A 36 años de una de las victorias más grandes del fútbol argentino. Escribe Santiago Núñez.
En una de las corridas más importantes de su vida, Jorge le habló a la pelota. Las palabras que le dijo no son exactas (o al menos nosotros no las conocemos con rigor) pero el concepto era claro y conciso, como también lo eran el cansancio de la altura, el calor y la final durísima que se estaba jugando adelante.
-Por favor entrá.
No sabemos al día de hoy si 25 millones que con él corrían efectuaban el mismo acto, pero estamos seguros de que el deseo era el mismo y de que el grito más grande de la vida de la mayoría de esos 25 millones se dio cuando la pelota accedió al pedido y se metió allí, al costadito del palo.
La corrida de Jorge fue una de las más lindas del mundo.

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Apenas empataron los alemanes, Jorge miró al otro Jorge y a Diego y les preguntó si estaban bien. Al otro Jorge (el que le hablaba a la pelota) le pareció raro porque en general este Jorge no hablaba, pero ya la pregunta lo hizo sentir lleno y bien.
Entonces el primer Jorge daba un anticipo del destino, posiblemente sin saberlo. Dos minutos después del empate de Rudi Völler, vio en la recta del destino el desafío de su historia y la carrera de su vida.
Posiblemente no se haya dado cuenta aquel muchacho que 8 años atrás había laburado pintando las torres de luz del Monumental antes del Mundial 78. Tenía de frente el desafío más grande que se haya visto. No era hacer un gol en un mano a mano y nada más. Era no fallarle a todos los pibes que como él querían salir a la calle y tener miradas de campeón del mundo.
Cuando acarició el cuero que lentamente caminó a la red, Jorge construía su escalera al cielo.

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36 años. Podrían ser 1 o 50. Alguna vez serán 100. Seguiremos corriendo con Valdano y Burruchaga. Gritaremos sus goles. Haremos propias sus hazañas. No son tres décadas y media. Es una eternidad.
Santiago Núñez
Twitter: @SantiNunez
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