Hoy cumple 40 años un símbolo de River Plate, recientemente retirado. El alma del ciclo Gallardo que le devolvió la identidad al club. La siguiente nota recuerda su primer paso por el Millonario, donde ya dio indicios de que era un futbolista valioso. Escribe Jonatan Scheffer.

Alguna vez Ringo Bonavena dijo que la experiencia es «ese peine que nos dan a los hombres cuando nos vamos quedando pelados». Desconozco qué tan cierta es esa analogía, pero lejos está de sentarle al taco a Leonardo Ponzio.

Fue justamente quien lo recuperó de su versión Tom Hanks en náufrago, Marcelo Gallardo, quien dio tal veredicto sobre su constante rejuvenecimiento al ser consultado por una potencial convocatoria del volante central a la Selección Nacional al borde de la eliminación para el mundial de Rusia, con Jorge Sampaoli como entrenador en aquellos días.

A partir de esa declaración, se sacó la conclusión de que Ponzio ciertamente había rejuvenecido del 2014 a los tiempos corrientes, como Brad Pitt en «El curioso caso de Benjamín Button». Pero también mentiría uno si se quedara sólo con eso, sobre el ex campeón mundial con la sub-20 en 2001.

Ponzio llegó a River a principios del año 2007. Quien escribe tenía cumplidos apenas 15 años, en ese entonces. Su debut oficial fue en un partido con aquel Lanús que le había atragantado el tri-campeonato al Boca de La Volpe (antes que Estudiantes en la final, en cancha de Vélez). Ese partido se ganó 1 a 0 agónicamente con gol de Tuzzio, horas después del recordado episodio de los quinchos del club entre las dos facciones de la barra brava.

Pero en el partido, aquel equipo de Daniel Pasarella, no daba muestras de tener una idea clara de qué hacer en la cancha. El sempiterno Macaya Márquez decía, por ejemplo, que la ida del «Muñeco» Gallardo a fines del torneo anterior había repercutido en la pelota bien dada o jugadas pulimentadas en pos de llegar al arco con prolijidad, que por supuesto en ese duelo inaugural de River en la competencia no imperaba. Y tenía razón. Porque se decía que la idea del ex defensor campeón mundial era jugar como en el clásico contra Boca del semestre anterior, en donde se lució un pueril Gonzalo Higuaín. De contra-ataque y apostando a la segunda pelota, como así dicta la jerga futbolística.

Dentro de ese desaguisado de improvisaciones, quien mayores certezas daba en cuanto a la búsqueda de un rumbo era Ponzio. Porque corrían los minutos del ST y el gol no aparecía. Por lo contrario, llegaba Lanús. Alcanzó, para quien escribe, un segundo de los finales y un desborde por la derecha con posterior centro bajo, en dilucidar de lo que se trataba ese pibe de vincha. Lejos de revolearla como el manual indica en ese lugar del área propia donde la pelota quema, amagó a eso mismo para abrir posteriormente las piernas y ganar un lateral que a River le dio aire para llegar con chances de ganar ese partido, como finalmente sucedió.

Al León, aquel que fue lo único preciado que tuvimos los de River en ese primer semestre donde la Libertadores fue más esquiva que nunca, partiendo en primera ronda. Ponzio hizo un excelso primer partido con gol incluido a Colo Colo, en el debut por competencia. También se lo vio jugar de 3 contra un Boca campeón de América, en 2007, para marcar a Palacio. Se lo vio de líbero y de stopper con Simeone de DT en su primer campeonato ganado en el club.

Y también se lo vio no querer ser cómplice de desorganizaciones, que a principios del 2009 lo llevaron a volver elegir a Zaragoza en lugar de seguir con la banda roja que terminaría de ser dirigida por Pipo Gorosito ¡Vaya paradoja! Por poco no llegó a compartir plantel con Gallardo, por segunda ocasión malograda. Porque su primer arribo se dio posteriormente a la partida de Napoleón al PSG.

Pero el tiempo, así como tiene la inconducta de no detenerse y transcurrir muy rápido, también le permitió al mundo del fútbol contemplar una de las demostraciones de lealtad y amor más grandes que puedan existir en un deportista no nacido en un determinado club. Porque el surgido en Newell’s bajó al peor de los infiernos viniendo de las esmeriladas ligas europeas y sus luces de neón, para volver a poner al millonario con el cuchillo en los dientes en el cielo de los lauros, como bandera de la reconstrucción de un gigante. Agregándole, como en su momento Mascherano y después Almeyda, al concepto futbolístico histórico del equipo, mañas para las instancias finales de copas internacionales y otras grandes contiendas.

Se retiró a fines del año pasado pero su legado sigue. Porque Leonardo Ponzio será por siempre el alma de la identidad que Gallardo resignificó para hacer aún más grande al club de Labruna, La Máquina y el Beto Alonso. Será de por vida el re-enamoramiento de un club con su sentido de pertenencia histórico.

El de los valores y el del ejemplo. El que en una conferencia de prensa comercial previa a un clásico en 2018, obsesivo por los detalles como el DT, se quedó mirando estadísticas del rival en la pantalla detrás suya mientras el otro capitán se quedaba chapeando con las cámaras. El que cuando vio a Exequiel Palacios desubicarse con el Pampa Biaggio, en su época de DT de San Lorenzo, le preguntó al mismo si lo había insultado para después tironearle la oreja. El que si tiene amarilla en un partido de Copa Sudamericana contra su rival, no deja de trabar porque lo hace con la cabeza.

Un líder de conducta sin estridencias ni humo. Una leyenda que vino como uno más y se va con el amor de todos. Siendo tatuaje en el corazón del club para siempre.

Jonatan Scheffer
Twitter: @jonischeffer

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