Hoy se cumple un año del paso a la inmortalidad de Alejandro Sabella. Las historias de amor pueden reducirse a los agridulces finales que les depara el destino o quedar grabadas para siempre en imágenes que se recordarán para toda la vida. Escribe Santiago Núñez.
Es difícil precisar si toda historia tiene un final. Tal cuestión ha sido eje de un debate de varios escritos, ensayos y tertulias de análisis literario. Conceptos como “final abierto” se abrieron paso sobre entender que lo que está en el fin siempre es algo subjetivo, algo que no necesariamente tiene claridad cronológica: lo último no necesariamente es el final. La historia de una persona en un momento determinado puede no terminar a tono con lo que su recorrido deparó. Quedarse o no con lo último es un problema de enfoque pero también una decisión trascendental, casi política, aunque posiblemente individual. El escrito que continúa a este párrafo es algo de eso. Lo que sigue es una historia de amor.
Gracias a vos
El tránsito de Alejandro Sabella como técnico de la selección argentina fue corto (poco más de tres años, entre agosto del 2011 y julio del 2014), pero sumamente intenso. El propio Leonel Messi (goleador histórico y uno de los mejores jugadores de la historia de la celeste y blanca) definió tal período como una “etapa espectacular”, la que más disfruto como jugador.
Indudablemente, su mandato estuvo atravesado por excelentes resultados deportivos, lo que siempre facilita cualquier tipo de balance futbolístico: la selección de “Pachorra” salió primera en las eliminatorias en la que consiguió la clasificación al Mundial y llegó a jugar la final del mundo que sólo perdió a seis minutos del final del alargue, contra la poderosa Alemania. Aquella copa del mundo fue el punto cúlmine del mandato sabelliano, pero las raíces de su vigencia como entrenador no se hundieron solamente en la tierra del éxito deportivo.
“Siempre dije que los resultados son secundarios”, dijo apenas perdió la final del mundo (su segunda, por cierto, en tanto estuvo a 5 minutos de vencer al mejor Barcelona de todos los tiempos en el mundial de Clubes del 2009). El maestro de Tolosa nunca entendió la gloria como algo definido simplemente por ganar, sino que sus mensajes, su incidencia, su legado estaban atravesadas por otras cuestiones. “Quiero que la selección sea el equipo del pueblo”, planteó apenas llegar. Y ahí ya había una distinción significativa: la frase no fue “quiero traer la copa”, “quiero ser campeón de tal cosa”, sino que fue anexar el equipo del deporte más popular con la mayor parte de la población argentina: con los laburantes, los trabajadores. Por eso insistió tanto en que los millones de las cuentas bancarias de los jugadores no incidan en su accionar, que jueguen a conciencia de la representación que generan y que se independicen de los ceros a la derecha que hay en los cheques que firman.
En su primer conferencia puso como ejemplo de humildad a uno de sus grandes ídolos históricos: “Manuel Belgrano dio todo por la patria, dejó su sueldo, murió pobre”, expresó Sabella, que más allá del ejemplo del prócer buscaba inculcar la pelea contra el individualismo por el juego, la lucha por un “sentido de pertenencia”: “Es el ejemplo a seguir: el de poner el bien común por encima del individuo». Desde su primera oratoria dejó en claro que los significantes más importantes giraban en torno a la “humildad”, la “generosidad” y el “bien común”, más que de alguna venta de humo que prometa logros.
La pelea por comprometer a la parte con el todo, al individuo con el conjunto, siempre fue una de las claves de todo su proceso. «El ser humano se ha hecho más individualista, y como consecuencia la sociedad. Y el fútbol es un juego de conjunto, entonces en donde hay que hacer hincapié es en trabajar en pos de un conjunto. O sea, que el ‘nosotros’ esté por encima del ‘yo’. Y uno tiene que tratar de predicar con el ejemplo».
Como todo técnico en ese lugar recibió la catarata pertinente de críticas de la prensa, que tuvo que ir aflojando ante el indudable progreso de la realidad. Las calificaciones de “defensivo” a un técnico que terminó jugando la final del mundo con Messi, Higuaín y Aguero, fueron falsamente confundidos con una indudable riqueza táctica, sin la cual hubiera sido imposible que Argentina llegue a donde llegó (¿se puede llegar en el siglo XXI a algún lugar en el fútbol sin tener “táctica”?).
Sabella se caracterizó por utilizar la riqueza de la militancia política y mezclarla con una capacidad de liderazgo lejana al autoritarismo y que mira de cerca la necesidad inapelable de convencer. Lo dijo, alguna vez con simpleza: “Sin comunidad no hay entrenador”
Jugó con la altivez supina de enfrentar de igual a igual a rivales superiores y quedó en las puertas de la gloria. Terminó con un subcampeonato del mundo y con el banco de suplentes muy lejos de valores como la arrogancia y el protagonismo personal. “Y no se olviden nunca -dijo alguna vez- de dos palabras que son fundamentales: ‘Por favor y muchas gracias'»
La mejor defensa
Cinco. No había otro número más nombrado en los sucesivos programas de televisión desde la transición matutina que el número cinco. Es que a Alejandro Sabella se le ocurrió la idea de salir a jugar por el primer partido del Mundial 2014 en Brasil contra Bosnia Herzegovina con cinco defensores (Zabaleta, Campagnaro, Garay, Fernández y Rojo).
Aquello era visto como un sacrilegio por un montón de voceros televisivos, que se pasaban horas previas (sin confirmación necesaria) hablando de la historia de la Argentina y como la misma tenía un “signo igual” a salir a ganar con juego ofensivo y buen futbol, y poner en la cancha a Messi, Maradona, Batistuta, Kempes, Stábile y Di Stéfano todos juntos, como si la Argentina no hubiera traído la copa en el 86 con cinco defensores.

La explicación, igualmente, era relativamente clara. La única forma que tenía el conjunto rival de lastimar a la Argentina era si ponía a jugar en profundidad mano a mano con los defensores (ya sea con pases profundos o pelotas cruzadas) a Edin Dzeco. Los cinco defensores implican tres centrales, lo cual garantiza que al menos dos el él área y alguno debe salir al cruce. Años más tarde, en una entrevista televisiva, Julián Camino explicaría que antes del Mundial, Argentina había jugado un amistoso contra Bosnia. La selección salió a jugar con cinco defensores y ganó dos a cero, sin Messi. El razonamiento del cuerpo técnico fue simple: jugando igual, con Messi tenemos el partido tiene que ser nuestro.
De todas formas, las cuestiones tácticas se encuentran siempre en el orden de lo discutible, lo inobjetable es la efectividad que aquella Argentina mostró en ese Mundial. En 4 de 7 partidos terminó con el arco en cero (y solamente le hicieron 1 gol de octavos en adelante) y solamente estuvo perdiendo durante 6 minutos en toda la Copa del Mundo, con Alemania en la final.
Curiosamente, Sabella cambió en el entretiempo el sistema táctico contra Bosnia y, contra toda acusación de “defensivo”, salió a jugar con Di María, Messi, Higuaín y Agüero. Más curioso aún es que le hicieron un gol cuando el Bosnio Ivisevic ganó en velocidad en el mano a mano y quedo frente a Romero. Las cosas pueden fallar. Ahora nadie puede dudar del nivel de planificación de Sabella y compañía.
Política, Historia y fútbol
La anécdota es difícil de comprobar pero más de uno afirma que fue así. Apenas terminó el sorteo, Messi se acercó a Javad Nekounam, capitán iraní, para preguntarle cómo era vivir en una situación político tan complicada como la que se vive en esa zona de medio oriente. Mascherano, al finalizar aquel partido, declaró antes los periodistas que el partido fue duro y relacionó eso con la personalidad del equipo rival, en sintonía con su rol geopolítico. “Son guerreros, son fuertes, tienen las secuelas psicológicas de tantos años vividos en un contexto social durísimo”.
Los jugadores argentinos en pleno mundial, sabían de la importancia geopolítica del país que tenía la otra camiseta. Sabella les había hablado en la previa de la historia de los Imperios Persa, Sasánida y Parto, la Revolución Iraní de 1979 y la guerra e intervención del imperialismo en medio Oriente. En el partido anterior ante Bosnia, habló de la exYugoslavia.

Pachorra entiende a la historia y a la política como algo que no puede separarse del deporte. Aprovecha como excusa el andar de los campeonatos para aportar a la formación de política, economía e historia. Cada rival era una oportunidad para ver lo que había detrás, las concentraciones eran la chance para mostrar y leer el “Plan de Operaciones” de Mariano Moreno, o películas y documentales como “La Hora de los Hornos.”
Sabella buscó, por más que parezca idílico, siempre que jugadores millonarios estén comprometidos con la realidad. Pachorra buscaba transmitir la humildad de un tipo que, por ejemplo, cocinó en masa para los inundados de la Plata en pleno abril del 2013. El fútbol es solo y nada más que una parte de una realidad bastante más amplia y profunda.
El sabellismo no será televisado

Un conductor de televisión dice al aire que “si este equipo (en alusión a Argentina en pleno mundial 2014) sale campeon del mundo, Sabella no tiene nada que ver, esa es la sensación que hay en la calle” en plena transmisión de TN, como si caminara por todas las cuadras de la Capital Federal y alrededores. Santo Biassatti plantea sin tapujos en el aire que él está seguro de que “Messi le dice lo que tiene que hacer” a Sabella, y su compañera de programa María Laura Santillán afirma que la selección estuvo “al borde del papelón” contra Irán. “Este equipo no muestra nada”, expresa Juan Carlos “Toti” Pasman, mientras que Fernando Niembro conjetura que “es el entrenador el que está trabado”.
En los programas de los medios más grandes del país, Sabella era denostado. Es cierto que todo un sector del periodismo deportivo “hegemónico” se hace eco del “en la Argentina somos millones de técnicos”, pero Pachorra era particularmente liquidado. Se demostró como nunca en el partido con Nigeria, luego de que el Pocho Lavezzi le tirara un poco de agua mientras en técnico le daba una indicación.

La ocasión fue la excusa para una paleta de críticas indiscriminadas. Los voceros de las tardes televisivas lo catalogaban de falta de autoridad e incluso uno de ellos lo catalagó como un “De la Rua” de la selección. A Sabella no se le conoce un problema con los jugadores, e incluso no le tembló el pulso (ni ningún integrante del plantel se enojó) por ningún cambio (de hecho, lo saca a Lavezzi en el entretiempo de la final y el ex San Lorenzo ni chistó). Pero el punto, igualmente, no es ese.
Por un lado, el concepto de autoridad trabajado por nuestro viejito de Tolosa es distinto. «Como técnico, vos tenés que demostrar: a) que sabés de qué se trata; b) que dedicás tiempo al trabajo; c) que sos confiable como ser humano. El técnico es una persona que debe infundir respeto. Y el respeto lo infundís si sos honesto, si sabés del tema y si trabajás». Convencer y no imponer era el punto de avance de Sabella. Así, por ejemplo, le dijo a Palacio que le bajara a “marcar el medio” (mientras movía las manos en diagonal como un acordeón) y una recuperación del ex Banfield derivó en el gol de Di María para ganarle casi en el último minuto a Suiza por los octavos.

El técnico siempre se jactó de no interesarse ni por críticas ni elogios, ya que “si el técnico no tiene autocrítica, explicó, le cuestionan que sea un testarudo. Si muestra señales de autocrítica, le dicen que es un débil y perdió el control del plantel”. La televisión nunca le sentó bien a Pachorra. Y está bien que así haya sido.
Cruzar el Rubicón
El río no se podía cruzar. No por una dificultad de tipo geológica (no tiene más de 35 Km ni un caudal peligroso) sino más bien por una prohibición del senado y el cónsul: si Julio César pasaba al otro lado de las orillas sería declarado “enemigo de la República” y su acto sería tomado como el comienzo de la Guerra Civil. La frontera entre la Galia Cisalpina e Italia era la última puerta antes de comenzar la pelea sobre Roma. Julio César dudó, es cierto, pero finalmente le dijo a sus tropas “la suerte está echada” y se largó a cruzar el Rubicón. Era enero del 49 A.C (Antes de Cristo).
En una escena indudablemente menos dramática pero posiblemente con un mayor nivel de seguridad, Mascherano les dijo a sus compañeros que se había cansado de “comer mierda” en la previa del partido contra Bélgica. Su metáfora apuntaba a un hecho objetivo, la Argentina “A. S.” (antes de Sabella) tenía en su haber 24 años de no pasar la “barrera” de los cuartos de final en una Copa del Mundo.

No es solamente una cuestión cronológica y temporal sino más bien social y cultural. Hubo generaciones enteras de jóvenes adultos y adolescentes que miraron ese partido sin haber visto jamás ni una semifinal ni una final del mundo. Hubo millones que desde 1990 habían cambiado sus vidas radicalmente: jóvenes e incluso niños y niñas que se convirtieron en madres y padres, progenitores que se hicieron abuelos o abuelas, gente que terminó la primaria, la secundaria e incluso la facultad y jamás había visto algo así.
Hubo miles y millones de historias trazadas a partir de las sucesivas frustraciones en mundiales que se ponían en juego cuando la pelota empezó a rodar. En cada ataque se recordaba el doping de Diego, la roja al Burrito Ortega, el llanto de Bielsa, el gol de Klose en Berlín, la “trompada de Alí” de Maradona técnico en conferencia de prensa. Todo eso, todos aquellos sueños que nunca pudieron ser realidad, todos esos balcones que dan a la calle que nunca terminaron de vibrar, esos lunes de felicidad que solamente en esta sociedad de explotación y mierda te pueden dar el futbol, esos asados que terminan con un partido de truco pero con la sonrisa de “si pibe, seguís en el mundial”, esos jóvenes que esperan al recreo para contar como vivieron su sábado histórico, se juntaron todos juntos en una pelota cruzada que el Pipa Higuaín puso junto al palo, y que fue único y definitivo.
Cuando Sabella declaró en conferencia de prensa que habíamos “cruzado el Rubicón” no había ninguna Guerra Civil. Solo millones que nunca en su vida habían vivido algo que ahora tenían con sus manos. Con Mascherano, Messi y compañía como flota. Y con Sabella como Julio César.
Héroe
“¡Con este miope nos agarra Holanda y nos mete ocho!”. La frase la “sugirió” un hincha argentino en pleno partido inaugural contra Bosnia, según relata en una crónica para la revista Anfibia el sociólogo Diego Galeano. El “miope” por si no se entendió, era Sabella.
Holanda, último subcampeón mundial, venía de hacer un mal partido contra Costa Rica (ganó recién en los penales) pero tenía un poderío ofensivo indudable con Robben (figura del Bayern, campeón del mundo vigente a nivel clubes), Van Persie, Sneijder y Kuyt. Llevaba 12 goles en 5 partidos (solamente no convirtió en cuartos y en todos los demás encuentros hizo 2 goles o más) y le había ganado 5 a 1 a España.
Sabella planteó un partido de ajedrez. Sabía que abrirse mucho era dejarle un contragolpe letal a Robben y Van Persie. Sabella planteó un partido cerrado, al igual que Van Gaal. Alargue, 0-0 y penales, sufrimiento máximo. A un partido cerrado, sin embargo, lo definen las cosas pequeñas
Dos detalles. Ni más ni menos. Una chance de gol, la única que tuvo Holanda, fue salvada de manera heroica (estilo soldado Cabral) por Mascherano, que trabó con alma y vida frente a lo que hubiera sido casi un “gol de oro” de Robben. El volante central cerró por detrás de 2, como tiene que ser y como sólo un 5 como él podía hacer. Sabella defendió ponerlo en esa posición, mientras que en su club (Barcelona) era defensor.
El segundo es Romero, criticado en toda la copa y Sabella lo bancó. Terminó siendo el protagonista, con dos penales atajados estilo Goyco en el 90.
Lo demás es historia conocida. Un relator dice “señoras y señores tenemos penales”. La tensión al máximo. La espera eterna. Vos te convertís en héroe. Silencio y grito, todo a la vez. Vamos Romero carajo. Gol. Uh. Dale. No puedo más. Vamos Romero carajo de nuevo. Vamos Maxi. Gooooool. Historia. Gente en la calle. Personas llorando. Argentina en la final de la Copa del Mundo.

Los jugadores festejan. Argentina lejos estuvo de comerse 8. Sabella sonríe porque es uno más. Uno que está en los detalles. Pero uno más al fin. “Soy uno más de los jugadores. Si digo que estoy satisfecho es como si estuviera arriba de ellos pero yo soy lo mismo que ellos”.
La última foto
El maestro los mira desde el medio de la ronda. Les habla. Los mira. Señala. Los jugadores están muertos: segundo alargue en 5 días. Están haciendo un partido bárbaro frente a un equipo que en los papeles es superior pero que no lo muestra en el verde césped. Si hay alguien que tiene que ganar son ellos.
El mundial muestra esa última imagen de Alejandro Sabella. Será el destino el que tenga que hacerse cargo de los finales desilusionantes y tristes. Los que escriben historias de amor se detienen a observar imágenes únicas, como una que muestra al mejor técnico de los últimos años diciéndoles a sus jugadores, cuando faltan 15 minutos para que termine la Copa del Mundo, que les agradece por dejar la vida por los colores y que está orgulloso de ellos.
Santiago Núñez
Twitter: @SantiNunez
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