Falleció Juan Domingo «Martillo» Roldán, boxeador icónico de la década del 80. Peleó contra los mejores de su época. No necesitó ser campeón mundial para ser reconocido. Escribe Luciano Jurnet.
Lamentablemente el miércoles 18 de noviembre Juan Domingo Roldán perdió su batalla contra el Covid-19 luego de varios días de internación. Tenía 63 años. Con su partida se fue uno de los boxeadores argentinos más emblemáticos de la década del ’80, alguien que supo hacer vibrar a miles de fanáticos con sus triunfos en los Estados Unidos y sus patriadas contra los grandes de la época. Pero también se fue alguien que, en la quietud y el silencio que a veces impone la muerte, indirectamente nos invitó a pensar en el boxeo moderno. ¿Por qué tantas loas y reconocimiento a un hombre que no supo ser campeón del mundo?

Roldán terminó su carrera con cinco derrotas, cuatro por nocaut. Tuvo tres chances por título universal y en todas perdió antes del límite. Sin embargo, si a uno le impusieran el incómodo juego de tener que definir quién fue más grande, si “Martillo” o, por citar un caso azaroso, Diego “La Joya” Cháves (rey interino welter AMB), probablemente la mayoría del público vernáculo elegiría al cordobés de Freyre. Y eso dice mucho más de lo que parece.
Roldán es un símbolo del boxeo “de antes”, ese en el que todos peleaban con todos. Un boxeo en el que había pocos escaparates y que para alcanzar la gloria era casi obligatorio subirse al ring contra campeones de verdad. Si bien resulta difícil un análisis retrospectivo sobre cómo se manejaban los negocios de entonces y los vaivenes para cruzar púgiles de diferentes promotoras, sí se puede afirmar que desde el punto de vista organizativo todo era más simple. Había dos entidades consolidadas (AMB y CMB) y apenas una incipiente (FIB, fundada en 1983) y no existía la vergüenza que hoy por hoy son los interinatos. La ecuación luce simple: menos entidades, menos cinturones, menos chances prematuras, menos monarcas de papel; más seriedad y combates atrapantes.
“Martillo” fue una víctima de ese sistema. Si no fue campeón mundial seguramente haya sido porque se enfrentó a dos de los medianos más grandes de la historia, como Marvin Hagler y Thomas Hearns. No tenía alternativa. Incluso Michael Nunn, quien “lo retiró”, fue un soberbio boxeador, mandamás en dos divisiones. Pero son acaso esas derrotas, esas guapeadas, esa decisión/necesidad de chocar contra los mejores aquello que lo elevó por encima de otros compatriotas que efectivamente sí tuvieron alguna corona de ocasión.
El repaso de la carrera del Roldán no hace más que desnudar a un boxeo actual especulativo, donde se construyen récords tan pomposos como ficticios y suele elegirse el camino fácil tan solo porque el contexto así lo permite. El resultado: el deporte pierde cada vez más espectadores en detrimento de las artes marciales mixtas, donde las cosas sí se hacen bien, como en los viejos tiempos.
“La derrota tiene una dignidad que la ruidosa victoria no merece”, dijo alguna vez Jorge Luis Borges. Y en la dignidad de esos sinsabores, Roldán construyó su leyenda. Son esas caídas las que al final del día valen más que varias ruidosas victorias que, valga el juego de palabras, fueron mucho ruido y pocas nueces.
Luciano Jurnet
Publicado en De Contra.
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