Hace 20 años era una realidad: Los Andes iba a jugar en primera división después de ganarle la final del Reducido a Quilmes. Pero doce meses antes no era ni un sueño. El conjunto del sur del conurbano bonaerense se armó para no descender y terminó haciendo historia. Escribe Federico Cavalli.

Repasemos las temporadas anteriores al ascenso del milrayitas. El problema comenzó en la 96-97, cuando se incorporaron varios equipos para llegar a 32 participantes y se dividió la etapa inicial en cuatro grupos, dos del interior (A1 y A2) y dos metropolitanos (B1 y B2).

Los Andes cayó en la zona B2 y logró la primera ubicación con 30 puntos, tras ocho triunfos, seis empates y dos derrotas. Una curiosidad: debajo quedó el Argentinos de Chiche Sosa que terminaría ascendiendo. Esa buena primera parte lo llevó a jugar la Zona Campeonato, para los que tenían chanches de ascender. Ahí el rendimiento mermó y perdió 11 de 26. Logró 35 puntos pero quedó fuera del reducido para ascender.

En la temporada 97-98 logró 48 puntos en la  Zona Metropolitana pero volvió a decaer en la Campeonato, quedando otra vez afuera. En la temporada 98-99 la cosa fue distinta: anteúltimos con 28 puntos, lejos de los 63 del Chacarita puntero (que terminó ascendiendo). La curiosidad: en la Metro clasificaban todos los equipos al reducido menos los descendidos y uno  más. Ese fue Los Andes.

Para la 99-00 se le iban de la tabla de promedios los puntos logrados en la 96-97. Pero ahí está la injusticia: solo tenía los 30 de la Zona Metropolitana, las zonas campeonato no contaban. Así, Los Andes cambiaba una temporada de redimiento de primer puesto por una de anteúltimo. Con la mira en la tabla del descenso, solo por debajo de los ascendidos e igualados con Morón y Almagro, el conjunto lomense afrontó el comienzo de la temporada con muchas bajas.

Se habían ido Rubén “Cacho” Córdoba, Adrían “El Loco” González (que pasó directamente a Banfield), Fabían Sanchez, un joven pero goleador Héctor Bracamonte y el gran Pablo Cameroni, que también se fue al taladro. Jorge Villagarcía, Alexis García y Martín Román, tres pibes que pasaron desde Racing, salieron rápido. También el ex San Lorenzo Gabriel Flores, que ya había tenido un paso hacía tres años, se fue al principio de la temporada.

Llegó el Gordo Ginarte, técnico e ídolo del club. Se quedó con el arquero Alejandro Migliardi, los defensores Gabriel Lobos y Marcelo Moya, el volante Mauricio Levato y el delantero Gabriel Caiafa. Tuvo que reforzar todas las líneas, armar el equipo íntegro. Y la económia del conjunto lomense se había achicado después de años de traer refuerzos de fuste.

Para el arco llegó Darío Sala, ex Talleres y Belgrano. Fuerte bajo los tres palos, con personalidad y con el visto bueno de Ginarte, que lo conocía del pirata cordobés, arribó a Lomas para pelear el puesto que terminó ganando. Sus atajadas fueron claves para el ascenso final, su carácter y la agresividad con que salía hicieron que sean muy pocos los goles que le convirtieran: 34 en 42 partidos, menos de uno por encuentro.

También se animó a patear penales y tiros libres. Ginarte lo aguantó tras algunos errores al principio y después se transformó en un pilar del equipo. Quizás su punto más alto es el partido con Español donde metió un penal y atajó otro. Pero también hay que destacar sus atajadas en el reducido frente a Independiente Rivadavia en Mendoza, por el Reducido.

En defensa llegaron Andrés Bressan, Germán Noce y Gabriel Nasta. Bressan era un lateral derecho rendidor que no tenía lugar en Lanús. Noce llegó desde Gimnasia para jugar por derecha o en la zaga. Gabi Nasta venía de jugar en Douglas Haig, tenía 29 años y, quizás, era su última ficha para ascender a primera división. Fue fundamental su postura rústica y su vehemencia en la marca. Conformaron una sólida dupla central con Lobos, todo lo que llegaba por arriba lo rechazaban.

En el medio Juan “Cuca” Arce llegó desde Banfield y le aportó calidad y juego. A su lado Mauricio Levato batalló para aportar en la recuperación. Cuca tenía un buen panorama de la cancha y distribuía el juego para que los rapiditos de arriba la trasladen. A esta pareja se le sumó un conocido de la gente de Lomas: Orlando “El Negro” Romero, que retornaba de Nueva Chicago. Su pegada en pelotas paradas fue clave.

El refuerzo que se lleva todo el protagonismo en las fotos a 20 años de la hazaña es Fabio Pieters, que llegó desde Lanús, fue una rueda de auxilio para el mediocampo y contra Quilmes en el Centenario metió el gol que no solo quedó en el recuerdo de la gente sino se inmortalizó en una pared a tres cuadras del estadio Eduardo Gallardón.

Otros que se sumaron fueron Sebastián Salomón, que llegaba de Lanús, y Sebastián Carrera, de Dock Sud. Dos realidades distintas. Salomón jugó bastante, Carrera poquito. El ex Lanús no era un jugador de marca pero Ginarte lo mandaba a “correr a los enganchges rivales”, recordó hace un tiempo en el portal Política del Sur.  Una postura ofensiva para presionar a los creativos del otro equipo y construir con toques directos la salida en ataque.

Para completar el equipo arribaron en ataque Felipe Desagastizábal, desde Temperley, Adrián Armoa, desde Lanús, Sebastián Neuspiller, de Fénix,  y Rubén Darío Ferrer, desde Gimnasia de La Plata. A mitad de campeonato se sumó Martín Gianfelice, desde San Lorenzo, y para el reducido volvió Adrian Dezzoti, que llegaba de jugar la Copa Libertadores con Olimpia de Paraguay.

Junto a Gabi Caiafa o Desagastizabal, el Gordo Ferrer era la referencia para que ellos pudiesen descargar o tirarle un centro. Desde la salida rápida que tenía el mediocampo, Ferrer pivoteba e iba al área a buscar. El Gordo estuvo implacable y terminó con 18 goles, varios en el reducido y tres a Banfield, en cuatro partidos.

En la fecha 27 se dio el quiebre: le ganó a Huracán, mayor candidato al ascenso y puntero del campeonato, quedó a siete de alcanzarlo, dejó de mirar la tabla de los descensos y comenzó a pensar que era posible ascender. La última parte del torneo lo dejó muy cerca: de los últimos siete ganó cinco y empató dos.

Al final de la parte regular del campeonato, los dirigidos por Ginarte se pudieron levantar después de un golpe grande, como fue quedarse afuera del cuadrangular final por el primer ascenso después de ir ganándole a Quilmes 3 a 1 y que en dos minutos el cervecero se lo empate, cuando se terminaba el encuentro.

Mientras que los jugadores de Los Andes encararon el Reducido con la bronca y las ganas que ese partido les dejó, Quilmes no pudo en la final con Huracán y el ánimo empezó a caer, lo que lo llevó a perder las dos oportunidades que tuvo después. El fútbol es un estado de ánimo también.

Quizás el hecho de ser el mejor ubicado en la tabla  y tener ventaja deportiva para encarar el Reducido llevó a los lomenses a afirmar su juego defensivo para cuidar el cero y aprovechar las oportunidades que le aparezcan. Así mantuvo siete veces su valla invicta, liquidando los partidos en condición de local, salvo la final con Quilmes, donde se invirtieron los papeles.

Pero antes de la final llegaría la llave más esperada por los hinchas y la que más gozan hoy en día, a 20 años: Banfield, rival clásico, que llegaba afiladísimo. Era la primera vez, y sería la última, que se cruzaban en una instancia por el ascenso. El primer encuentro en cancha del taladro fue un cero a cero donde Los Andes tuvo muchas acciones para abrir el marcador (entre ellas, una chilena de Nasta al travesaño y un mano a mano que Miguel, arquero de Banfield, le gana a Ferrer).

En la vuelta todo fue del conjunto de Lomas: las acciones, el dominio del juego y los goles. Desagastizabal y el Gordo Ferrer la metieron y el partido no terminó por incidentes con la parcialidad visitante. En el juego, dominio del balón y velocidad por los costados. Así fue como Desagastizabal se vistió de viejo wing y aprovechó la llegada de Ferrer y los volantes al área. Una tarde inolvidable donde todo el pueblo lomense gozó con una victoria clásica y justa.

En la final se encontró con su verdugo del campeonato regular: Quilmes.  En la primera final el campo de juego estaba muy complicado y el juego aéreo de Los Andes fue efectivo para romper a un cervecero con mejor trato de la pelota (el Maquina Giampietri, su mejor exponente). Ginarte paró una delantera de tres (Caiaffa, Desagastizabal  y Ferrer) con el Negro Romero de enganche. Con dos jugadas que del medio salieron hacia el costado derecho, y habilitando al que mejor llegaba por el otro lado, Ferrer y Arce sacaron la diferencia que todo el equipo aguantó.

Para la vuelta se rompió el cero en el arco lomense con un gol del Pirata Czornomaz. El aplomo y la seguridad defensiva hicieron que el equipo no se sienta nervioso a pesar de estar a un gol de perder el ascenso. Pero la suerte estuvo del lado de Los Andes: después de algunos amagues y un rebote, le quedó a Fabio Pieters de frente al gol. Y al ascenso.

Esta vez los 63 puntos que sumó en la rueda preliminar los pudo demostrar en el Reducido, se olvidó rápido del descenso y, a pesar de que algunos lo tildaron de anti-fútbol, el equipo logró un estilo de juego, agresivo y con efectividad  arriba, simple y rocoso abajo. Porque eso es  también el fútbol: saber qué se quiere, cómo se lo quiere y poder lograr plasmarlo en cancha. Si a todo eso le sumamos el premio de ascender, mucho mejor. Los Andes consiguió todo y por eso, 20 años después, sigue festejando.

PD: Dedicado a Marianela De León, Paul Bordis y Matías Cala.

Federico Cavalli

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