Lionel Messi se despidió del Barcelona, club que fuera su casa durante veinte años. A través de las letras de Fito Paez, Humberto Costantini y Héroes del Silencio, reflexionamos sobre las despedidas. Escribe Juan Stanisci.
“Sabe amargo el licor, de las cosas queridas. Se acabó lo mejor ¿Quién nos quita esta herida?”. Nadie podría explicarle a un hincha del Barcelona que la letra escrita por Fito Páez, y grabada en Madrid hace más de veinte años, no fue pensada para este momento donde Messi cierra su etapa en el Barcelona. El martes 25 de agosto a las 19 horas de Catalunya “algo se detuvo en punto muerto. Fue tan grande ese silencio, fue tan grande el desamor”, a través de un burofax, una palabra que aprendimos que existe en ese preciso instante, Messi le dijo a la directiva del Barcelona que su futuro estará lejos del Mediterráneo.
París. Turín. Roma. Liverpool. Lisboa. No es el itinerario que uno puede hacer a la hora de conocer Europa por primera vez, sino la ruta de la despedida de Lionel del club qué creímos que sería siempre su casa. Un jugador con números que parecen sacados de otra época. Pero no son solo sus números, también es el hecho de haber jugado, hasta ahora, siempre con la misma camiseta. Algo que ya no se estila. Si en cualquier lugar del mundo se dice Barcelona, quien escucha responderá Messi. Y viceversa.
El desgaste que genera ser el símbolo de un club, tanto en las victorias como en las derrotas, es enorme. En el documental Make us dream que narra la carrera de Steven Gerrard en el Liverpool puede verse con claridad. El ex volante inglés rechazó ofertas millonarias para ir a otros clubes con mayores posibilidades de competencia, para quedarse en el equipo de su ciudad. Esto no le aseguraba títulos, sino sentido de pertenencia. Pero esa cercanía con los y las hinchas llevó a Gerrard a niveles de stress insoportables. Tuvo que consultar un psiquiatra. A los 31 años se fracturó la pelvis después de infiltrar incontable cantidad de veces su espalda. El cuerpo le pasaba factura por el peso que tenía que aguantar siendo el símbolo del equipo. En Make us dream también se muestran los grandes cambios que vivió el fútbol inglés mientras Gerrard jugaba. Primero fue la llegada de Abramovich al Chelsea. El primer club millonario de la Premier. Después el Manchester City. Club que, casualmente, parece ser el próximo destino de Lionel Messi.
Como los amantes del poema primavera portátil de Humberto Costantini, que cuando el amor se terminó “sintieron frío y se miraron y se miraron largo tiempo, sin conocerse en absoluto”, Messi y el Barcelona se separan. Distintas circunstancias dentro y fuera de la cancha terminaron con el idilio que parecía para siempre. “¿Para siempre? No hay nada para siempre”, respondería una canción de Héroes del silencio.
Ya no estaban Puyol, Xavi, Iniesta, Dani Alves ni Neymar. La soledad del ídolo no fue una sensación de la puerta para adentro, sino que se vio también dentro de la cancha. Los “restos de un navío que encallaba” los expuso Messi en varias ocasiones cuando, en distintas entrevistas, señalaba que el equipo no podía pelear la Champions o que ni siquiera le alcanzaba para ganar una Liga que fechas antes tenía como puntero.
Ninguna de las personas que asistieron al Camp Nou el siete de marzo de este año, podía suponer que estaba ante una jornada histórica. Barcelona venía de perder el clásico contra Real Madrid y recibía a la Real Sociedad. Dos meses antes, Ernesto Valverde había sido despedido del cargo de entrenador y Quique Setién, junto al histriónico Eder Sarabia, había asumido la dirección técnica. Entre la ida de Valverde y el partido contra la Real Sociedad, estalló una interna dentro del club entre los jugadores y el director deportivo, ex compañero de Messi, Eric Abidal. Meses más tarde también se supo que la directiva del Barcelona pagaba un servicio de cuentas falsas en Twitter para instalar opiniones negativas contra ex jugadores como Xavi y Pep Guardiola, pero también contra Messi y sus compañeros.

En el medio Barcelona había jugado la ida de los octavos de final contra el Nápoli en el San Paolo, el estadio dónde Diego Maradona se recibió de Dios. Serie que tardaría cuatro meses en finalizar. Pero ese siete de marzo sería el último partido de Messi con el Camp Nou lleno. La última función del artista frente a su público. Era imposible saber que aquella noche catalana sería una fecha que quedará en la historia del fútbol. De lo contrario, no se explica que en las plateas que están detrás de los arcos hubiera tantos lugares vacíos. Quisiera saber que piensan ahora los dueños de esas butacas.
De haberlo sabido, seguramente el clima en el Camp Nou hubiera sido otro. “Hay mal humor en el estadio desde que la afición ha decidido pasar factura a jugadores y directivos”, escribió a los pocos días del partido el periodista Ramón Besa. Y advirtió en la misma nota “la miseria y la impotencia deberían evitarse mientras juegue Messi”, el hartazgo no tiene solo culpas alemanas. No es casual que el periodista español haya titulado dos notas de la misma forma en un mes: la soledad de Messi. En la primera de las dos, Besa advierte que Messi podía romper el contrato el 30 de junio, fecha que se modificaría con la llegada del Coronavirus, pero a la vez sostenía que “no parece el caso.” Ramón Besa venía siguiendo la decadencia del club, pero no imaginaba este final. Como nadie imaginó tampoco, segundos antes de empezar los cuartos de final de la Champions League en Lisboa, que el Bayern Munich, el terrible equipo alemán, le haría ocho goles al Barcelona.
El partido contra la Real Sociedad no varió de lo que venían siendo las presentaciones del Barça. Tuvo más llegadas que el equipo vasco, pero su juego era bastante pobre y dependía, como en el último tiempo, de la inspiración de Messi. A diez minutos del final, el árbitro a través del VAR, cobró un penal para los locales. En el comienzo de la jugada había offside de Arturo Vidal, pero eso no lo vio el video assistance referee. Quizás fue un pequeño giro del destino para que el ídolo se despida, sin saberlo, inflando la red. El último partido de Messi en su templo, terminó con un gol propio, ante el descontento de los hinchas. Descontento contra todos, menos contra él.

No fue el paso de los años ni la búsqueda de más dinero lo que generó su salida del Barcelona. “No es cuestión de edad o suerte” vuelve a cantar Fito Páez. Lo peor no es que Messi se vaya de lo que fue su casa. Eso podemos soportarlo quienes no somos hinchas culé. Ya lo veremos frente a un nuevo desafío, los niños y las niñas patearan pelotas en las plazas con una camiseta que diga Messi pero con otros colores debajo del mismo, nuevos estadios verán sus gambetas, habrá como en la vida de cualquier ser humano más alegrías y enojos.
Lo que sí resulta insoportable es sentir el paso del tiempo. A cada inicio de temporada vemos el final más cerca. Escribe Marco Marsullo en su libro Mágico González, el genio que quería divertirse: “lo más hermoso de amar a un futbolista es que, cuando te das cuenta de que ha envejecido, constatas que tú también lo has hecho.” Siempre el paso del tiempo acechando. El único rival al que ni siquiera Messi puede tirarle un caño o amagar contra la línea. “Has crecido con él, te has puesto enfermo con él, has compartido el dolor de todas las cosas que la vida obliga a afrontar porque, en ese mismo tiempo, él era hijo de tu mismo destino.”
Juan Stanisci