Faltan algunos meses para el mundial, pero no conocemos mejor receta para calmar la espera que recordando historias mundialistas. Acá el Uruguay-Ghana del 2010 vivido por un hincha de la Celeste entre el laburo, un viaje en taxi y los últimos minutos en la Terminal de Retiro a punto de tomar un micro. Escribe Esteban Bedriñan.
La TV de 28 pulgadas vomitaba un ida y vuelta frenético entre uruguayos y ghaneses. Mientras yo miraba de soslayo, intentaba no hacer cagadas con las últimas personas que habían quedado luego del cierre en la sucursal bancaria donde laburaba entonces. Era una fija, como sucedía al final del último día laboral de la semana, que varios clientes cayeran sobre la hora para ser atendidos con tranquilidad y te tiraban un montón de dinero para hacer diferentes depósitos y pagos.
Ese mundial no fue nada fácil de seguirlo. Los partidos se jugaban en horario laboral, aunque tuvimos la suerte de ver varios gracias a la generosidad del viejo Cogorno, dueño del edificio donde estaba la sucursal en el barrio de Colegiales. Y todo por la enorme gestión de Galera, el gerente, que consiguió que el locatario nos tirase un cable desde una de las habitaciones donde vivía arriba, al que ingresamos por el patio interno y lo enchufamos a un gordo televisor de esos viejos que ya no se ven ni en los museos.
La tarde de ese frio julio me encontró también con un boleto a las 18:30 rumbo a mis pagos, Concordia, viaje que había programado tontamente sin tener en cuenta el fixture de la copa del mundo. Mientras los dirigidos por Tabárez saltaban al campo de juego, yo despachaba al último cliente y negociaba con Castroman, el tesorero, balancearle el tesoro a cambio de que sea él quien haga lo propio con el cajero automático. Sucedía que la tele estaba a dos pasos de la zona de cajas, en tanto que la otra operación me obligaba a alejarme de las imágenes y el audio del partido.
Me sorprendió de entrada la titularidad de Álvaro Fernández por derecha en lugar de Palito Pereira, cuando lo más lógico hubiera sido que Nicolás Lodeiro fuera el titular. Ambos habían ingresado en los octavos contra Corea del Sur, pero por nombres uno presuponía que el futbolista, que luego pasaría por Boca, contaba con más chances que el Flaco. El resto del equipo era el de casi toda esa copa: Muslera; “Mono” Pereira, Lugano, Victorino, Fucile; Fernández, “Ruso” Pérez, el “Cacha” Arévalo Ríos, Cavani; Suárez y Forlán. Ghana, por su parte, alistaba jugadores que habían realizado un buen torneo como Pantsil, Mensah, Muntari, Asamoah Gyan o Kevin Prince Boateng, un jugador que, por esas cosas misteriosas que tiene el fútbol, llegó al Barcelona de Messi unos años después.

En un encuentro que se jugó palo a palo desde el arranque, Uruguay tuvo la primera con Suárez tirado a la izquierda, quien enganchó y definió con un derechazo que el arquero Kingson controló en dos tiempos. A los 17’ Forlán mandó un córner envenenado desde la izquierda que Cavani peinó, pegó en el pecho de Mensah y el portero, sin verla, la despejó de carambola con la cabeza. A los 25’ Suárez recibió un lateral dentro del área, giró, se sacó su marca de encima y metió un disparo que el uno ghanés desvió con las yemas de sus dedos por arriba del travesaño.
Si en Sudáfrica las malas noticias comenzaron a los 26’ cuando se lesionó la “Tota” Lugano, en Colegiales me sonaron las alarmas cuando, al hacer el arqueo de caja, tenía un faltante cercano a los $2000. Para colmo de males, unos minutos después Mensah metió un cabezazo que pasó al lado del palo de Muslera y a mí casi se me paralizó el corazón. ¿Que me faltaba plata en la caja? Era nada comparado con un hipotético gol de los africanos, la verdad. Y encima, al toque, una corrida de Kwadwo Asamoah derivó en un centro para Gyan que definió pegado al poste izquierdo, pero del lado de afuera.

Definitivamente la tarde no pintaba nada bien y lo terminó de confirmar la salida de Lugano, que no aguantó y tuvo que ser reemplazado por Andrés Scotti. Por si no fuera suficiente susto, también hubo momentos de preocupación cuando Fucile saltó a disputar un balón aéreo con Inkoom, cayó al suelo con su cabeza y se desmayó. Anticipándose por cuatro años a Palito Pereira y su “no salgo nada” en Brasil 2014, el entonces jugador del Porto se recuperó y continuó en cancha.
Una chilena de Boateng se fue muy cerca del arco y el primer momento fatídico de esa tarde de locos llegó cerca del 47’ cuando desde bien lejos del área Muntari sacó un zurdazo que un tapado Muslera no llegó a tocar y puso a los ghaneses arriba antes del final de la primera parte. Si la sensación de ese gol fue similar a la de un piñazo, idénticas fueron las ganas que sentí de aplicarle lo mismo al responsable administrativo de la sucursal, Adrián Perucca, que me gritó el gol casi en mi cara, burlándose de la desgracia mientras me decía “uruguayo trucho, se van a quedar afuera.” Pero era tanto el cariño que le tenía (y le tengo) que me contuve y se la dejé pasar.
El entretiempo me trajo algo de tranquilidad ya que, bien enfocado en el trabajo, pude encontrar el faltante de dinero y tuve un cierre perfecto en mi caja. El empate uruguayo sucedió a los 10’ del complemento luego de un hermoso tiro libre de Forlán, el tipo que mejor entendió a esa pelota de mierda que era la Jabulani. De derecha o de izquierda, el blondo delantero tenía el tacto necesario en ambos pies para darle la fuerza y la precisión a una pelota que le complicó la vida a más de uno en ese mundial.

A pocos metros del vértice izquierdo del área de Ghana, sacó un violento derechazo que viboreó en su camino y se metió ante el estéril vuelo del arquero Kingson. Lo grité como hace mucho no lo hacía. Y se lo grité bien fuerte a Perucca, para equilibrar la bronca y el universo. Si la memoria no me falla, creo que el otro gol que tanto había gritado como éste fue uno de Forlán, en ese caso de penal ante Ecuador por las eliminatorias en Quito, el mismo día que Palermo metió el agónico tanto que yo no vi (por ver a Uruguay) contra Perú el día de la lluvia.
Casi la totalidad del personal del banco se retiró y nos quedamos con Castroman a tomar mates y mirar el segundo tiempo. Él, sin ningún tipo de apuro, y yo, con la cabeza un poco en el partido y otro tanto preparando la logística para irme rápido al departamento a cambiarme, agarrar el bolso y salir volando a tomar el micro. Tres minutos después del empate, una buena intervención de Muslera abortó un tiro de Gyan que, en evidente posición adelantada, disparó con su pierna derecha. No sería el primer fallo aberrante de la terna arbitral en esa tarde. Pero ya encendía algunas señales de que no eran once los rivales dentro del campo para los de Tabárez.
Suárez pudo torcer la historia al 62’ cuando definió desviado un centro pasado de Forlán y envió la pelota al lado del palo ghanés. El salteño también tuvo otra en una jugada en triangulación con Fucile y Lodeiro que definió con potente puntinazo que Kingson desvió al córner. Uruguay se mostraba mejor en ese pasaje del partido y bien lo demostró un nuevo tiro libre de Forlán que se fue cerca del palo al minuto 73’.

A falta de 15’ hubo un cambio que sería crucial para la historia del partido. Cavani le dejó su lugar al “Loco” Abreu. Mientras yo apuraba el último pucho y miraba de parado lo que quedaba de juego, Tabárez mandó a la cancha al tipo que los había metido en el mundial con ese gol en el Centenario ante Costa Rica. Fue el día que el “Zurdo” Bessio cantó el himno entero junto a todo el público a pesar de los reiterados pedidos del árbitro suizo, Massimo Busacca, para que lo cortaran a los tres minutos, como marcaba el protocolo de la FIFA.
Un nuevo centro quirúrgico de Forlán terminó con un cabezazo de Suárez que el portero africano desvió al córner. Y así se fueron sucediendo algunas jugadas con cierto peligro, mostrando a un Uruguay que atacaba mejor pero no defendía tan bien, hasta llegar al final del partido. Se venía el alargue y yo que tenía que abandonar la comodidad de la TV para seguirlo por radio.

Raudamente me subí a un taxi y al comprobar que el tachero no estaba ni enterado de que se jugaba un mundial a esa hora (venía escuchando al facho de Baby Etchecopar) opté por prender mi arcaico MP3 que tantas veces me salvó la vida. Compañero de las mañanas antes de entrar a trabajar, con Fernando Peña y sus criaturas en “El Parquímetro”, o a la salida del laburo, con “Basta de todo”, ese reproductor me trajo la voz del uruguayo Carlos Muñoz, que entonces relataba los partidos de la Celeste para ESPN Radio. Una vez en el departamento, el trámite del cambio de ropa fue veloz.
El primer tiempo suplementario lo pasé mirándolo por TV para luego estar otra vez en la calle parando un nuevo taxi. Por suerte a este chofer sí le gustaba el fútbol y juntos fuimos escuchando en la voz de Muñoz lo que quedaba del alargue. Jugadas forzadas, algunos intentos de unos y otros, pero siempre con los nervios que genera estar tan cerca de perder en alguna pelota fortuita. Como en esa que sacó Muslera luego de un intento de centro ghanés con desvío en un defensa uruguayo.
Parafraseando al gran Jaime Ross, en su maravilloso documental “3 Millones”, si el vía crucis de Uruguay comenzó al minuto 119:30, el mío sucedió en cercanías a Plaza Francia, con un descomunal tráfico sobre Avenida del Libertador mano al río. A esa altura de la tarde, ya me hacía a la idea de perder el micro pero lo cierto es que era, de mis preocupaciones momentáneas, la menor. Para llegar a Concordia podía comprar otro boleto, pero llegar a unas semifinales mundialistas llevarían cuatro años más.
El ruido de bocinas en la calle se mezclaba con las vuvuzelas que atronaban desde la radio donde un desencajado Muñoz se quejaba del inexistente foul que el impresentable referí portugués Oelágrio Benquerença le cobró a Fucile sobre Adiyiah, que se dejó caer a dos metros del defensor uruguayo. Corría ya el minuto 120 y el centro en Pantsil encontró a dos africanos en offside que, obviamente, el juez de banda no observó.
Un desvío en un ghanés dejó a Muslera pagando y Appiah le dio mordida para que, con los pies, despeje Suárez en línea. El rebote le quedó picando para la cabeza de Adiyiah que conectó con violencia. Fucile se tiró como un arquero pero no llegó a despejar. “La mano de Dios uruguaya” estuvo a cargo se Suárez, quien debió sacrificarse para conseguir un segundo más de aire y ver si su país podía continuar con vida en el mundial. Imposible no pensar, doce años después, qué distinta hubiera sido la historia con el entonces goleador del Ajax en semifinales.

Con toda la desazón del mundo en mis hombros, le indiqué al taxista que dé el rodeo a la plaza donde está la torre de los ingleses así me podía bajar enfrente de la entrada a la estación de Retiro con solo cruzar la plaza. Cada minuto valía y mucho, el micro estaba a menos de quince de partir y yo con los huevos en la garganta. En el momento en que puso balizas y me fue a cobrar, Suárez iba rumbo al vestuario llorando por su sacrificio y Gyan estrelló el penal al travesaño. “Vamos carajo” nos salió casi a dúo con el chofer. Pensé que por la alegría no me iba a querer cobrar, cosa que no sucedió, pero la felicidad de saberme con vida en ese mundial hizo que pagara con total alegría y hasta le dejé las chirolas del cambio.
Apuré un nuevo cigarro antes de cruzar hasta el acceso a la terminal y me quedé parado, escuchando los penales por la radio. A varios metros de donde estaba, en un barcito de café cerrado por plásticos transparentes, varios transeúntes se encontraban reunidos viendo la definición del lado de afuera. Me quedé alejado de ellos, sin querer interrumpir un momento que consideraba mío. Supuse también, tontamente, que si me escuchaban festejar un hipotético triunfo oriental me soltarían alguna puteada.

Con el penal convertido por Forlán descubrí dos cosas: no había “delay” entre la TV y la radio y los tipos hinchaban por Uruguay. Dejé que patearan Gyan (qué bueno que no le pegó así al cierre del suplementario), Victorino y Appiah y me arrimé a verlo unos pasos detrás de ellos. Cuando Scotti metió el tercero lo festejé con puño cerrado, ya sin auriculares y prestando atención a las imágenes, pero también a los altoparlantes que anunciaban que el micro que debía tomar estaba estacionado en la plataforma correspondiente. Muslera, que había adivinado los palos en los dos penales anteriores, le contuvo el remate a Mensah, que lo tiró cantado a la izquierda del arquero uruguayo.
El grupo que tenía la ñata pegada contra el plástico lo festejó como propio, lo cual me animó a que me acerque unos pasos más. Y porque, además, las alegrías son más lindas cuando son colectivas. Llegó el turno del “Mono” Pereira que, como dijo en su relato radial el “Mariscal” Kesman, “lo tiró a la mierda.” Por suerte Muslera seguía en estado de gracia y, otra vez volando hacia su izquierda, le contuvo el disparo a Adiyiah.

Uruguay se ponía a un gol de las semifinales y por el altoparlante anunciaban que el micro con destino a Concordia estaba pronto a partir. Al filo de perder el pasaje pero a un tiro de ver a la Celeste entre las cuatro mejores selecciones del mundo, decidí que me interesaba más la segunda opción. A mi ciudad ya la había visto miles de veces, a Uruguay en las semifinales de un mundial, jamás.
Cuenta la leyenda que, durante los primeros tres penales, mientras los uruguayos estaban abrazados en el círculo central, el Loco Abreu le iba preguntando a Fucile si el arquero de Ghana se jugaba a una punta antes del disparo. Una vez, y el defensor que le contesta afirmativamente; otra vez e idéntica respuesta. A la tercera, sabiendo lo que pergeñaba Abreu en su cabeza, Fucile le contestó: “sí Loco, pícala y no me rompas los huevos”.
En los distintos videos que hay en You Tube se pueden apreciar que todos los relatores y comentaristas de distintos países de habla hispana ya lo pre anunciaban. “¿La va a picar Abreu?” se oye en las transmisiones uruguayas, mejicanas, peruanas y argentinas. Incluso en el grupo de Retiro, con los que ya mirábamos apiñados detrás del plástico transparente, nos preguntábamos si el Loco la iba a picar. Y el “Loco la picó, el Loco la picó, ¡¡Uruguay nomà!!” fue lo último que me salió decir antes de meter una carrera frenética por la rampa de acceso a la terminal, mientras de frente veía una enorme pantalla gigante donde un mar de camisetas celestes y otras con pecheras naranjas de la FIFA se tiraban unos arriba de otros formando una torre humana.

Llegué cuando la puerta del micro estaba a punto de empezar su lento cierre, con el bolso flameando cual bandera, desencajado, sin voz, agitado. El chofer me miró con su peor cara de culo, me picó el boleto y me dejó subir. Ubiqué mi asiento y me dejé caer exhausto, sintiendo que todas esas emociones harían que me desmaye. Algo similar a lo que le pasó al arquero suplente, Juan Castillo, que sí se desmayó cuando Gyan erró su penal al cierre del alargue. Saqué mi viejo celular explotado de SMS y tenía un mensaje de mi amigo Nicolás, el “Chuleta”, otro concordiense hincha enfermo de Uruguay que me contaba que estaba sin voz de tanto festejar y me preguntaba: “¿Vos lo gritaste mucho?” Me hizo pensar y ahí caí en la cuenta de que no, que al gol más importante de los últimos sesenta años del fútbol uruguayo, yo nunca lo grité.

Esteban Bedriñan
Twitter: @ebedrinan
Lástima a nadie, maestro necesita tu ayuda para seguir existiendo, suscribite por $300.