¿Cuando nacen los caños? ¿Por qué hay quienes tiran caños y quienes no? ¿De dónde sale esa capacidad subversiva y atorranta?

De todos modos para comenzar vale aclarar que el caño es popular, porque hasta el más burro puede tirar uno, y se lo puede tirar al mejor jugador del mundo en un día de suerte.

¿Hay un hemisferio del cerebro oculto, una glándula, que se activa en algunos seres en determinado momento, cuando la jugada pide a gritos -o susurros- que pasés la pelota por ahí?

Resulta también interesante pensar que fibra sensible toca en los compañeros del que tira el caño para levantar su moral, enorgullecerles o desafiarles el amor propio.

Y cuanto le quita a los compañeros de la víctima, que ven sangre en su compañero y se dan cuenta que son mortales.

Es lo más parecido al instante previo a dar el primer beso a la chica que te gusta.

Esas galeras que salen de los conejos, palomas de donde brotan pañuelos, cajas fuertes que logran escapismos imposibles para las mentes mediocres, que hacen avergonzar a Houdini.

Tirar un caño, como la locura, es poder ver más allá. Eso que la mayoría no ve.

Y cuando ese hemisferio del cerebro decidió tirarlo y salió «el tubo» tenés que ganar el pique corto de dos metros porque sino seguís con la pelota el caño no vale, no suma más que para el ego individual, que es caca.

Deben ser siempre al servicio del conjunto, del colectivo, de el equipo, el único héroe posible en éste lío.

Los caños, ese canapé, ese ágape para el paladar negro, esas endijas por donde pasa el atrevimiento de un sin vergüenza de medias bajas y mirada desafiante.

Como Ovejero mirando al cielo, levantando todo un ejército detrás de si por el solo hecho de cometer esa osadía.

A veces el atrevido puede sentir un poco de pena por el burlado, pero enseguida se le pasa porque lastima a nadie, maestro.

¿Sabés por qué los viejos sabios dicen que se tiran cuando vas perdiendo? Por qué es un acto noble, de grandeza moral, y así en el fútbol como en la vida es indispensable para llegar más ligero a la charla con San Pedro, o Belsebú.

Martín El-Lakkis

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