Empezó la preventa de Crónicas de amor, locura y muerte, el quinto libro de nuestra colección, que sale en septiembre. Es una serie de crónicas deportivas unidas por un hilo rojo: la muerte. Historias trágicas de deportistas que lograron trascender lo hecho en vida.

Escribir en papel es una de las tantas maneras que existen de trascender la vida. Ahí quedará para siempre el libro apoyado en una biblioteca o dando vueltas de mochila en mochila llevando vida. Las palabras no nos pertenecen, pero sí la elección de ellas. Si vamos a copiar u homenajear elijamos a quién. Después de dos años de tomarnos un tiempo para ver el paso a seguir en nuestro próximo libro, decidimos volver a las bases. Contar historias del pasado. Por fuera de la agenda del momento, sin pensar en acotar la narración porque hoy las redes sociales piden textos cortos. Como en el área, en los libros siempre hay tiempo.

Crónicas de amor, locura y muerte es el quinto libro de nuestra colección. El primero, Crónicas Maradonianas, salió del amor que nos genera su figura y el dolor que nos causó su paso a la inmortalidad. El segundo, Fuegos de Junio, fue para que el 24 de Junio fuera tomado como el Día de la Cultura Popular en Argentina. El tercero y cuarto, Ilusión Eterna y Los Mundiales Invisibles, nacieron al calor de la alegría inmensa que nos produjo ser campeones del mundo, por primera vez para la mayoría de nosotros.

Volvimos a agarrar los instrumentos para salir a tocar. Acá están por leer un ensayo abierto. Un compendio de homenajes, una demostración de influencias. Una elección de historias a dedo y de forma arbitraria para alumbrar el pasado y sembrar de nombres inolvidables el futuro. El nombre del libro se desprende de los Cuentos de amor de locura y de muerte del uruguayo Horacio Quiroga, que hizo ficción los dolores por sus tragedias. La primera fue a los dos meses de vida, cuando a su padre se le disparó el arma con el que había ido a cazar. Quiroga escribió un solo cuento de fútbol, con un tiro y una muerte como protagonistas. Se llama “Juan Polti, half-back” y está basado en un hecho real: el suicidio del ex jugador de Nacional de Montevideo, Abdón Porte, que no pudo entender su vida sin ser jugador del club. 

En 2018, a 100 años de la muerte de Porte, Nacional sacó una camiseta en su homenaje con una frase. Pero no decidió usar un fragmento de la carta que el jugador dejó antes de suicidarse, sino una parte del cuento de Quiroga: “Que siempre esté adelante | El club para nosotros anhelo | Yo doy mi sangre por todos mis compañeros, | Ahora y siempre el club gigante | ¡Viva el club Nacional!”. Nuestro homenaje empieza con uno de los dos textos de ficción del libro, justamente sobre el último tranvía al Parque Central de Abdón, recreando la última conversación que tiene con el motorman que lo llevó al estadio. El otro narra los días de la muerte de Jacobo Urso, figura en ese primer San Lorenzo que recién había dejado de ser Los Forzosos de Almagro. 

La historia de Porte y el motorman nos linkea directamente con la crónica número cero del libro, sobre un mito del periodismo argentino de la década del 90: Fabián Polosecki. Condujo dos programas emblemáticos: El otro lado y El visitante, que se emitían por ATC. En ambos se proponía indagar sobre distintos temas entrevistando a personas que no solían tener lugar en los medios de comunicación: prostitutas, motorman de trenes, pais umbanda, drag queens o boxeadores amateur. En algún punto era la exaltación de los antihéroes, la reivindicación de la gente común. En las entrevistas lograba que la gente contara cosas de maneras a veces estremecedoras, como cuando el motorman del tren reflexionaba sobre qué se siente al atropellar un suicida. Polosecki terminó sus días arrojándose bajo las vías de un tren en diciembre de 1996.

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Como Quiroga, su lupa artística sólo tuvo una incursión en el fútbol. El programa se llamó Metegolentra. Allí empieza hablando con el canchero que cuida el pasto de la cancha de Vélez y sigue con una charla con René Houseman, ambos tirados debajo de un arquito de fútbol cinco en Excursionistas. Cierra con la mejor entrevista del programa, con Tita Mattiusi. Nacida adentro de la cancha de Racing, en las tribunas de madera. Su madre era lavandera y su padre, canchero. “Yo me casé con Racing”, dice como una monja académica. Los 90 son el caldo donde se cocinó el aguante. Por eso Polosecki se despide del fútbol dándole lugar al hincha. Pero no va en busca de cualquier hincha. En una vieja cafetería porteña, se encuentra con cinco integrantes de la barra de San Lorenzo, la Gloriosa Butteler, de la década del setenta. Ya alejados de los paravalanchas, cuentan anécdotas geniales. 

De Polosecki nos queda su búsqueda. De su obra tomamos el detalle más que el destino final. Lo mismo apuntamos en cada una de las crónicas de este libro. Ayudar a poner en contexto para entender qué hace inmortal a una figura deportiva. Cómo identificar a muchos para trascender por todos. Si la despedida es con la ocupación del espacio público, muestra que “así es este amor, no televisión”, como el tema “Susanita” de Los Redondos.

Nos interesa explicar la construcción del personaje que se hizo inolvidable. Garrafa Sánchez era un 9 rápido de las inferiores de Laferrere, pero sufrió una lesión de rodilla que le quitó la velocidad. Ahí se reinventó creando al Dios del Potrero, absorbió todos los partidos vistos y jugados en el barrio, y se los mostró a todos los hinchas del fútbol de ascenso. Como cuando Bonavena creó a Ringo, un personaje que transformó la industria del boxeo argentino porque supo combinar el manejo mediático de Muhammad Alí con la picardía porteña. Ringo logró narrarse a sí mismo y fue más popular que los boxeadores argentinos campeones del mundo.

Si bien en el libro hay historias de distintas partes del mundo, hay algo con la idolatría y la inmortalidad que tiene características muy nuestras. La periodista Gabriela Saidón escribió un libro sobre Diego Maradona llamado Superdios, donde dice que la cultura popular argentina construye santos a diferencia de Estados Unidos, que construye superhéroes. No es casualidad que cuando ocurren tragedias rápidamente se formen santuarios alrededor del lugar donde ocurrió el hecho. Hay un componente ahí que supera el carácter religioso: es una característica propia de la cultura popular argentina que, de hecho, toma a algunas figuras como santos o dioses antes de su muerte. En el texto “El místico sin dios”, Scalabrini Ortiz habla un poco de esto: “El porteño quiere ídolos que polaricen su sensibilidad, ídolos ante quienes deponerse totalmente, fervorosamente”. 

Si bien Scalabrini le hablaba mucho al hombre de Corrientes y Esmeralda, hay cuestiones que podemos trasladar al ser nacional. Así describió Jorge Luis Borges el final de Facundo Quiroga, el gran caudillo riojano: “Ya muerto, ya de pie, ya inmortal, ya fantasma, se presentó al infierno que Dios le había marcado, y a sus órdenes iban, rotas y desangradas, las ánimas en pena de hombres y de caballos”.

En este libro hay historias entrelazadas. El talento temprano de Kobe Bryant, que a los 18 años ya jugaba su primera temporada con Los Ángeles Lakers, sin haber pasado por la universidad. Predestinación, profecía autocumplida y arrogancia para quedar en la historia de la NBA. Lo que no pudo hacer el basquetbolista Len Bias, de quien se hablaba como némesis de Michael Jordan, ya que había tenido intensos duelos en aquellos Maryland-North Carolina. Murió de una intoxicación por cocaína. Ahí Estados Unidos endureció su lucha contra las drogas y empezó a apuntar la mira contra Colombia y Pablo Escobar. El capo narco tenía tanto poder que los jugadores de la Selección, con su capitán Andrés Escobar, lo iban a visitar a la cárcel de La Catedral. Los dos Escobar murieron asesinados con meses de diferencia.

Hubo voces no escuchadas que pudieron evitar las muertes que vamos a contar. El circuito de San Marino, donde chocó y murió Ayrton Senna, tenía escasas condiciones de seguridad que no fueron debidamente tenidas en cuenta. Como el técnico del avión de la tragedia de Chapecoense que le advirtió al piloto, Miguel Quiroga Murakami, que había que parar en el aeropuerto de Cobija, Bolivia, para abastecer combustible. Pero dos horas antes del despegue, el tripulante presentó un plan de vuelo donde no se establecía una escala para esa recarga. 

Después vino la solidaridad del pueblo de Medellín con sus futuros rivales en una final de Copa Sudamericana que no fue, que se emparenta con la campaña de financiamiento por la búsqueda del avión caído en el que se encontraba Emiliano Sala. Uno de los primeros aportantes fue Kylian Mbappé, quien peleaba con el argentino el trono de goleador de la liga francesa. También hubo héroes que evitaron que las tragedias fueran peores, como el chofer del micro del equipo de fútbol Los Avispones de Chilpancingo, que fueron baleados la misma noche que asesinaron y desaparecieron a 43 estudiantes en Ayotzinapa, México. 

Hay aquí, también, muertes absurdas, que bien podrían ser parte del programa Mil maneras de morir, donde el humor evita la posibilidad del dolor. Acá no nos reímos tanto, pero sí traemos historias que no perecen: como la del italiano Gigi Meroni, que se lució en el club Torino en la década del 60, atropellado por un hincha que recién había sacado el registro, en el medio de una avenida. Tal vez se emparente con lo absurdo, también, la rivalidad fatal que supieron tener Gilles Villeneuve y Didier Pironi. A pesar de ser compañeros del equipo Ferrari, el enfrentamiento entre ambos desató tragedias, en una de las décadas con más accidentes y certificados de defunción de la Fórmula 1, y cambió las reglas futuras. Otra de las rivalidades fatales, agitadas siempre por el show televisivo de la chicana pugilística, fue la que tuvo al boxeador estadounidense Emile Griffith con el cubano Benny Kid Paret. Fue en el round 12 donde Paret cayó para no levantarse nunca. Fue el día en el que Griffith dejó de ser él mismo. Nadie puede lidiar con la muerte de un hombre. 

Y ya que este libro se compone de retazos que fuimos juntando, de referencias a escritores, no pueden faltar, claro está, las crónicas de muertes anunciadas. Es la del Palomo Usuriaga. A la hermana del futbolista colombiano que nos deslumbró con su correr incansable y sus goles hermosos en un Independiente plagado de figuras, le advirtieron esa mañana que lo iban a asesinar. Como en el relato de García Márquez, nadie atendió a las señales. Y así, también, aunque un poco más solo y un poco más triste, murió el italiano Marco Pantani. Un ciclista que supo ser ídolo de masas, que ganó todo y que empezó a derrumbarse temprano. Su muerte en la pieza de un hotel a los 34 años aún no fue esclarecida. El Diego más humano de todos declaró al día siguiente:  “Cuando ganaba tenía a todos cerca. En cambio, ahora murió solo. Él necesitaba de la gente que ayer no estaba. Y es culpa de todos nosotros”. 

Hay muertos vivos que nos atraviesan y nos activan para dar a conocer su historia. El fusilado que vive que generó en Rodolfo Walsh la investigación que decantó en Operación Masacre. Porque creyó que “una historia así, con un muerto que habla, se la van a pelear en las redacciones”. Pero le cerraron las puertas. La obra salió porque encontró, para que la imprimiera a un hombre que se anima, que es más que un héroe de película. Eso somos también. Hombres y mujeres que nos animamos. A sacar nuestro quinto libro, Crónicas de amor, locura y muerte, para hablar de los inmortales.

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