veredictos fallidos.
El minuto 19 del ST, el instante post climax llegó a las 18.28, hora local. Estoy completamente convencido de que fue el primer momento desde la fundación en mayo de 1905, de que el hincha marrón se paró de frente, cara a cara, con la posibilidad de gritar “somos los mejores”. Ni el subcampeonato vs Racing en un amateur 1916, ni los terceros puestos de la década del 20.
Si habrá sido esquivo el tiempo con Platense que en 1949 perdió un subcampeonato. Se pierden partidos, se pierden playoffs. Se pierden finales. Pero un 2° puesto no se comparte, no se gana, ni se disputa. En 1949 pasó, y tras dos desempates con River, se quedó en tercera ubicación. Pero en aquellos coqueteos con el triunfo jamás debe haber sentido la verdadera posibilidad de coronar como sí sucedió la tarde del domingo 1 de junio. Tampoco había ocurrido en la final de la Copa de la Liga Profesional en 2023, que merecidamente lo tuvo en el partido decisivo a pesar de llegar de punto con un justo Rosario Central campeón.
El tiempo, el primero de los argumentos que esbozamos, podría también explicarse desde un momento cúlmine que lo habría cambiado todo, incluso la historia del propio fútbol local. En 1967, Platense realmente estuvo cerca de ser lo que siempre quiso ser. El equipo dirigido por Ángel Labruna perdió frente a Estudiantes la semifinal del Nacional, y con ello, el Calamar se convertía en uno de los protagonistas de un punto de inflexión para lo que vendría después. Primero en su grupo, clasificó a semifinales donde enfrentaría al equipo dirigido por Luis Zubeldía que todavía no había forjado la mística copera, ni siquiera victorias rimbombantes. A pesar de ir ganando Platense 3 a 1 al comienzo del 2T, las mañas, la convicción de un equipo durísimo, y un gol de Juan Ramón Verón para iniciar la remontada con 10 jugadores terminaría en un insólito 4 a 3 final. Estudiantes iniciaba justo aquella noche del 3 de agosto una de las epopeyas más grandes al ser el primer equipo considerado “chico” en ganar un campeonato en el profesionalismo. Y la piedra fundacional para conseguir, ese mismo año, la primera del triplete consecutivo en Libertadores, lo que es hasta el momento la mejor racha de un equipo debutante en el torneo continental. Platense, que arañó su primer título, inició por su parte una pelea contra el tiempo en un tobogán que lo tuvo en el ascenso un período mayor que lo que hasta entonces se presagiaba.
Parece un axioma del tiempo. Hace unos días, fallecía la Bruja Verón —padre—, el mismo que empezaba a sentenciar el destino de Platense en aquel 1967; al mismo tiempo, el Calamar desembarcaba en una nueva final. Mientras los hinchas parecían no aguantar la presión de los minutos que restaban jugar y practicar eso del “saber esperar”, los jugadores emulaban la misma convicción, hombría y valentía que había caracterizado al Estudiantes de Zubeldía, casi sin darse cuenta de que el círculo empezaba a cerrarse. Defender una victoria es también una búsqueda en sí misma, idéntica a la que los llevó a cargarse de visitante a Racing, River y San Lorenzo. Sí, en ese orden cinematográfico.
El segundo argumento del porqué de esta historia que ya está escrita en los anales del deporte nacional, es la percepción que han tenido los testigos de esta gesta en relación con los que ya no están.
Casi por unanimidad, todos los hinchas de Platense que se acercaban a las cámaras de televisión para dejar un mensaje exponían el mismo concepto. Ninguno, de verdad que ninguno hizo referencia al parado táctico, a la disposición de los delanteros para ejercer presión en la salida del rival. Tampoco hablaron de la pegada del goleador de la noche, ni recordaron a Palermo, ni agradecieron al jefe que les perdonó el faltazo anticipado del lunes posterior a la final. Todos recordaron, sollozos, a los que ya no están.
“Esto es para vos, papá, que me hiciste de Platense y alentás desde arriba”, se escuchaba decir entrecortado a un hombre sobre Zufriategui. “Hoy pagué la deuda con mis hijos, la que no pagó mi viejo que se fue hace rato”, declaraba otro. “Estoy feliz por mis nenas que están viviéndolo conmigo. Yo perdí a mi hermano, que seguro celebra desde el cielo”, sonreía un cuarentón. “Tengo 81 años, soy socio hace 80 y Platense tiene 78 temporadas en primera. ´¿Sabés lo que es eso, pibe?´No podía morirme sin verlo campeón. ¡Vamos Platense, carajo!”, se escuchaba a un jubilado con boina, sostenido por su bastón.
Es imposible contabilizar lo que parece un denominador común: Platense se explica por lazos familiares. A lo sumo, por unos cuantos amigos. Platense ganó su primer trofeo, una Liga local, pero no es la trama de esta película, es solo la excusa para contar el verdadero relato. Esta narración solo evoca en su tema principal las pequeñas historias de familia que se criaron en un barrio, que criaron su identidad al pertenecer a un club y que han hecho lo que mejor sabemos los argentinos, que es darle batalla al tiempo y, cada tanto, hacerle un gol.

Todo el pueblo futbolero sabía que tanto Huracán y Platense serían campeones bien recibidos, legítimos y aceptados por casi todos. Sin embargo, el triunfo de los de Saavedra, como hacía mucho tiempo no pasaba, emocionó —y, sobre todo, representó— a cientos de clubes de barrio que sienten que entre tanta mediocridad y dificultad, se puede crecer y hasta ganar. Por eso nos interpeló, nos atravesó cada testimonió en la noche del domingo.
Saber esperar duele. Duele mucho porque el que espera, en realidad, no sabe que está esperando hasta que deja de esperar y todo el pasado cobra sentido en el presente que transcurre. En esta práctica tan propia del periodismo deportivo de buscar datos, efemérides y coincidencias que creemos que ayudan a explicar los resultados, como sucede en el 2025 de los campeones primerizos que citan al Crystal Palace por la FA Cup o al PSG por la Champions League —justamente, el torneo más añejos y el más importante de Europa—, no es casualidad que Platense encuentre su primera estrella en Santiago del Estero. Es Santiago, acaso, la primera ciudad fundada dentro de los límites de nuestra soberanía, por eso el lema “Madre de Ciudades”, y con ella el punto de partida para lo que fue la fundación de otras ciudades en el noroeste argentino. Ojalá Platense, por carácter transitivo, encuentre en Santiago el puntapié para nuevas conquistas.
La dupla técnica Orsi y Gómez será estatua, al igual que el capitán Nacho Vázquez y el resto de los jugadores del plantel. Y sino ocurre, por lo menos serán parte de la memoria colectiva del pueblo calamar, como encuentra al Polaco Goyeneche su máximo estandarte.
Pocos tienen el don de saber esperar, pero en ese puñado de privilegiados aparecen ambos técnicos, forjados en el ascenso al igual que sus dirigidos, muchos de los cuales declararon más de una vez que Platense es el “club de las oportunidades”. Casi como si el tiempo siempre las ofrendara.
A mi abuelo, que extraño y recuerdo muy seguido, siento haberle hecho caso a tal punto que seguí al pie de la letra sus enseñanzas. No solo saber esperar, sino también aprender a amigarse con el tiempo cuando parece que las oportunidades no aparecen.
Como periodista me han llegado, tarde, pero existieron al fin. De hecho, aparecieron en medio de una búsqueda que no abandoné a pesar de haber recorrido en soledad ese camino. Mi primera cobertura futbolística fue un Platense – River, en Vicente López y para un medio gráfico barrial, prácticamente ad honorem. El primer partido que cubri a River en campo de juego, también tuvo a Platense como protagonista y rival, en 2022. Este domingo, dos equipos fueron enviados desde ESPN para contar qué pasaba en cada sede. En Parque Patricios y en Saavedra. Me tocó trabajar. Y me tocó Saavedra.

El último martes los semáforos de las avenidas Cabildo y García del Río amanecieron un poco más bajos de lo habitual, porque todo un pueblo se subió a lo más alto de su barrio para gritar “Campeón”, lo que simboliza una de las mejores experiencias del hincha argentino.
Como Platense, tuve que aprender a esperar mucho de lo que anhelaba, aun sabiendo que no sabía si llegaría eso que perseguía. Desde mi casa, justo en frente de la histórica sede de Manuela Pedraza y Cramer, sigo viendo hinchas envueltos en banderas que vuelven a sus casas desde el Parque Saavedra donde la fiesta vivió su punto más alto, el desahogo total.
Mi abuelo Jorge siempre tuvo razón. Ahora comprendo que el don de saber esperar no es recibir lo que esperábamos, sino darle nosotros mismos una oportunidad al tiempo, que la merece tanto como nosotros, solo pide que lo sepamos aguardar. En la RAE, “esperar” significa “tener esperanza de conseguir lo que se desea”. Estoy convencido que en Platense se ven plasmados miles de otros clubes, por eso, desde ahora tiene el deber moral de practicar esa esperanza cada fin de semana de fútbol. Porque por fin ganó. Porque dejó de esperar. Como Argentina, que ganó al nacer un 25 de Mayo. Igual que mi abuelo.
Agustín Barbeito
Twitter: @AgusBarbeito90
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