Julio Humberto Grondona fue el hombre que salió de una ferretería en Sarandí para terminar siendo el vicepresidente de la organización más importante del mundo: la FIFA. Escribe Santiago Núñez.

Cuando Pablo Ramos se sentó en la oficina, chica por cierto, llena de latas de Bardahl, se sorprendió de lo rápido que logró su objetivo. Luego de algunas palabras de inicio y un saludo, dijo:

-Vamos a presentar una película en el INCAA y para eso nos hace falta plata

-¿Cuánto necesitás?, dijo una voz entre manza y ronca

-20 mil dólares

Don Julio, como le decían conocidos, amigos y admiradores, rompió la carpeta del presupuesto y sentenció con rapidez:

-Se de que familia venís, pibe. La plata te la doy yo. Hacé una linda película.

Esas dos decenas de miles de billetes verdes eran nada al lado de lo que pasaba en esa estación de servicio Esso de la avenida Mitre y Castelli, en el barrio de Crucecita, partido de Avellaneda. Allí, Julio Humberto Grondona, recibía presidentes de clubes, personalidades de la política, grandes operadores mediáticos y también amigos o hijos de amigos.

Las decisiones más importantes del fútbol mundial y por ende del mundo fueron tomadas, aunque cueste creerlo, en una oficina arriba del buffet de la estación de servicio, que se encontraba entre surtidores, bidones, olor a café y con cuatro Mercedes Benz en el estacionamiento. Incluso más de uno lo vio a Don Julio cargando nafta de los surtidores a los autos.

Aquella estación era la metáfora perfecta de un hombre que hacía de la humildad uno de los puntos fundamentales de su riqueza y poder. Grondona era referí, técnico y jugador. Empresario y empleado. Un Secretario de finanzas que nunca jamás había estudiado para hacer una cuenta. “Y si hablara inglés…”, solía lamentar a modo de chiste. Atendía todos y lograba hacer ver solidario cuando en realidad juntaba la plata de los clubes en la AFA para prestarsela a… los clubes.

Logró con Nofal y Magnetto armar el negocio de televisión por cable más grande del país y, cuando la necesidad de mantener el poder lo ameritó, arregló con Cristina Fernández sacarle el contrato de transmisión de los partidos de TyC. Grondona era Clarín pero Clarín nunca llegó a ser Grondona.

Tan humilde y buen político lo veían que alguna vez le preguntaron si quería ser candidato a intendente. Su respuesta fue contundente:

-Ya soy vicepresidente del mundo

Santiago Núñez

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