A 52 años de la cruenta Masacre de Tlatelolco, una reseña de cómo se originaron los hechos que terminaron con más de 300 muertos en la represión estatal más horrorosa que tuvo México y los hechos que se sucedieron en los primeros Juegos Olímpicos en Latinoamérica: del Black Power y los récords a las cicatrices en el alma de un atleta sobreviviente. Escribe Esteban Bedriñan.

Cuando las bengalas rojas y verdes iluminaron el cielo de la Plaza de las Tres Culturas y dieron inicio a la feroz represión militar, el maratonista mexicano Pablo Garrido corrió como lo supo hacer siempre pero de una forma en que no lo había hecho nunca: esquivando balas. El hecho, sucedido en la ciudad de México el 2 de octubre de 1968, es recordado como “La masacre de Tlatelolco.”

El origen que desencadenó en el asesinato de más de 300 personas perpetrado por el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz, se había iniciado meses antes cuando una gresca generalizada entre alumnos de dos universidades mientras jugaban un partido de fútbol americano, terminó con la intervención de la policía, quienes en lugar de contener terminaron golpeando y deteniendo a parte del alumnado y a varios profesores. Al hacerse nacional la noticia, universidades de todo el país se unieron para protestar por la represión y solicitar la liberación del estudiantado.

Durante los meses que siguieron, las manifestaciones fueron creciendo en número y en creatividad: marchas de antorchas o de silencio. Pero a cada una de ellas les siguió siempre un ataque de los cuerpos policiales. Ante la inminencia de los Juegos Olímpicos a desarrollarse en la capital azteca diez días después, el Ejecutivo Nacional dispuso la militarización del conflicto y propinaron quince mil disparos en 62 minutos contra la multitud que se agolpó en Tlatelolco ese 2 de octubre. El presidente Días Ordaz quería mostrarle al mundo que en México, el primer país de Latinoamérica en recibir una olimpíada, eran derechos y humanos.

1968 fue un año fértil en rebeliones estudiantiles a lo largo de todo el mundo y en especial en América Latina. Marchas en Brasil, Uruguay, Chile, Bolivia, Colombia o Venezuela eran noticias de todos los días y se sumaban a las movilizaciones en los Estados Unidos contra la guerra de Vietnam y por los derechos civiles en apoyo a la comunidad afroamericana. En Europa, el Mayo Francés o la Primavera de Praga fueron dos de los movimientos más grandes que se sucedieron en el viejo continente.

A pesar de la salvaje represión, el Comité Olímpico Internacional (COI) ratificó la sede y el evento se llevó a cabo con la complicidad de la prensa nacional, quienes dieron escasa o nula difusión al tema y se abocaron inmediatamente a promocionar esos juegos, insultantemente llamados “Los Juegos de la Paz” por el presidente del COI Avery Brundage. El dirigente estadounidense fue un especialista en ponerse del lado del opresor a lo largo de toda su gestión: fue quien otorgó los Juegos de Berlín 1936 para publicitar el régimen de Hitler; apoyó y defendió a la Sudáfrica del “apartheid”; en el propio México 68 expulsó de por vida a los atletas del “Black Power”, Tommie Smith y John Carlos y también permitió, años después, que continúen los Juegos de Múnich 1972  pese a la matanza de once atletas de la delegación de Israel.

John Carlos y Tommie Smith

Diez días después de consumada la masacre, los juegos olímpicos se iniciaron con el encendido del pebetero por parte de la atleta mexicana Enriqueta Basilio, primera mujer en la historia en hacerlo. Las distintas competencias arrojaron diversos récords, uno de los cuales fue del velocista estadounidense James Hines, quien se transformó en el primer hombre que en una olimpíada corrió los 100 metros por debajo de los 10 segundos, llegando a la meta en 9’’95. Otro estadunidense que marcó historia fue Bob Beamon quien en salto en largo consiguió una marca récord de 8,90 metros. Además, México ‘68 fue la primera ocasión en la que los competidores fueron sometidos a pruebas antidopaje para detectar el consumo de sustancias prohibidas. El sueco Hans-Gunnar Liljenwall fue el primer sancionado, pues dio positivo a la prueba de alcohol, según el Comité Olímpico Sueco, y la medalla de bronce que ganó su equipo en pentatlón moderno tuvo que ser devuelta.

Pero quienes concitaron la mayor atención de esos juegos fueron los ya mencionados atletas del “Black Power.” Cuando el estadounidense Tommie Smith obtuvo el récord en los 200 metros con un tiempo de 19’’83 subió al podio junto a su compatriota John Carlos decididos a hacer historia. Ambos lo hicieron descalzos y con medias negras que representaban la pobreza de los negros. Cuando comenzó a sonar el himno de los Estados Unidos, agacharon sus cabezas y levantaron sus puños enguantados (Smith el derecho, Carlos el izquierdo) en forma de protesta por la discriminación racial que sufrían los afroamericanos en su propio país y la raza negra en todo el mundo. El público presente en el estadio rechazó el gesto y el griterío fue creciendo hasta hacerse más fuerte que las estrofas de la canción patria estadounidense. La respuesta del COI fue expulsarlos inmediatamente de la Villa Olímpica y suspenderlos de por vida. Si bien inicialmente el Comité Olímpico de Estados Unidos se negó a aceptar las sanciones, tuvo que dar marcha atrás ya que el propio Brundage amenazó con excluir a toda la delegación de ese país. Sin amedrentarse, Smith declaró entonces: «Cuando gano, soy americano, no afroamericano. Ahora cuando me equivoco y hago algo malo, ahí sí me recuerdan que soy negro. Somos negros y estamos orgullosos de serlo. La América negra entenderá lo que hicimos esta noche.»

Hubo varios deportistas que han expresado su indignación con lo sucedido en Tlatelolco diez días antes del inicio de los juegos, aunque algunos prefirieron el anonimato a la hora de declarar o bien lo hicieron años después, por miedo o por la deliberada invisibilización que la prensa dedicó al tema en ese entonces. La velocista estadounidense Wyomia Tyus, récord mundial y primera mujer bicampeona en los 100 metros, declaró en una nota concedida a Juan Manuel Vázquez del diario La Jornada que «Tuvo que pasar medio siglo para que por fin un periodista me preguntara sobre Tlatelolco».

Wyomia Tyus en México 68

En el aclamado y premiado libro “La noche de Tlatelolco”, una colección de recuentos sobre la masacre, la escritora franco mexicana Elena Poniatowska plasmó que varios deportistas sí se enteraron de los hechos previos a los juegos y que uno de ellos, de nacionalidad italiana y a quien mantuvo en el anonimato, dijo que “Si están matando estudiantes para que haya Olimpiada, mejor sería que ésta no se realizara, ya que ninguna Olimpiada, ni todas juntas, valen la vida de un estudiante.”

Otra pluma destacada que escribió sobre la masacre de Tlatelolco fue la de la activista, periodista y escritora italiana Oriana Falacci quien fuera herida en la plaza de Las Tres Cruces el día de la represión. Sus impresiones pueden leerse en el documental “El Grito. México 1968” dirigido por Leobardo López Arretche: «Mientras tanto, la Ciudad de México se prepara para la apertura de las olimpiadas, en apariencia alegre. La policía sigue haciendo su trabajo. Los periodistas describen la llegada de la llama olímpica, se habla de primacías, de cronómetros, de zambullidas, saltos y atletas. Incómodos son los muertos, la gente se cansa pronto de ellos».

El maratonista Pablo Garrido

El maratonista mexicano Pablo Garrido, quien llegaba con marcas que lo situaban como un claro candidato a pelear por una medalla dijo en una entrevista que brindó a la Agencia EFE en octubre de 2018 “estaba bien preparado, había terminado en cuarto lugar en el Maratón de Boston en abril, pero la tragedia del 2 de octubre me mató como corredor. Yo estuve en Tlatelolco, frente a la casa del campeón de boxeo Enrique Esqueda, cerca de donde fue la masacre, y vi las luces de bengala y el tiroteo.» Encargado de leer el Juramento Olímpico, Garrido cuenta sobre esa maratón en la que finalizó en la 26° posición (2:35’47’’) «Aguanté en la punta casi hasta la mitad. Entre abril y agosto me habían obligado a correr dos maratones más aparte de Boston y llegué cansado. Sin embargo la verdadera razón de mi derrota fue la tristeza» apuntó en esa misma entrevista, dejando ver que las heridas aún no cicatrizan ni lo harán hasta tanto no haya justicia y se reconozca que la Masacre de Tlatelolco fue un crimen de Estado pergeñado por una dictadura encubierta con la piel de la democracia.

Esteban Bedriñán

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