“El fútbol es el retorno semanal a la infancia.”

Juan Villoro

El telón bajaba sobre las cabezas de la gente en la popular, a medida que se desplegaba más y más también crecía el aliento en la tribuna. El telón verde y blanco hacía su estreno contra Boca, era diciembre y mientras el  año 94 llegaba a su fin, iniciaba una historia de amor eterna entre un niño y su padre con Banfield como maestro de ceremonias y Boca como testigo ocasional pero no casual.

El comienzo de las historias suelen ser muy parecidos a los finales, en ambos la emoción se traga todo, borra las marcas para que solo se inmortalice el momento. Por eso quizás cada principio es un final y viceversa, este principio era el final de un objetivo que se había trazado el padre, que como quien sabe que tiene poco tiempo en el mundo, solo se puso como meta una cosa en la relación con su hijo, que entienda que pase lo que pase en la semana, el domingo había que ir a la cancha.

Nunca llevó a su hijo a la plaza a patear una pelota, tampoco le enseñó la diferencia entre un Ford o un Chevrolet o alguna enseñanza más útil para su posterior vida de adulto. Como quien ve el futuro quiso que su hijo nunca pierda la pasión de un niño y su pasión era ir a la tribuna, era lo único que no dejaba de hacer nunca, era su especialidad y lo único que podía enseñar.

Y en esa tarde dominical en que la bandera ya estaba en posición de estreno, el padre comprendería que su paso por la vida no habría sido en vano. Abajo del trapo el hijo saltaba lo más alto que podía para lograr el imposible de tocar la tela, cada salto era más fuerte y gracioso lo que generaba las risas del padre y sus amigos. En realidad a estos últimos les generaba gracia y al padre orgullo, el hijo había aprendido de qué iba aquella excursión dominguera de ir a la cancha.

Importa poco y nada el resultado final del partido, los protagonistas de esta historia estaban marcando sus vidas para siempre, todo el resto era circunstancial. Para el niño ese fue un partido más, con el aliciente de que por primera vez se divirtió yendo a la cancha, jugando a saltar y a tocar algo inalcanzable. Para el padre todos los partidos eran el último por vivir cada día en una moto a contramano.

Justamente ese Banfield-Boca de 1994 fue el último que compartieron juntos, antes que el padre lo lleve al siguiente torneo una vida vertiginosa se lo llevó de este mundo para siempre. Dijimos al principio que los principios de las historias se parecen a los finales y habría que agregarle que en el medio de las historias está lleno de principios y finales.

El niño quedó desamparado en el mundo a sus cortos 6 años, sin saberlo solo sabía hacer una cosa: ir a la cancha y por mucho tiempo no iría más, poniendo su vida en una pausa constante y dolorosa. Quedaba afuera de muchas conversaciones por sus pocos aprendizajes iniciales, así como el padre le enseñó a ir a la cancha, el abuelo ocupó un rol paterno y le enseñó a ver el fútbol, a analizarlo. Pero seguía sin que nadie le explique cómo jugarlo y al día de hoy sigue sin saberlo.

Los años transcurrían por inercia, su vida había quedado detenida y su alegría estacionada en el aire de uno de esos saltos en la tribuna. Los años pasaban y los recuerdos se hacían cada vez más difusos, el agujero cada vez más grande y el dolor mutaba en óxido interno en cuerpo juvenil.

Ya entrando en la adolescencia volvió a las canchas, todavía tiroteado encontró en la calle las razones para parar de sangrar, el asfalto le dio más alegrías que los libros, aprendió, escuchó, caminó y absorbió todo lo bueno y lo malo de la vida callejera. Sin saberlo la semilla que había sembrado su padre, se le hizo árbol dentro de suyo y desandó su mismo camino. Ir a ver a Banfield pasó a ser su único objetivo en la vida, postergaba todo por ir a la cancha. Conoció gente, festejó noches de victorias a corazón explotado y lloró eliminaciones y derrotas dolorosas.

En el año 2009 le esperaba  una montaña rusa de emociones, adicciones, amores de turno y un Banfield con serias chances de salir campeón por primera vez en su historia. Sin dimensionarlo en su insomnio diario, la última fecha sería con Boca en la Bombonera, una especie del partido de vuelta de la Copa de su Vida, esa suspendida luego de la inolvidable tarde del telón.

Salió antes del trabajo para conseguir una entrada y a 6 personas de la boletería las mismas se agotaron, caminó por la ilegalidad para entrar a ese partido y lo logró. Después de todo esta historia caminó siempre por izquierda y enseñó a entender más que a juzgar lo que hace el otro.banfield 2

Boca venció a Banfield 2 a 0 aquella tarde del 13 de diciembre de 2009 pero los goles de Fabián Bordagaray con los que San Lorenzo le ganó a Newell’s en Rosario posibilitaron el primer título de la historia del Taladro. El niño ya adulto como en sus inicios en la tribuna, no vio el partido, se la pasó todo el encuentro llorando, al finalizar el mismo recibió un mensaje de su texto de su madre, la otra protagonista de esta historia, que decía: “hoy el cielo llora de alegría”. Entonces con el celular en la mano, miró hacia arriba y entendió todo, la serie con Boca había terminado, el partido de ida nació el amor, el de vuelta se consagró.

El niño ya adulto hoy en día sigue sin saber ninguna marca de autos, ni manejar una herramienta, ni menos patear una pelota con propiedad, pero pase lo que pase en la semana, hay algo que es impostergable en su vida, los domingos va a la cancha a seguir saltando lo más alto posible, ya no para tocar el telón sino para tocar el cielo y agradecerle al que le inculcó esta pasión.

Lucas Jiménez

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