Arlt fue un emergente en las letras del pueblo trabajador. En un nuevo aniversario de su nacimiento lo seguimos leyendo y trayendo al presente. Boxeo contra los académicos, una final Argentina-Uruguay en 1929, una de Roland Garros del año pasado y el nacimiento de La Scaloneta. Todo apoyado en escritos del maestro Roberto. Escribe Lucas Jiménez.
Roberto Emilio Godofredo Arlt, más conocido como Roberto Arlt, nació en Buenos Aires el 26 de abril del 1900. Hijo de inmigrantes, laburó en un diario y en una biblioteca, pero también fue pintor, mecánico, soldador, trabajador portuario y fue peón en una fábrica de ladrillos. Inmortalizó la frase “el futuro es nuestro por prepotencia de trabajo”. Se desempeñó como periodista en el diario El Mundo y ahí sacaría sus Aguafuertes porteñas donde describió la idiosincrasia y la identidad porteña. Era un trabajador de las letras que escribía para comer. Si no lo leían se quedaba sin trabajo.
Como cuenta Santiago Núñez en la nota “Del otro lado del río” publicada en nuestro portal, a fines de la década del 30 la Selección Argentina y la de Uruguay jugaron varios partidos claves. Un año después de la final rioplatense por la medalla de oro de los Juegos Olímpicos de Ámsterdam 1928 que ganó la Celeste, se enfrentaron por la última fecha del Campeonato Sudamericano. Argentina ganó 2 a 0 y salió campeón.
En el encuentro jugado en El Gasómetro de avenida La Plata estuvo Roberto Arlt viendo el primer partido de su vida y escribió una crónica para el diario El Mundo titulada “Ayer vi ganar a los argentinos”. El escritor concluye diciendo que “los uruguayos dieron la impresión de desarrollar un juego más armónico que el de los argentinos, pero éstos, aunque desordenadamente, trabajaron con lo único que da el éxito en la vida: el entusiasmo”.
Pero su análisis del juego recién aparece al final luego de que describe distintas imágenes que le llamaron la atención de lo que pasaba alrededor de la cancha. Con ojos de obrero arranca mirando y contando sobre “un negro que vendía un paraguas abollado para librarse del sol. Un regimiento de chicos que vendían ladrillos, cajones, tablas, naranjas, manzanas, bebidas sin alcohol, diarios, retratos de los footballistas, caramelos, etc.”. Recién después aparecen los futbolistas como Cherro, Evaristo y Ferreyra. El foco estaba puesto en los laburantes que no venían teniendo mucho lugar en la literatura argentina de la época.

Roberto Arlt le puso caras conocidas y vivencias identificables a las historias. Era pura práctica contra la teoría desde la que hablaba la elite dominante. Por eso se paró de manos como un boxeador cuando el académico José María Monner Sans afirmaba que “la moda del gauchesco’ pasó; pero ahora se cierne otra amenaza, está en formación el lunfardo’, léxico de origen espurio, que se ha introducido en muchas capas sociales pero que sólo ha encontrado cultivadores en los barrios excéntricos de la capital argentina”. Entonces le respondió comparándole la gramática con el boxeo para diferenciar al boxeo de salón, o de exhibición, con una “pelea magnífica” donde el boxeador “saca golpes de todos los ángulos”.
“Los pueblos bestias se perpetúan en su idioma, como que, no teniendo ideas nuevas que expresar, no necesitan palabras nuevas o giros extraños; pero, en cambio, los pueblos que, como el nuestro, están en una continua evolución, sacan palabras de todos los ángulos”, escribió en la aguafuerte “El idioma de los argentinos”.
Arlt ejemplifica que gritar “te voy a dar un puntazo en la persiana”, es mucho más elocuente que decir “voy a ubicar mi daga en su esternón”. Como en Martin Fierro, en las aguafuertes de Arlt el uso del lunfardo es lo que acerca la obra al sentir popular. El lunfardo es una especie de canto porque también viene del aire, son palabras que se imponen desde el habla más que desde la lengua. Vienen de la facultad de la calle y del idioma del asfalto, no de la rigidez del diccionario. Pasan de la vereda al papel para volver a la vereda.
En “La inutilidad de los libros” Arlt hizo pública una carta de un lector que le pedía que recomiende los libros que deberían leer los jóvenes “para que aprendan y se formen un concepto claro, amplio, de la existencia”. Entonces le respondió que ese libro no existe: “No se ha dado usted cuenta todavía de que si la gente lee, es porque espera encontrar la verdad en los libros. Y lo más que puede encontrarse en un libro es la verdad del autor, no la verdad de todos los hombres. Y esa verdad es relativa”.

Dentro del subtítulo “El escritor como operario”, Roberto Godofredo bajaba a tierra su profesión y la comparaba con un oficio como puede ser un fabricante de casas, “que no es tan vanidoso como un escritor”. “En nuestros tiempos, el escritor se cree el centro del mundo. No revisa sus opiniones. Cree que lo que escribió es verdad por el hecho de haberlo escrito él. La gente cree que la mentalidad del escritor es superior a la de sus semejantes y está equivocada”, enfatizaba.
Arlt era un boxeador tirando golpes a la intelectualidad de la época para bajarla del ring. Tenía ganas de hacerle entender al lector que son iguales, trabajan para comer. Entonces le daba un consejo final: “Si usted quiere formarse “un concepto claro” de la existencia, viva. Piense. Obre. Sea sincero. No se engañe a sí mismo. Analice.” Acá estamos en Lástima a Nadie, Maestro tratando de seguir sus instrucciones.
Por eso Juan Stanisci recurrió a las enseñanzas del maestro cuando escribió sobre la final de Roland Garros 2021 que Novak Djokovic le dio vuelta a Stéfanos Tsitsipás, después de perder los primeros dos sets. Utilizó la recomendación que Arlt le hizo a un lector para interrogarse en la profunda soledad: “Interróguese siempre. ¿Soy sincero conmigo mismo? Y si el corazón le dice que sí, y tiene que tirarse a un pozo, tírese con confianza”. Aprovechó para llevar ese viaje mental al debate individual que suelen tener los y las tenistas en el medio de cada partido. En encuentros de elite y televisados a todo el mundo Juan marcaba que quedaba más expuesto que “a pesar de la sinceridad de la respuesta, la mente suele jugar más a favor del rival que del propio tenista que se piensa a sí mismo”.
Roberto Arlt le quitaba drama al error: “¿Y si me equivoco? No tiene importancia. Uno se equivoca cuando tiene que equivocarse”. El problema no era fallar en la acción sino en el pensamiento. Si eso se mantiene firme, el primer rival, que es mirarse a uno mismo, estará sorteado.

Si leen este portal y nos siguen saben que bancamos con fuerza el proceso de Lionel Scaloni como técnico de la Selección Argentina desde la Copa América 2019. Hay una jugada puntual en el segundo partido de esa competencia contra Paraguay que fue fundacional para la conformación de todo lo que vino después.
El partido iba 1-1 y había penal para Paraguay en el segundo tiempo. Argentina ya había perdido en el debut contra Colombia, se repetía la imagen del mundial de Rusia 2018 donde parecía un equipo que hacía todo para volverse a casa en primera fase. Pero el cuestionado arquero Franco Armani revivió al equipo con su atajada. Y mientras se llevaba su dedo a la boca pidiendo silencio, en el banco Scaloni por unos segundos se transformó en Roberto Arlt con una selección que era El juguete rabioso. “Podía hacer lo que se me antojara…Matarme si quería…Pero eso era algo ridículo…Y yo…Yo tenía necesidad de hacer algo hermosamente serio, bellamente serio: adorar a la vida.”

Lucas Jiménez
Twitter: @lucasjimenez88
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