El 9 de Diciembre, fecha patria riverplatense, se entiende más por el pasado que por un partido de fútbol jugado cerca del Paseo de la Castellana. Escribe Santiago Núñez.
Un equipo tardó 20 años en tomarse revancha de sí mismo. Fueron dos décadas de épocas pálidas, sumergidas no solamente en la inferioridad sino también de la derrota con los fantasmas invisibles de lo propio. Un grupo de muchachos que llevaban generaciones convertidas en sombras de un pretérito glorioso un día volvieron para invertir el destino. Como si la venganza de los justos pudiera lograrse, un día y a una hora, dentro de un campo de juego.
20 Diciembres y un Aleph
El Apertura 98 puede ser visto simplemente como el primer título del famoso “Boca de Bianchi”. Pero también es el inicio de un cambio de paradigma en la historia contemporánea de la rivalidad superclásica. Boca campeón con 45 puntos y River décimo quinto con 23 menos que el puntero.
El contexto, hasta el año anterior, era el opuesto: River venía de ganar una Libertadores, una Supercopa y un Tricampeonato nacional entre 1996 y 1997, además de salir campeón del fútbol argentino en 1994, 1993, 1991, 1990 y 1986, año en el que conquistó América y el mundo. Boca por el contrario, en los últimos 16 años había ganado un campeonato, el Apertura 1992, y seis meses antes había jugado una final contra el Newell ‘s de Bielsa que perdió en plena Bombonera. Si bien Boca estaba arriba en el historial, lo había superado hace poco (hasta 1991 River lo lideraba) y el conjunto del Bajo Belgrano le sacaba ventaja de diez títulos nacionales, mientras que los certámenes internacionales más importantes mostraban paridad entre ambos ( tenían dos Libertadores y una Intercontinental).

Todo, absolutamente todo, cambió a partir de ese Apertura 98. Desde allí, la escuadra de la Ribera ganó un Bicampeonato y llegó al récord de partidos invictos, ganó una Libertadores (eliminando a River), le ganó al Real Madrid y al Milan (y casi derrota al Bayern), ganó otra Libertadores más y luego otra, volvió a eliminar a River, otra Libertadores, obtuvo 2 Sudamericanas y 7 títulos locales hasta 2014. River, por el contrario, ganó menos certámenes locales (6), quedó afuera dos veces contra Boca, no pasó de la Semifinales de la Libertadores y perdió una final con Cienciano de la Sudamericana (ni siquiera tuvo “la otra mitad de la gloria”) días después de los penales de Costacurta y Cascini, salió último y se fue al descenso, para volver y no poder ganarle a Boca hasta el 2014.
El xeneize salió campeón del Apertura 2011 un día después de que River perdiera contra Boca Unidos de Corrientes en el último minuto por un error del arquero Chichizola, aprovechado por un delantero llamado Nuñez que declaró, en el postpartido, que era hincha de River. Si un modo le decía a un sordo que un ciego lo estaba mirando era más creíble que la tragedia “racinguizada” de River.
Con la llegada de Marcelo Gallardo, la rivalidad se emparejó de manera indudable, con las dos eliminaciones por torneos internacionales contra Boca (2014 y 2015), los títulos ganados y la Superfinal del 14/3/18. No obstante, la final de Madrid llegaba para ratificar o rectificar un rumbo: River daría un salto en calidad sobre su racha contra Boca o volvería a foja cero. Esa era la cuestión principal. Como el “Aleph”, definido por Borges en su famoso cuento como un lugar en el que se concentra todo el universo como “una pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor”, el partido del 9 de diciembre constituía una totalidad que, sin medias tintas, definiría los andares de millones bajo rumbos absolutamente distantes, que podrían depositar a un equipo en el paraíso o en el infierno solamente por 90 o 180 minutos. Madrid se cruzaba, en un sólo lugar y una misma hora, con el destino de generaciones enteras.
El Espejo de los Justos
¿Qué significa para River la final de Madrid? El punto final de una curva victoriosa, luego del momento más difícil y triste de su historia. Es la diferencia entre un pibe que camina llorando por haber salido último o por haberse ido al descenso con el mismo joven, ya muchacho (años más tarde), mirando de frente al obelisco, quizás también llorando, pero esta vez de alegría.
Casi la misma distancia que se encuentra entre ídolos con máscara de Shrek que quedaron en el olvido y cracks que se cruzan de brazos para festejar en plena Casa Blanca. Es el contraste, brutal, entre ver como nos empataban en el último minuto equipos desconocidos con jugadores que se ganaban el único gran pase al exterior de su vida en el Monumental frente a una pared entre Palacios y Nacho Fernández, o un remate casi teledirigido al arco por parte de Juanfer Quintero. Es el teatro Bernabéu contra Madryn.

Es la mirada cabizbaja de un villano que perdía, otrora “Chapita” (en la entonación aguda de Marcelo Araujo) que desentonaba con su misma risa de años anteriores, con entradas triunfales, gambetas endiabladas y frases épicas (“el señor ese que no se como se llama”). Guillermo I de Brandsen, ejemplo de superclásicos idílicos para la la casa amarilla, ya no era el mismo.
River, ganandole una final a su máximo rival, en realidad se vengó de sí mismo. Tuvo revancha contra su pasado de sufrimiento, que obligaba a millones de hinchas a conformarse (orgullosos) con alentar perdiendo o con un empate. Es la reversión divina de una generación que vivió la cruel realidad de ver una cosa y que le digan otra, de tener enfrente una situación que se diferenciaba de lleno con el relato de padres, madres, abuelas y abuelos. No hay peor condena que estar preso en un pasado que ya no existe.
El espejo, por definición, muestra la realidad derecha pero invertida. Superclásico divino de Madrid, momento en el que pasó lo mismo que en los últimos 20 años pero al revés. Conjunto de instantes gloriosos, producto de la suma entre un pasado pluscuamperfecto de gloria y un pretérito cercano de fracaso que se combinaron para lograr algo más grande que al principio porque luego de fracasar dejó de haber miedo a perder. Eso es Madrid.
Una mentira
En algún momento del entretiempo en el que Boca le ganaba a River en el Santiago Bernabéu con gol de Darío Benedetto me pregunté si no habíamos vivido por un tiempo en una mentira. Interrogué no se si en mi o en dónde acerca de si las victorias en Mendoza o en las Copas simplemente eran una distracción para pensar que habíamos revertido el destino que nos habían ofrecido los últimos 20 años pero que en realidad no era algo real sino un invento, un “bluff”, para volver de buenas a primeras al lugar de inicio.

Nunca más me pregunté eso, lógicamente porque ganamos. No obstante, a veces pienso que sí es una mentira. Que es mentira que ganamos la final más apasionante de todos los tiempos en un templo futbolístico europeo. Que no puede ser cierto que dimos vuelta una final 3 veces en la que solamente estuvimos en ventaja 11 minutos de 210 jugados. Que no es real que hayamos sido testigos de la final más apasionante de cualquier Federación o Confederación de cualquier continente entre los dos rivales más impactantes de la historia del mundo y que no solamente fuimos contemporáneos sino que también ganamos ese encuentro. Hasta el día de hoy me cuesta verlo enteramente como verdad.
Pero, en lo esencial, me parece una falsedad Madrid porque Gallardo, el Pity, Pratto y toda la banda verdaderamente nos mintieron. Nos hicieron creer que era fácil vivir semejante mezcla de sensaciones inigualables y ganar, lo cual nos obliga a vivir con expectativas similares. Guardia alta. Es algo con lo que tendremos que convivir.
A veces, cuando quiero recordar el 9 de Diciembre veo un IG Live que el Pity Martínez realizó desde su cuenta personal en el vestuario del Bernabéu, apenas terminado el partido. Puede encontrarse con facilidad.
Allí, uno de los enganches zurdos más determinantes de la vida de River se saluda con cada uno de sus compañeros de forma amistosa. Hace chistes, canta. De fondo suena una canción de cumbia, cuyo título es “Mientes tan bien”.
La revancha de las sombras
Durante muchos años River no fue River. Parecía, pero no. Vivió combinando fracasos presentes y laureles en blanco y negro. Pero el fútbol le dio revancha a las sombras.

Cuando River y Boca jugaron en el Apertura 98, campeonato que empezó a revertir la rivalidad Superclásica moderna, Óscar Córdoba le atajó un penal al 10 de River, que se fue corriendo al córner junto con su sombra.
Era Marcelo Gallardo, que quizás todavía no tenía en claro que la vida daba revancha. Y que iba a llenar millones de almohadas con sueños.
Santiago Núñez