Luego de cinco sets Novak Djokovic logró vencer a Stéfanos Tsitsipás, en una lucha tanto tenística como mental. La soledad del tenista en el partido puede ser lo más perjudicial para su juego. Escribe Juan Stanisci.

Roberto Arlt recomendaba la profunda soledad para interrogarse a uno mismo. “Interróguese siempre”, le decía a un lector en una de sus aguafuertes, “¿Soy sincero conmigo mismo? Y si el corazón le dice que sí, y tiene que tirarse a un pozo, tírese con confianza”. Ese debate interno suelen tener los y las tenistas en el medio de cada set, de cada punto y de cada tie break. En la cancha del barrio y en un Grand Slam. El problema en el segundo caso, es que esa charla suele darse ante la vista de miles de personas en el estadio y de millones frente a una pantalla. Y que a pesar de la sinceridad de la respuesta, la mente suele jugar más a favor del rival que del propio tenista que se piensa a sí mismo.

Es probable que André Agassi no haya leído a Roberto Arlt, pero sí conoce el sabor de la victoria y el peso de los trofeos más importantes del tenis. En Open, su excelente autobiografía, describe la soledad del tenista de manera implacable. “En el fragor de un partido, los tenistas parecen locos en una plaza pública, que despotrican y maldicen y celebran debates con su alter ego”.

Esa soledad que no se puede comparar con ningún otro deporte individual.    En el golf y el atletismo, por citar dos ejemplos, el triunfo depende de las propias marcas de los deportistas. El boxeador sí depende de sus propios puños, pero no está solo. “Ellos tienen a sus asistentes sentados en las esquinas, además de los mánagers”, compara Agassi. En el tenis está prohibido que el jugador hable con su entrenador durante los puntos, pero la diferencia principal está en la distancia con el rival. “Incluso el oponente del boxeador le proporciona una especie de compañía; es alguien a quien puede encararse y al que puede gruñir”, mientras que en el tenis, “te plantas frente a tu enemigo, intercambias golpes con él, pero nunca lo tocas ni hablas con él, ni haces nada con él”. La soledad del tenista se parece a la del náufrago en una isla. “De todos los deportes que practican hombres y mujeres, el tenis es el más parecido a una reclusión en régimen de aislamiento que, inevitablemente, propicia la conversación con uno mismo”, reflexiona Agassi.

Esa conversación entre tenista y mente termina estando por encima de la capacidad técnica del propio jugador. Un profesor de tenis que jugó algunos partidos como Junior de ATP, me dijo una vez que la diferencia entre los primeros cincuenta jugadores del mundo no es técnica sino mental. El propio Guillermo Vilas, que de tenis y de ganar algo sabe, comentaba que “para vencer a tu rival no tenés que ganarle, tenés que convencer al otro de que va a perder”. El quiebre está en la cabeza.

Hoy el griego Stéfanos Tsitsipás no pudo convencerse a sí mismo de que iba a ganar, por lo cual tampoco pudo hacerlo con su rival. Probablemente jugó el mejor partido de su carrera, pero del otro encontró la misma fortaleza en los golpes que en la cabeza de Novak Djokovic. Al serbio le alcanzó con convencer Tsitsipás, no de que iba a perder, sino de que no le iba a ganar. Esto no le quita valor a las capacidades técnicas de los finalistas de Roland Garros. Hoy pudimos asistir a una exhibición de tenis que solo los mejores pueden ofrecer. Pero para poder jugar a ese nivel la cabeza tiene que estar en orden. Así poder ganar tanto en la cancha como en el duelo mental.

José Luis Clerc comentó al final del partido entre Diego Schwartzman y Rafael Nadal, que la principal dificultad de enfrentarse a jugadores como el español reside en que juegan igual de la primera a la última pelota. Se les puede ganar un set, quizás dos como lo hizo hoy Tsitsipás, pero doblegarlos durante cinco sets es muy difícil. Requiere de un nivel de concentración que no es fácil alcanzar. Esa capacidad de enfocarse para salir del error no es para cualquiera. Muchas veces una pelota que se va por centímetros o un golpe que queda en la red termina repercutiendo en quien lo ejecuta durante varios puntos.

Roberto Arlt escribió sobre tenis, aunque no sabemos si alguna vez agarró una raqueta. Lo que sí sabemos es que tiene un consejo para mantenerse firme y en el partido. «¿Y si me equivoco? No tiene importancia. Uno se equivoca cuando tiene que equivocarse”. Así será más probable que el otro entienda que va a perder. Como lo hizo hoy Djokovic ¿Se equivocó? Sí, varias veces. Pero nunca permitió que el rival sepa que ese error lo había corrido un centímetro de su eje. Hoy Djokovic hizo historia convirtiéndose en el primer tenista masculino en ganar dos veces cada uno de los cuatro Grand Slam. Gracias a su técnica. Pero también a la capacidad de no dejarse doblegar por el rival ni por él mismo.

Juan Stanisci

Twitter: @juanstanisci

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