Alejandro Sabella, generador de ilusiones y maestro de nuestros corazones. Escribe Santiago Núñez.
No sé cuál es, pero hay un vínculo imperfecto entre la existencia de un técnico que combina la bondad innegociable con el interés sistemático de ganar y el hecho increíble de que el Chavo Desábato haya podido marcar bien a Zlatan Ibrahimovic junto con el Colorado Ré.
Resulta casi imposible de identificar, es cierto, pero sería irreal negar que aparece una conexión entre que un conductor recuerde la pobreza de Manuel Belgrano con la posibilidad de que Damián Albil sea igual o más que Victor Váldez, y podría haber sido lo mismo si enfrente estaban Iker Casillas o Santiago Cañizares.
Una relación, posiblemente indirecta, puede trazarse entre un maestro que piensa que “no hay docencia sin decencia” y que entre Christian Cellay y Clemente Rodriguez se las ingenien para que el francés campeón del mundo Thierry Henry pase 83 minutos casi sin desbordar o tirar una gambeta mágica.
Hay un paralelo decidido (aunque no lineal) entre un profeta del “cambiar el ‘yo’ por el ‘nosotros’” y el plan hasta hoy poco claro de cómo entre el Chapu, la Bruja y el Chino lograron que Xavi y Busquets tuvieran muchísimas dificultades para encontrarse y tirar una pared, o las razones que explican que Enzo Pérez siempre aparecía por sorpresa en el área rival.
Es imposible dejar de ver que existe un camino conjunto entre decir “somos una sola camiseta, con 11 números” y planear que Juan Manuel Díaz tire un centro maravilloso con Dani Álves como testigo para que Mauro Boselli anticipe a Abidal apareciendo por detrás de Carles Puyol, para meter un frentazo divino y un festejo glorioso, con Messi viéndolo desde lejos.
Hay que tener mezcla divina de humildad, amor colectivo y trabajo perfecto para que Pep Guardiola llore por ganarte a vos.
No es casual que un tipo que recibió en su casa a familias platenses en plena inundación logre que un equipo llevado a lo plebeyo por la jerarquía monárquica contraria ponga contra las cuerdas al mejor equipo del mundo de cualquier deporte. Por eso Sabella, que entrenaba como vivía, era ese ser que fue.
Santiago Nuñez