Incluso los equipos más ganadores pueden y deben ser recordados más allá de los resultados obtenidos. A 18 años de Atenas 2004. Escribe Santiago Núñez.
El color amarillo en bruto del oro, resplandeciente y brillante, se conoce desde 3000 o 4000 años antes de Cristo. No es más que un elemento químico, hasta el día de hoy usado en todas partes del mundo (sobre todo en los centros financieros) como medida e incluso resguardo de (mucho) valor.
En Argentina, aquel metal toma envergadura en el ámbito deportivo y se utiliza como nomenclatura para el mejor equipo de básquet de todos los tiempos. La “Generación Dorada” se llama al conjunto de jugadores y directores técnicos que en los primeros 15 años del Siglo XXI hicieron arte del juego del aro y la pelota naranja. Su nombre deviene de las muchas preseas que ese equipo consiguió, pero particularmente de una, lograda en Atenas, en 2004.

Resulta coherente que la victoria más importante del baloncesto argentino sea recordada para siempre, cuando se cumplen 16 años de su consagración. No es tan sensato, no obstante, que la memoria solamente tenga lugar para victorias. Porque hay valores que le ganan a los resultados por goleada.
El sueño, la gloria y el ratón
Atenas 2004 fue el lugar más alto al que llegó el básquet argentino. En un torneo jugado con 13 días de enorme intensidad, el equipo comandado por Rubén Magnano y que tenía como principales figuras a Emanuel Ginóbili, Luis Scola, Fabricio Oberto, Andrés Nocioni, Pepe Sánchez, entre otros, llegó al Olimpo en la ciudad de la filosofía, con el Partenón como escenario decorativo.
Igual de cierto es que la hazaña estuvo lejos de ser sencilla. Con los años, en general suele hacerse un análisis lineal entre el subcampeonato de Indianápolis 2002 y el oro en Atenas, como si la Argentina hubiera hegemonizado tal período con contundencia.
No obstante, los antecedentes lejos están de mostrar eso. El Preolímpico de San Juan (Puerto Rico) jugado en 2003, mostró un equipo que tuvo seis victorias, pero también cuatro derrotas. Dos de ellas fueron contra equipos relativamente “inferiores” (aunque no por eso fáciles) como México y Venezuela. Las restantes fueron contra el mismo rival, Estados Unidos, incluyendo una caída de 33 puntos de ventaja en la final (106 a 73). Por su parte, ya en la fase preparatoria en 2004, en Córdoba, la Argentina perdió contra Venezuela y Brasil, y solamente pudo salir victoriosa contra el equipo “B” de España.
Gabriel Fernández, integrante de aquel plantel que se colgaría la medalla de oro, le cuenta a Lastima a Nadie, Maestro: “La gira previa fue dura como lo fue la clasificación. En Puerto Rico el equipo necesitó de todos los jugadores. Tuvimos partidos irregulares como equipo. Veníamos de jugar un torneo muy bueno en Indianápolis y de tocar el techo como equipo y para reencontrar ese punto se tienen que dar muchas cosas y todo se tiene que volver a alinear. Nos costó un tiempo poder hacerlo.”

La primera ronda de Atenas mostró una continuidad de altibajos para el equipo de Magnano. La sufrida victoria contra Serbia convivió con los triunfos frente a Nueva Zelanda y China (a éste último le sacó 25 puntos de distancia) pero también con las derrotas ante España e Italia, que llevaron a la selección a clasificar tercera. Recién de los cuartos de finales en adelante, es decir en los últimos tres días de competición, apareció el fuego sagrado en toda su plenitud.
“La primera ronda- afirma Fernández- fue irregular como veníamos. Tuvo momentos muy altos como el partido con China. Se jugó muy bien contra Serbia, aunque con suerte en el final. El partido con Italia es producto de haberle ganado fácil a China. No lo pudimos encaminar. España nos ganó bien y Nueva Zelanda fue un partido donde no defendimos bien pero se nos abrió mucho el aro en ofensiva. Hasta el final del partido con Grecia no pudimos reencontrarnos por completo”

No obstante, ya desde antes de la competición se pensaba en la posibilidad de coronar una medalla. “Una de plata es la gloria”, declaró Oberto. “Es un sueño”, definió Pepe Sanchez, antes de viajar. Pero el más detallado en su descripción fue, sin dudas, el propio Magnano. El técnico dijo lógicamente que la Argentina se encontraba en condiciones de estar “disputando una medalla”, pero que había que ir de a poco, de abajo hacia arriba. “Como decía Walt Disney- comparaba Magnano- todo empezó con un ratón”.
Tres segundos y ocho décimas
Dejan Bodiroga sonreía. El abanderado de Serbia y Montenegro no faltaba el respeto, pero no escondía una mueca de satisfacción de pensar que la victoria era suya, otra vez. Como hace dos años atrás, en la final de Indianápolis (en aquel momento como Yugoslavia).
Argumentos para pensarlo no faltaban. Con un partido empatado y a falta de tres segundos y ocho décimas para terminar, los europeos tenían dos libres en las manos de Dejan Tomasevic. “Un mal tirador de libres”, recordaría mucho tiempo después Ginóbili. Pero solamente una conversión complicaría demasiado a la Argentina. Tomasevic erra el primero pero encesta el segundo.
¿Qué se puede hacer en tres segundos y ocho décimas? Historia. Alejandro Montecchia decidió y avanzó, sin tampoco poder pensar mucho. La posibilidad de tiempo muerto para planificar la jugada no era opción ya, así que la improvisación fue un buen método. Cuando vino el pase para Ginóbili, el bahiense decidió que para ser el mejor jugador de todos los tiempos no bastaba con saltar, sino que había que aprender a volar. “Apenas la tuve tiré”, confesó Manu en una entrevista en DeporTV . Fernández recuerda la jugada con una curiosa situación: “Yo pensaba en ese momento que los árbitros tenían mucho que ver en los partidos. Por esa razón, yo fui el único que no se tiró arriba de Manu porque me acerqué a la mesa de control pensando que Serbia y Montenegro iba a hacer algo, iba a intentar que se revea y se anule el tiro”. Cuando tiene que definir a ese partido, a su vez, el ala pivot no duda: “Fue un éxtasis”.

Cuando cayó al piso, era parte de un equipo que estaba perdiendo en su debut. Mientras bajaba vio la luz del tablero prenderse. Cuando se levantó, después de una pila de jugadores encima, había realizado la jugada más importante y recordada de la historia de la pelota naranja en la Argentina. Bodiroga ya no sonreía. “Se va calentito”, dijo alguno por ahí.
Montecchia entendió, con simpatía, ironía y rapidez, el rol que iba a jugar la jugada que acababa de ser ejecutada. “Me siento como el Negro Enrique en el 86 cuando le dio el pase a Diego”.
“Ponelo a Hermann”
Luego de una primera ronda irregular, con 3 victorias y dos derrotas, la Argentina quedó tercera y le tocó en cuartos de final el local, Grecia. Todas las historias son especiales. Aunque hay algunas más especiales que otras.
…
Walter Hermann llamó a su padre la noche del 18 de julio del 2004 para contarle lo feliz que estaba. No sólo el padre sino que todos lo sabían. Venía de hacer 37 puntos para ganarle la final a Brasil (en Brasil) por el Sudamericano y tenía todos los números para los JJOO de Atenas, que se jugarían poco menos que un mes después.
Precisamente un año atrás (en la exacta misma fecha), Hermann vivió la peor tragedia de su vida, cuando en un accidente automovilístico perdió a su madre, su hermana y su novia. Por eso, la figura del sudamericano quiso llamar, más que nunca, a su padre. Del otro lado del teléfono no se escuchaba más que el tono ininterrumpido. Walter se fue a comer y a tomar algo con los muchachos. Nunca se imaginó lo que le deparaba.
Al día siguiente, lo llamaron para decirle que su padre había muerto de un infarto. Con la tristeza del caso, llamó a su tío y, luego de charlar un poco sobre el asunto, le preguntó qué le parecía que debía hacer. Ya Walter se había perdido el Sudamericano del año anterior por su primera tragedia. El tío le dijo, palabras más, palabras menos, que mejor vaya con la selección.
Hermann fue a Córdoba y después a Atenas. Como nunca entraba, utilizaba la Villa Olímpica para ir a la pileta y hacer pesas en el Gimnasio. “Pensando también en la temporada que se venía con (el club español) Unicaja”. Walter jura y perjura que en las tribunas de los partidos se escuchaba un “ponelo a Hermann”. Un día, contra Grecia, Magnano hizo caso.
…
Cuando el técnico le pegó el grito a Walter para entrar, el jugador pensó que el partido estaba perdido. “Como yo no jugaba nunca”, reflexionó. En 17 minutos (entró en el 3er cuarto) metió ocho puntos y 6 rebotes. La Argentina, que cuando entró Hermann perdía por más de cinco puntos, llegó al último cuarto en pardas y rápidamente se puso al frente. Terminó ganando por cinco, 69 a 64. Fernández dice, sobre aquel encuentro de cuartos de final: “Por momentos se había complicado, no le estábamos encontrando la vuelta. Pero después de la entrada de Walter el partido se dio vuelta para nuestro lado. Él fue determinante, puso al equipo de vuelta parejo”.
Todos coinciden, al margen de los números, en que su labor fue clave por empuje, aguante. Fue ese que agarra la bandera y va para adelante. La Argentina fue visitante todo el partido con chiflidos de enorme volumen. Pareció local cuando en la transmisión se escucha de fondo el canto “vamos, vamos Argentina”.
Hermann no terminó bien esa historia. Tuvo otra buena actuación en la semifinal pero en el partido definitivo no jugó ni un minuto. Encima se lo mandaron a decir. La supuesta razón era no haber hecho bien un precalentamiento previo. Hasta los grandes equipos tienen sus claroscuros.
Pero ese partido con Grecia quedará en la memoria, posiblemente más que cualquier altercado. De hecho, en la red social Youtube hay un video que hace referencia a Hermann como el “hombre que salvó a la Generación Dorada.”
Nos ven cantando
“Esta es la banda de la Argentina, está bailando de la cabeza”. La frase no era de festejo sino de arenga: antes de salir a jugar, a comerse la cancha, el equipo argentino se ponía a cantar, bailar y hacer pogo. Era su ritual, la forma de sentirse vivo, de sacar los miedos, de mostrar que todos eran “uno”, como le dijo Pepe Sánchez alguna vez al diario Infobae.

Argentina salió a la cancha para jugar contra Estados Unidos y fue más “dream” que “team”: ganó los tres primeros cuartos, con el score abajo solamente en el último cotejo. Eso no quiere decir, para nada, que el encuentro haya sido sencillo. Comenta Fernández: “Se dio un partido complicado de entrada. EEUU nos vino a plantear un juego durísimo, más que nada en la parte ofensiva. Nos hacía mucho daño con los rebotes ofensivos y jugando muy alto. Pero Ruben (Magnano) tuvo la habilidad de mover el equipo y no desgastar tanto a los titulares que venían jugando muy bien en ataque. En el momento en el que les tocó volver a entrar ya la Argentina dominaba el partido por cuatro o cinco puntos”
La última imagen del partido fue un equipo de NBA que cortaba con falta mientras la Argentina movía de lado a lado la pelota, y el público gritaba “olé, olé”. Fernández recuerda aquel partido con una reflexión más que contundente: “Cuando ese equipo olía sangre quería ir por la gloria”.
Tim Duncan, Allen Iverson y el joven Lebron James terminaron viendo de frente como Ginóbili, Nocioni, Scola saltaban y bailaban en la cancha. La Argentina le ganaba por segunda vez a un equipo de la NBA. EEUU sin el primer lugar del podio olímpico por primera vez desde 1988. Al día de hoy sigue siendo la única medalla dorada en los últimos 30 años que no se llevó el equipo norteamericano.

Argentina tenía solamente 24 horas para jugar la final. Más o menos a la misma hora del día siguiente, en un corralito, los estadounidenses verían a la Argentina volver a cantar que eran una banda que estaban “bailando de la cabeza”. Era la espera para tomar su medalla de Bronce, mientras Argentina aguardaba los minutos previos a recibir el oro.
Más cerca del cielo
Nadie dejaba de soñar pero algunos ni siquiera podían dormir. Decidieron, aquellos trasnochados, salir a correr. Desde los pasillos de la Villa Olímpica fueron a donde se concentraba Italia. «Pasamos como unos tarados gritándoles, diciéndoles que miren lo bien que estamos, cuántas piernas nos sobran, que mañana los íbamos a comer y cosas así», confesó Carlos Delfino en una entrevista con el diario La Nación.
La broma quedó como tal, pero marcó un punto importante de ese seleccionado: a las pocas horas (no más de 24) de haber eliminado al conjunto de la NBA tenía que luchar por una medalla de oro. Una derrota frente a un conjunto inferior (aunque en la primera ronda de ese mismo torneo la Generación Dorada sufrió una derrota frente a los italianos) hubiera sido lamentada para toda la vida por los jugadores argentinos. Se jugaban una parada enorme en 40 minutos, con sólo un día de descanso mental.
Pero por suerte, todo fue para bien. Las imágenes del partido más importante de la historia del básquet son elocuentes. Toque. Scola colgándose del último doble. Nocioni dándole la mano al italiano antes de que suene la chicharra. El banco de suplentes cantando con los trapos en el aire. La diferencia, sin sobre saltos jamás. Un festejo inolvidable. Varias coronas de laureles y medallas de oro. Un equipo que miró desde arriba a la banda de la NBA.

Un grupo de pibes que estuvieron en lo más alto del podio. “En ese momento, uno confirma que el esfuerzo, si bien no garantiza el éxito, sin él es imposible intentarlo”, sentencia Fernández. Porque quienes logran lo imposible tienen el privilegio de estar más cerca del cielo. Para poder tocarlo con las manos.
El oro es sólo un metal
Andrea Sella, profesor de Química de la Universidad de Londres, publicó en diciembre del 2013 en la BBC que uno de los secretos del éxito y el valor del oro es relativamente simple: la belleza. Dicho metal, explico Sella es increíblemente bello y por eso tan requerido
¿En qué reside la belleza (haciendo una comparación injusta pero noble) de nuestra Generación Dorada? Algunos pensarán, seguramente, que en la gloria o en ganar cosas imposibles. O en haber logrado resultados que nadie había siquiera imaginado, a principios de siglo, que se iban a lograr.
Pero, entonces, ¿la palomita de Manu no valía sin la medalla? ¿La historia de Hermann no cuenta sin un campeonato? ¿La enorme defensa del “Chapu” Nocioni frente a Yao Ming en el partido Argentina-China de la primera ronda solamente es importante si se sale campeón? ¿El amor de todo un pueblo no vale sin la primera posición en la tabla? ¿Y el “olé, olé” en la cara de Tim Duncan? ¿Y la cantidad innumerable de personas que fueron felices, que lloraron y que se acuerdan de qué es lo que hacían el 28 de Agosto del 2004, cuando la Argentina dio la nota en el mundo entero? ¿Y la cantidad de canchitas con aro y pelota naranja que sonrieron al calor de que ese deporte (“su” deporte) llevó a Argentina a la eternidad?
La belleza, en realidad, es todo eso. El oro es sólo un metal.
Santiago Núñez
Twitter: @santinunez
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