-¿De qué cuadro sos?
La pregunta no es ingenua. Ese interrogante universal ahora funciona como una prueba de identidad. Ni siquiera debería intervenir la casualidad o la fuerza del destino: en este momento el color de la camiseta es una seña, una marca indeleble. Un puente que debería unir dos historias que acaban de encontrarse.
-¿De qué cuadro sos?
Gastón pregunta con la certeza de que conoce la respuesta. No lo intuye: lo sabe. Si tuvieron el mismo padre, si están ligados por la sangre, entonces hay un 99,99 por ciento de probabilidades de que sus pasiones sean compatibles. Es una prueba sin margen de error. Está tan convencido Gastón que ni siquiera contempla la posibilidad de que otra respuesta pudiera enturbiar el encuentro. Se la juega. Pone cinco delanteros y pregunta.

Manuel es Claudio Novoa. Eso fue lo que le dijeron durante 19 años. Lo adoptaron cuando era un bebé y lo llevaron a vivir por Quilmes, Llavallol y Guernica. Allá, en el Sur del Gran Buenos Aires, creció sin saber que su padre, militante de la JUP, había sido asesinado el 24 de marzo del ‘76 en Garín y que su madre, también miembro de Montoneros, fue fusilada en San Nicolás el 19 de noviembre del ‘76, cuando él solo tenía cinco meses, en un operativo descomunal en el que mataron a cinco personas, y que él fue el único sobreviviente de la masacre porque su madre lo ocultó en un ropero envuelto en mantas.
Claudio Novoa, se supone, no debería tener rastros de Manuel. Eso creen sus apropiadores. La ecuación es sencilla: demasiados años de Claudio para tan pocos meses de Manuel. La puesta en escena es eficaz. El silencio funciona. O eso creen. Porque a ese silencio lo entorpece la música. Al muchacho le gusta Los Pericos. No es la única banda que escucha, por supuesto, pero entre Soda, Cadillacs y Sumo, están Los Pericos. Tiene discos de Los Pericos, pósters de Los Pericos, va a los shows de Los Pericos y una noche que tocaron en un boliche hasta compartió el camarín con los músicos de Los Pericos. Todavía es un fan más de la banda, ni siquiera sospecha que ese reggae criollo tiene rastros de su sangre.
En 1995 el Equipo Argentino de Antropología Forense identifica los restos de Ana María, la madre de Manuel, en el osario público del Cementerio de San Nicolás. Ese mismo año Abuelas lo encuentra y le relatan su verdadera historia. Le dicen quién es, le describen la tragedia de sus padres y le explican que tiene un hermano siete años mayor, que es músico y toca en una banda: es el bajista de Los Pericos.
Ese hermano músico es Gastón Gonçalves y necesita conocerlo, hablarle, abrazarlo, recuperar tantos años perdidos, pero antes quiere hacerle una pregunta.

El encuentro es en la sede de Abuelas. Manuel llega antes que Gastón. Como cada vez que un nieto se reencuentra con su familia biológica, hay nervios, ansiedad, incertidumbre. Manuel habla con todos a la vez. Escucha atento, pregunta con curiosidad, incorpora fragmentos de una historia que ya es propia. Hasta que se abre una puerta y aparece Gastón. Silencio. Por la cabeza de Manuel se cruzan todas las frases que pensó para este momento. Intenta acercarse pero Gastón lo frena con un gesto rígido. Entonces lo mira fijo a los ojos y con tono solemne le pregunta:
-¿De qué cuadro sos?
-De Boca -titubea Manuel.
-¡Entonces sos mi hermano!
Y se dan el primer abrazo.

Publicado originalmente en la página de Facebook de la Coordinadora de Derechos Humanos del Fútbol Argentino el 25 de agosto de 2018.

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