El deporte, la estética, la literatura, se unen en un instante, en este preciso momento en que una mano golpea contundente sobre una mandíbula que llevará para siempre el recuerdo de un terrible tortazo. Julio Cortázar y Roberto Arlt supieron sintetizarlo como pocos.
Es verano en Saignon, Francia. Corre el año 1972 y los tocayos, Cortázar y Silva, emulan una suerte de pelea de box sin ring, ni tribunas, ni público. El escritor y su amigo escultor son retratados por Carol Dunlop. Las imágenes son parte de El último combate, un libro en el que se aglutinan las colaboraciones de ambos en cada una de sus obras. Un homenaje a su amistad. Las mismas, también, aparecerán tiempo después en Cortázar, de la A a la Z, un álbum biográfico.
Por eso no es casual que en el recorrido por el abecedario, y al momento en que la letra B gana protagonismo, entre Bruselas (ciudad en la que nació Cortázar), Banfield (ciudad en la que vivió su infancia) y Buenos Aires (ciudad que retrató como pocos) se filtre el Box. Porque Cortázar nunca boxeó pero sí lo disfrutó como aficionado y lo transformó en tema de algunos de sus cuentos. Ahí están “Torito”, en homenaje a Justo Suárez y “La noche de Mantequilla”, en referencia a la pelea de Carlos Monzón con José “Mantequilla” Nápoles en 1974.
“El buen cuentista es un boxeador muy astuto y muchos de sus golpes iniciales pueden parecer poco eficaces cuando en realidad están minando ya las resistencias mas sólidas del adversario. El cuentista sabe que no puede proceder acumulativamente, que no tiene como aliado al tiempo, su único recurso es trabajar en la profundidad”, decía trazando paralelismos entre la escritura y el arte de combinar golpes.
Su pasión por el boxeo nació el 14 de septiembre de 1923, cuando en el Polo Grounds de New York, Firpo y Dempsey protagonizaron la denominada “Pelea del Siglo”. La victoria fue para el local pero la leyenda se encargó de agrandar la figura del boxeador argentino, quien fue perjudicado por un fallo arbitral. En el cuento “Circe”, del libro La vuelta al día en ochenta mundos, recordó: “Vino la pelea Firpo-Dempsey y en cada casa se lloró y hubo indignaciones brutales, seguidas de una humillada melancolía casi colonial”.
Con el tiempo reconocería una vinculación estética con el deporte del gancho, el cross y el uppercut: “A mi me parece un enfrentamiento muy honesto, muy noble. A mi me interesa el enfrentamiento de dos técnicas, dos estilos. La habilidad de vencer siendo a veces, incluso, el más débil. En el ring, de alguna manera, el hombre resuelve su existencia con sus propias cualidades. Ahí arriba, no hay nadie que pueda salvarlo, ayudarlo, rescatarlo. Su vida depende de sus recursos, de sus ganchos, de sus jabs”.
Pero si de golpes hablamos, tiempo antes, otro de los grandes escritores de nuestro país, le asestaba un crossliterario y lunfardo a José María Monner Sans, quien fuera decano de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y que, en una entrevista con el diario chileno El Mercurio, afirmaba: “En mi patria se nota una curiosa evolución. Allí, hoy nadie defiende a la Academia ni a su gramática. El idioma, en la Argentina, atraviesa por momentos críticos… La moda del gauchesco pasó; pero ahora se cierne otra amenaza, está en formación el lunfardo, léxico de origen espurio, que se ha introducido en muchas capas sociales pero que sólo ha encontrado cultivadores en los barrios excéntricos de la capital argentina. Felizmente, se realiza una eficaz obra depuradora, en la que se hallan empeñados altos valores intelectuales argentinos”.
Valiente como Bonavena, sagaz e intrépido como Nicolino Locce, ágil y dócil como Accavallo, Roberto Arlt le contestaba: “Querido señor Monner Sans: la gramática se parece mucho al boxeo. Cuando un señor sin condiciones estudia boxeo, lo único que hace es repetir los golpes que le enseña el profesor. Cuando otro señor estudia boxeo, y tiene condiciones y hace una pelea magnífica, los críticos del pugilismo exclaman: ‘¡Este hombre saca golpes de todos los ángulos!’. Es decir, que, como es inteligente, se le escapa por una tangente a la escolástica gramatical del boxeo. De más está decir que éste que se escapa de la gramática del boxeo, con sus golpes de ‘todos los ángulos’, le rompe el alma al otro, y de allí que ya haga camino esa frase nuestra de ‘boxeo europeo o de salón’, es decir, un boxeo que sirve perfectamente para exhibiciones, pero para pelear no sirve absolutamente nada, al menos frente a nuestros muchachos anti-gramaticalmente boxeadores”.
El deporte, la estética, la literatura, se unen en un instante, en este preciso momento en que una mano golpea contundente sobre una mandíbula que llevará para siempre el recuerdo de un terrible tortazo. O en ese otro instante, el que capta una cámara de fotos, como aquella que porta Carol Dunlop y tiene como protagonista a Julio Cortázar, entre ganchos y “ápercas”.
Federico Coguzza
Publicado originalmente en Notas.
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